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Golondrinas sin Rumbo

Moure Rojas, Edmundo - viernes, 19 de diciembre de 2014
Hace tres décadas de aquel lluvioso mayo en que conocí la casa petrucial de A Touza, pequeño villorrio enclavado sobre la colina, al suroeste de Santa María de Vilaquinte, comarca de Carballedo, en el límite de Lugo y Ourense... Llevaba en la memoria algunas referencias de mi padre, jirones de sus propios recuerdos, como cuentas de un rosario vital conjugadas en oraciones de asombro y de nostalgia... En la costanera de la techumbre que mira al oeste –me había dicho- hay un nido de golondrinas que al comenzar mayo vuelve a llenarse con sus veloces e inquietas moradoras... -Y pareciera que año a año fuesen las mismas, con una diminuta estrella dibujada en sus cabezas, ajenas al transcurrir del tiempo- narraba el viejo gallego, mientras sus ojos se llenaban de lluvia.

Sí, ahí estaban as anduriñas, alegrando aquel recanto de losas azuladas... Volvían desde el sur, quizá de la remota África, sin errar el rumbo ni el destino, como si ellas fuesen también hijas fieles de la Casa, seguras del cíclico regreso entre nido y nido, entre primavera y primavera...

Y los hombres, ¿desde cuándo iniciaron sus interminables migraciones? Nadie lo sabe con precisión, pero el éxodo habría comenzado hace muchos miles de años, cuando las primeras tribus, empujadas por las glaciaciones, buscaron lugares templados siguiendo el curso de los ríos, viajando hacia el cálido sur. Los celtas, según su mito primordial, procuraban el punto donde tenía su morada el Sol, el sitio secreto y temible del diario reposo en brazos de las tinieblas. Y hacia allí se dirigieron, en migraciones que duraron, presumiblemente, centenares de años, hasta encontrar el finisterre atlántico y descubrir, con religioso pavor, que el sol se hundía (asolagaba) en abismos del proceloso mar que los antiguos llamaban “última frontera”.

En este mundo contemporáneo que denominamos con patética soberbia “post-moderno”, y ahora “globalizado”, el éxodo no cesa, pero los hombres semejan golondrinas sin rumbo, triste metáfora de su interminable vagar por múltiples derroteros del planeta, tan pequeño en algunos aspectos, tan inmenso en la geografía del padecer humano... Las motivaciones parecen similares en los últimos tres siglos: pobreza económica, exilios religiosos, raciales o políticos, guerras de variada índole... Y la res humana se desperdiga cruzando montañas, mares y desiertos en busca de una morada donde reclinar su cabeza. En raras ocasiones podrá siquiera vislumbrar un posible regreso a los eidos originarios, cuyo recuerdo permanecerá como herida abierta en la piel de la memoria, haciéndose a menudo herencia imborrable en el inconsciente colectivo. Quizá eso sea la saudade, una nostalgia del más remoto país desde donde un día partieron nuestros antepasados, peregrinos sin puerto de referencia ni destino posible para culminar el viaje.

Hablar de migraciones gallegas se vuelve un tópico recurrido, aunque seamos por ello exiliados perennes de dos reinos... Pero hoy nos golpea y conmociona el éxodo de nuestros hermanos argentinos, que viven la paradoja de abandonar una tierra considerada secularmente de promisión, destino y acogida de millones de inmigrantes venidos de Europa y otros continentes. No es éste el primer exilio forzoso de las últimas décadas. Ya a fines de los 70 y comienzos de los 80, miles de trasandinos debieron huir de la feroz represión de las dictaduras militares. En este exilio coincidimos los chilenos, bajo la égida siniestra de Pinochet, en cifra que supera los quinientos mil individuos, diáspora cuya meta fue España, Italia, Francia, Alemania, Suecia, Dinamarca, Holanda, Canadá, Cuba, y también la Argentina. Así, nos cruzábamos en el éxodo que atravesaba la cordillera de Los Andes, según fuesen de arteros los aires que se respiraban en uno u otro lado de los montes ciclópeos que nos unen y separan, a la vez.

Poco hemos aprendido en siglos de historia humana. El progreso se circunscribe a logros tecnológicos –sin duda admirables- pero que carecen de su correspondiente moral, desprovistos del logos filosófico y de la misericordia religiosa. El espíritu del homo sapiens sigue siendo gobernado, dialécticamente, por la mítica dualidad de Eros y Tánatos, sólo que este último pareciera estar más cerca de la victoria, es decir, de la aniquilación, amenaza que vemos cernirse hoy sobre la humanidad y sobre la escarnecida Madre Tierra, no como lejano e irreal vaticinio del Apocalipsis, sino cual terrible certeza.

El hombre ha perdido su norte y su centro. La brújula de la razón gira sin rumbo... Pero una voz antigua me dice, en la lengua rumorosa de la tierra, que “mientras las golondrinas regresen, cada mayo, a su nido en las colinas, volverá a alentar el vuelo leve de la alegría”.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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