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Sueños de la Diáspora

martes, 17 de marzo de 2015
"¡Hai que poñer a producir todal-as posibilidades
d'un pobo diferenciado en ben, principalmente,
de la riqueza espiritual de la humanidad!"
Alfonso Castelao


¿Qué soñaban nuestros primeros emigrantes gallegos? ¿Cuáles eran sus aspiraciones más hondas al sentirse desarraigados de la matria lejana? ¿Qué nos resta de aquella remota materia onírica y sentimental?
Hay un vasto proceso histórico que responde éstas y otras interrogantes, pero podemos afirmar, sin equivocarnos, que aquellos anhelos se canalizaron en dos vertientes esenciales: una, obtener un trabajo digno que permitiera algo más que la supervivencia, a la vez que contribuir en ayuda de los familiares del lar remoto; otra, mantener vivas las tradiciones más arraigadas y aquellos rudimentos del folclore y el costumbrismo, donde el uso de la lingua nai se limitaba a emplear, al interior del núcleo familiar, las formas dialectales de cada comarca, a menudo en un galego deturpado por la presión del idioma de Castilla.
Para materializar en parte estas aspiraciones, surgieron grupos asociativos, mutuales y centros cuya vigencia en grandes ciudades (La Habana, Caracas, Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile) significó importante ayuda para miles de compatriotas desterrados que buscaban oportunidades, a menudo víctimas de un sistema brutal, o librados a la veleidosa rueda de la fortuna, casi siempre preteridos por esa tácita marginación que crea el ostentoso triunfalismo de los escasos vencedores... No obstante, los principales centros desarrollaron tareas culturales con el impulso de connotados intelectuales gallegos en el exilio.
Pero los sueños alcanzarían también otros ámbitos y dimensiones...
En Manaos, en plena selva amazónica, a fines del siglo XIX, la fabulosa riqueza del caucho benefició a un centenar de aventureros gallegos que apostaron su esfuerzo y tesón a ese viscoso oro líquido que fluía del jebe, árbol sagrado de los indígenas. Eran los famosos seringueiros, de los que escribe un cronista:
"O ouro negro non era asunto de xente tenra. A selva pedía tipos bragados, inescrupulosos, fortes, capaces de machetearse a si mesmos pra evitar unha gangrena... Guiados por índixenas ós que seducían con larpeiradas, alcohol ou armas de fogo, os caucheiros entraron cada vez máis á selva. Moitos non voltaron; o beriberi, o delirio das febres, o silencio e escuridade producialles tal depresión que deixábanse morrer..."
Los que vencían tornábanse inmensamente ricos. Iban a cumplir la desmesura de sus más locos sueños. Así, Xosé Barcia, un gallego asentado en Iquitos, contrató a un equipo de topógrafos peruanos para que delimitara parte de su imperio de caucho. Quería que sus tierras demarcadas midiesen exactamente lo que medía la superficie total de Galicia; ni un metro más ni un metro menos. Dividió sus posesiones en cuatro provincias: A Coruña, Lugo, Pontevedra e Ourense; en cada una de ellas puso casa principal para el administrador, y tambos y chozas para los peones...
El sueño de Xosé Barcia resulta a la vez emblemático y absurdo, porque su afán de recrear una Galicia trazada geográficamente sobre la selva inhóspita constituiría una imposible quimera, fruto quizá de aquella morriña extrema que trastornara a muchos paisanos; algunos, por la riqueza súbita y desproporcionada; la gran mayoría, merced a la frustración y a la desesperanza.
Los tiempos han cambiado, sin duda, y también los sueños y aspiraciones de los hijos de la diáspora gallega. Sin embargo, nuestros grupos asociativos tradicionales responden todavía a esquemas y condiciones de otra época, tal vez vigentes hasta la década de los 50' o 60’, en circunstancias que ya no tenemos flujo migratorio hacia América, y que los descendientes de aquellos emigrantes de otrora viven en América una realidad distinta, incorporados a las nuevas patrias, con otra perspectiva de la Galicia del 2000 y con anhelos de integración y conocimiento de las raíces culturales, y de lo que hoy se produce en este campo, que van mucho más allá de un costumbrismo ciertamente trasnochado, cuyos sostenedores aún no entienden que Galicia es una comunidad autónoma, de cultura singular y lengua propia, que va desprendiéndose de los complejos y trabas de una "longa noite de pedra".

Hablo por los gallegos de Chile y de algunos países hermanos que comparten mi sueño, y también por aquellos que, sin tener nuestra ascendencia galaica, sienten afinidades con lo gallego a medida que van descubriendo sus valores universales. Este sueño no tiene la desmesura del de Xosé Barcia, pero sí la posibilidad concreta de hacerse real. Se trata de la creación en Chile de un centro de estudios gallegos, con patrocinio institucional universitario e independencia administrativa y financiera. Su finalidad será difundir y extender el conocimiento de la lengua, la literatura, la música, la pintura y la historia viva de Galicia (1). Y porque estoy convencido que la única base perdurable de la galleguidad es su cultura, me permito decir, parodiando a Castelao que "o demáis é palla morta"­.

NOTAS
(1) El 29 de julio de 1998 fue creado el “Programa de Estudios Gallegos”, en virtud de un convenio firmado entre la Consellería de Educación e Ordenación Universitaria da Xunta de Galicia y la Universidad de Santiago de Chile. Desde agosto de 1998 se desarrolla este Programa en el Instituto de Estudios Avanzados de la USACH.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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