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Recuerdos de Eduardo Blanco Amor

viernes, 27 de febrero de 2015
En 1956, mi padre, Cándido Moure Rodríguez, de profesión contable y gallego de nacencia y vocación, viajó a Buenos Aires, por unas gestiones familiares, coincidiendo con el Congreso de la Emigración, que allí se desarrolló. En su maleta de modesto viajero llevaba tres ejemplares de "Chile a la Vista", el libro que contenía las principales crónicas que Eduardo Blanco Amor escribiera sobre Chile y su "loca geografía", publicadas en medios de prensa locales, bajo ese acertado y sugestivo título sugerido por Hernán Díaz Arrieta, "Alone", crítico literario que ejerció una suerte de patronazgo hermenéutico, durante tres décadas, desde las páginas de "El Mercurio" de Santiago.

A su regreso, nuestro padre traía en sus manos los tres ejemplares dedicados, de los cuales sólo quedó uno en casa, cuya dedicatoria rezaba "A Cándido Moure Rodríguez, paisano y amigo, con el aprecio de EBA". Mi madre, con su perfecta dicción y templada voz, iba a leernos, en las sobremesas de los sábado y domingo, aquellas vibrantes crónicas del entrañable escritor orensano. Era aquel un rito que nos inició en el amor por los libros y en el prurito de vincularnos a la Terra Nai, herencia que Cándido, galego de A Touza, Santa María de Vilaquinte, Carballedo, Lugo, nos dejara como vocación de vida. Al respecto, traigo a colación una sentencia de Camilo José Cela: "No se puede ser gallego impunemente".

Medio siglo más tarde, desde mi cátedra de Lingua e Cultura Galega, en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, a instancias de su directora, Carmen Norambuena Carrasco, nos dimos a la tarea de recuperar todas las crónicas escritas en Chile por Blanco Amor, las que fueron publicadas, en 2003, por Galaxia, con el patrocinio del Consello da Cultura Galega. Esa edición lleva un pórtico de mi amigo escritor, Hernán Ortega, y un breve ensayo introductorio de mi autoría.

Tres años antes, habíamos concluido en el Instituto IDEA la recopilación del millar y pico de crónicas escritas por otro gallego notable, orador, cronista, diputado de la II República Española, Ramón Suárez Picallo, oriundo de Sada, que vivió su exilio en Chile, desde 1940 hasta 1956, cuando volvió a Buenos Aires, para establecerse allí hasta su pasamento, en 1964. En 2008, el Consello da Cultura Galega editó "La Feria del Mundo", una selección de cuatrocientas crónicas del inquieto y agudo sadense.

A treinta y cinco años del fallecimiento de Eduardo Blanco Amor, organizaremos algunos sencillos homenajes a su obra y a su trayectoria de fino escritor, entre las que se cuenta un acto en la casa del Escritor, sede de la Sociedad de Escritores de Chile. En este caso, me otorgarán su respaldo fraternal dos amigos gallegos -a quienes conozco desde la época de Rosalía de Castro-, Begoña Pereira y Antonio Chaves.

Lo dijo Jorge Luis Borges, lo ratificó mi padre con su enseñanza de vida: "Sólo una cosa no existe: es el olvido".
Nosotros, los gallegos, hemos venido al mundo para recordar, es decir, para tejer y destejer los hilos vitales a través del corazón.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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