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Aquel lunes de enero

lunes, 26 de enero de 2015
No podré olvidarlo nunca. La hora del café en mi casa de Vitoria. Suena el teléfono. La voz de Ana Iribar entre sollozos me deja paralizado. "Han asesinado a Goyo en La Cepa". Una tasca del barrio antiguo de Donosti dónde solíamos tomar las cervezas. Muy próximo al Ayuntamiento. Una hermosa ciudad que Goyo Ordoñez cuidaba, mimaba, amaba.

Han pasado veinte años de aquella tarde en que me planté en la casa del Concejal. Recién la habían comprado. Tenía bombillas en vez de lámparas. Hacía poco que la disfrutaban, justo al nacer Javier. Ana estaba acompañada de otros jóvenes del PP. Nada más verme se abrazó a mí y me dijo, cuídate que el próximo puedes ser tú.

Hace veinte años que con José María Calleja, el periodista nacido en León, que trabajó para EFE en Euskadi, y que cubría el acontecimiento para ETB, dónde era jefe de informativos, aguardábamos la llegada de los restos de Goyo a la capilla consistorial. José Marí era amigo común. Cada uno con su militancia. PP,PSE, UA. Los tres amenazados por ETA.

Aquel lunes de enero se abrió una tenebrosa etapa de asesinatos. Todos los políticos que no defendían la Construcción Nacional del Estado Vasco, fuimos declarados enemigos del pueblo vasco, por el MLNV. Desgraciadamente cumplieron sus amenazas. No nos doblegaron. Sólo consiguieron que nos uniéramos para refundar la democracia en el norte. Dejamos de lado las diferencias entre derechas e izquierdas. Entre progresistas y conservadores. Le costó la vida a socialistas, comunistas, conservadores, militares, trabajadores de los cuerpos y fuerzas de seguridad.

Goyo me había confesado un mes antes que temía por su vida. Sabía demasiado de ciertas tramas en las que estaban mezcladas historias de contrabando, drogas y terrorismo. Antes que a él mataron al sargento de la policía municipal de Sanse, a un chatarrero al que denominaban "plomos" y al ex jugador de la Real, Santamaría, dueño de la cafetería Basque. Eran amigos y confidentes del Teniente Alcalde y Parlamentario Vasco, Gregorio Ordoñez.

No se equivocó. La lista se iba ajustando a lo previsto. Se salvó Eugenio Damboriena, que se marchó a Madrid.

Gentes como Ordoñez plantaron la semilla de la paz con dignidad. Sigo pensando que sin libertad no merece la pena vivir. Espero y deseo que dentro de otros veinte años, haya gentes dispuestas a luchar por una tierra en la que quepamos todos, sin amenazas.

Y lo más importante. Javier Ordoñez Iribar puede estar muy orgulloso de su padre. Murió y vivió como héroe, sin querer arrodillarse. Diciendo alto y claro lo que algunos prohibían y otros ocultaban. Ser ciudadano vasco es, era y será, una forma más de ser español.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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