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Varela y el Belén de Begonte

lunes, 05 de enero de 2015
Al finalizar el año, todos, de una manera o de otra, nos damos cuenta de que la Navidad está tocando a nuestra puerta. De pronto aparece la hoja de diciembre en el calendario, recibes una llamada telefónica que te anuncia la llegada de los primos de Madrid; en tu café diario te encuentras con ese cartelito que dice hay lotería de navidad... En fin, es imposible escapar a esos quince días, adorables para algunos y que otros borrarían del calendario de un plumazo.

Bueno, pues para mí la llegada de la Navidad siempre la anunciaba una caja de cartón. Sí, una caja de cartón llena de retales de tela. Parece una forma curiosa pero todo tiene su explicación.

Vayámonos al principio de la historia, mi nombre... qué mas da mi nombre!, lo que realmente es importante en este relato es que mi tío Varela era la cabeza, las manos y el corazón que daban vida cada año al nacimiento de Begonte.
Pues esa caja de retales, a la que antes hacía mención, la traía mi tío de casa de su prima Evita.

Evita era modista, y cada año iba guardando los retales y trozos de tela de la ropa que confeccionaba para sus clientas y que luego servían a mi tío para vestir su nacimiento.

Cando la caja llegaba, mi primo y yo, nos aventurábamos a aprovechar todo aquello que sobraba y que a nosotros nos servía para disfrazarnos, vestir muñecos, jugar a las tiendas, lo que fuera.

Pero para que esa caja llegara por primera vez tenemos que remontarnos muchos años atrás. Concretamente 42 años.

En 1972, el por entonces párroco de Begonte, Don José, tuvo una idea brillante. Hacer un nacimiento en Begonte que fuese el reclamo perfecto para hacer vivir al pueblo unos inolvidables quince días de Navidad y, así, dar a conocer Begonte a pueblos y provincias vecinas generando una fuente de turismo impensable hasta ese momento.

¡Ahí germinó todo! Pero aunque, evidentemente, no es fácil tener ideas así de brillantes (¡era muy brillante Don José!) la cuestión realmente compleja en este caso, era no solo dar vida a ese nacimiento sino mantenerlo vivo en el tiempo año tras año hasta llegar a donde hemos llegado, a 42 años, sin decaer, siempre creciendo y convirtiendo en realidad esos quince días de ilusión, que realmente suponían todo un año de ideas, ilusión y trabajo que brotaban de la cabeza y las manos de Joselín (mi tío Varela).

¡Qué maravilla la Navidad en mi casa!. Realmente comenzaba ya en el mes de julio, cuando nos íbamos a recoger piedra de caolín para poder hacer las casas de una aldea en miniatura, pero tan real que te invitaba a llamar a la puerta de cualquiera de ellas. A la vuelta de las vacaciones de verano, a mi tío lo veías llegar a casa por las noches con cables, tuercas, bobinas, tornillos, pequeños motores... ¡qué sé yo!...

Hacia finales de octubre los radiadores de casa estaban cubiertos de brazos, piernas, pequeñas cabezas y otras piezas de barro, que una vez secas serían un pastor, una paisana, un herrero o una ristra de chorizos de la matanza. Para entonces ya se podía escuchar a madrina un día sí y otro también:

-Vareliña, ¡por Dios! ¡Quítame todo eso de ahí que no hay un centímetro de casa que no esté lleno de cosas del belén!.

Cada vez que cruzaba la puerta podía oler el penetrante aroma del pegamento Araldit que me volvía loca. Y es que ese maravilloso nacimiento se gestó en una galería tendedero, en la mesa del comedor, en la cocina, en un rincón del aseo, hasta terminar en la galería trasera de la casa, entre las incubadoras y los recipientes de plástico para semilleros.

Recuerdo con tanta ilusión cuando mi tío cruzaba a mi casa, a las once de la noche y me decía:

-No tendrás por ahí alguna pintura o unas témperas -y sometiendo el labio superior y dejando escapar una sonrisa, colocaba dos dedos a modo de pincel, imitaba el gesto y decía –no sabes?, algo que brille para, puag, puag, dar unas pinceladas a unos reyes magos que estoy haciendo.

A mí se me escapaban las piernas por el pasillo, me metía en mi cuartito de juguetes y sacaba hasta el último tubo, aunque estuviese medio seco, que le pudiese servir.

Es que era maravilloso, el día de la inauguración, saber que el esqueleto de tu Barbie había servido para hacer a la señora que tejía, o que unos retales de tela del vestido de una muñeca de faralaes, colgaban del tendedero de la vecina del herrero en un cordón. Todas las figuras llevaban el pelo de madrina.

Y así, aquella pequeña gran aldea de Belén era un poco parte de todos nosotros.

Hace ya casi cinco años que el arquitecto tuvo que abandonar su eterno y adorado proyecto. Algo muy importante debe tener entre sus callosas manos para no poder siquiera pasar esos quince días en su tierra prometida trabajando en su belén.

Parece ser que este año sí va a estar presente, dándole vida a un tornero en medio de todos sus vecinos, esos que él creó con todo su mimo y cariño: el herrero, el pescador, la hilandera, el panadero, los taladores del árbol. Y, como no, todos sus animales, su río, sus truenos y hasta las estrellas. Y por supuesto a su lado, muy cerca su portal de Belén, ese que lleva 42 años dando vida a la navidad de Begonte pero sobre todo a mi Navidad.

Ojalá le podamos ver allí en medio, trabajando como uno más. Sería un sueño. Pero eso sí, hay algo que en casa tenemos muy claro, en Begonte está el belén, pero nuestro verdadero portal, desde que se nos fue, esta junto a él en el cielo!.
Begontina
Begontina


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