La magnitud de una tragedia no solo se mide por el número de víctimas que causó. Influyen otras muchas circunstancias que mantienen el interés informativo durante semanas e incluso meses. Por eso el avión que se estrelló en los Alpes sigue abriendo los telediarios de absolutamente todas las cadenas.

A lo largo de la historia de la aviación sufrimos accidentes con muchas más víctimas
pero ninguno, quizás, haya resultado tan cruel como este, provocado por un joven piloto cuya vida giraba en torno a su pasión por volar.
Puede que muchos de vosotros no os expliquéis como esa pasión desató los demonios de su cabeza y estos le llevaron a buscar la muerte en la montaña que sobrevolaba a menudo, en su tiempo libre, para sentir el inmenso placer de las aves, al que se asemeja mucho el vuelo sin motor.
Para él
vivir era volar y las otras pequeñas alegrías de su vida giraban en torno a esta pasión de sentirse libre trazando su propio rumbo por encima de las montañas más altas de Europa.
Cientos de jóvenes que empiezan a volar en un pequeño aparato de cualquier aeroclub sienten esas mismas sensaciones de libertad. Aunque la mayoría vuela por deporte, la pasión que despierta la aviación es la misma y yo pude sentir durante años
hasta que me di cuenta de que volar no podía sustituir a mi familia, a mis amigos y al resto de mi gente. Aún ahora, de cuando en vez mirando al cielo, mis pensamientos me trasladan a aquellos días en los que desde el aire descubrí algunos de los lugares más emblemáticos de mi país.
Por cierto, ayer mismo, al contemplar el cielo limpio de mi aldea vi como la estela de los aviones que marcan las supuestas aerovías del radiofaro de Portomouro son cada vez más numerosas. Dicen que por encima de Galicia pasan entre quinientos y setecientos aviones todos los días, que van y vienen a las Américas, a Portugal o a Canarias, procedentes de media Europa y del norte de África y viceversa. Unas veces los ves, otras solo los escuchas y las más, ni lo uno ni lo otro. Pero sobre nuestras cabezas vuelan aviones de todo tipo con un peso de unos 300.000 kilos
Te lo dice todo el mundo y yo insisto: el avión es el medio de transporte más seguro del mundo y mi instructor de vuelo, el gran Mera, me decía siempre:
Os avións non caen
¡Tíranos!
Realmente así fue en este caso. Lo tiró Andreas Lubitz, el copiloto que supo que nunca llegaría a comandante porque una enfermedad le cortaría las alas. No pensó en ningún momento que destrozaría la vida de 149 familias. Él solo quiso iniciar un vuelo al Mas Allá
donde dice el cura de mi pueblo que ya no hay enfermedades.
A todo esto, el ejemplo de eficacia que Francia está dando al mundo con la gestión de esta catástrofe la envidian en España todos aquellos que han sido víctimas o familiares de grandes accidentes, ya sean el Yak-42 militar, el de Spanair en Barajas o el tren Alvia de Santiago.
Y termino con una reflexión:
Al joven Andreas le ocurrió lo que a cualquier ser humano, sea piloto o no, puede ocurrirle mañana
Enfermar da cabeza
Así que no carguemos las tintas sobre un enfermo y repartamos culpas con aquellos que debieran haber analizado sus comportamientos en días anteriores y esos otros que no son capaces de controlar el estado médico de sus pilotos.
Pero tú, mi amigo, sigue volando, que mi sabia mujer tiene la certeza de que
Si no tienes tu día no te mueres.
Me lo dijo por ese equipo nórdico de fútbol que cambió el vuelo porque sus dirigentes no querían hacer escalas