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La mano que construye, la mano que destruye

lunes, 12 de enero de 2015
El mundo, o una parte de él, o muchos de nosotros y nosotras que nos resistimos a ceder frente al avance del sinsentido despertamos estupefactos con la noticia de la masacre en Charlie Hebdo.

Nos dimos de frente contra una realidad inaceptable, contra un ataque que no sólo se llevó por delante la vida de los dibujantes gráficos de la revista y otras personas, igual de inocentes, sino que arrambló con nuestras esmirriadas esperanzas de que el mundo se asemeje a un espacio lógico, habitable.

Ninguna religión ni ideología está por encima de cualquier vida humana, no hay nada que valga más que una vida: lo único verdaderamente sagrado. Pero cuando además se siembra el terror eliminando a quienes intentan poner luz en nuestro espíritu crítico (lo poco que nos queda), el daño, sus consecuencias, nos atañen a todas y a todos. Incluso a los salvajes que ejecutan, y a los que están detrás de ellos, y a los que, desde sus despachos acolchados, mueven los hilos, la tramoya que elige un planeta a la medida de sus ambiciones.

Ninguna barbarie, cometida bajo cualquier demencial excusa, puede justificar tampoco la venganza ni el racismo. Debemos separar, como es debido, la cizaña del trigo.

Conozco bastante al pueblo árabe (permitidme la excesiva generalización), su sufrimiento, su continua lucha contra la estigmatización. Hablé con mucha gente en Irak, en Palestina, que sólo quiere –como la mayoría- vivir simplemente en paz, ser respetados en sus derechos. Millones de personas que, aún arrinconadas contra la pared, no utilizarían la violencia, y otros que se defienden como pueden de las invasiones extranjeras o el avance ilegal de colonos en su territorio.

Pero resulta que la violencia es un negocio, algo que hay que mantener a toda costa en vigencia para vender armamento y todos sus derivados, para tejer cortinas de humo frente a una opinión pública cada vez menos informada, para dominar y tener el control de las riquezas de la Tierra.

Detrás de las historias de estos dos hombres que dispararon sobre seres humanos como si estuvieran practicando la puntería contra botes de refrescos, habrá miles de relatos que desconoceremos siempre, como tantos, como la mayoría.

En París, personas brillantes, críticas, valientes, fueron privadas de la vida. Nosotros y nosotras hemos perdido libertad y sueños. El mundo ha quedado a la sombra negra de un grafito muy fuerte, tapado –temporalmente- por rojo sangre.
Darriba, Luz
Darriba, Luz


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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