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Ensoñaciones del agua

viernes, 05 de diciembre de 2014
“... El río y las acequias se me han entrado. Ahora se debe decir: el Guadalquivir o el Miño nacen en Fuente Miña y desembocan en Federico García Lorca, modesto soñador e hijo del agua...”(1)
F. García Lorca


Quizá sea el agua el más anhelado y conflictivo de los cuatro elementos tradicionales de las primitivas cosmogonías... Se vaticina que las guerras del futuro no serán ya por el petróleo sino por el agua. Y es que la escasez del dulce recurso hídrico se torna crítica merced al irracional desarrollo de actividades industriales en todo el planeta. En las regiones del norte chileno se han frustrado centenares de proyectos mineros por falta de agua; tampoco han resultado por ello viables muchos proyectos agrícolas de desertificación. Y a pesar de avances tecnológicos, aún no se ha creado un sistema práctico para desalinizar el inmenso caudal de los océanos.

El príncipe del agua es el río. Las viejas civilizaciones se asentaron en las riberas que procuraban agua y pastos para el ganado, riego para la incipiente agricultura y bebida para el ser humano. Los primeros nombres de aldeas, villas y ciudades llevaron en su seno la toponimia alegre y fundacional de los ríos. Las grandes culturas tuvieron su cauce propiciatorio, metáfora del devenir e imagen de vida eterna: el Ganges, el Nilo, el Don, el Volga, el Danubio, el Miño, el Guadalquivir, el Yang Tsé; en América, el mítico Amazonas, el Orinoco, el Río de la Plata, y en nuestra Santiago del Nuevo Extremo, el enjuto Mapocho (vena de la tierra), pariente mustio del cicatero Manzanares, encabritado hasta el paroxismo en los últimos temporales que desencadenó el clima enloquecido por la insanía del pretencioso “rey de la creación”...

La memoria de los hombres se ha asociado al fluir del río, y los sueños y la imaginación se impregnarían de las ensoñaciones del agua, que son en esencia femeninas, pues nacemos y vivimos nuestra edad primigenia como peces acogidos en el acuoso seno de la madre. Por eso, nuestros recuerdos remontan el cauce, buscan la fuente originaria, escuchan la voz cantarina del agua e interpretan la eterna sinfonía de la remembranza. Así, nos dice Gastón Bachelard(2): “...el amor filial es el primer principio activo de la proyección de las imágenes, es la fuerza proyectora de la imaginación, fuerza inagotable que se apodera de todas las imágenes para ponerlas en la perspectiva humana más segura: la maternal... En esas condiciones, amar una imagen es siempre ilustrar un amor; amar una imagen es encontrar en el saber una nueva metáfora para un amor antiguo...”.

Si “no nos bañamos dos veces en el mismo río”, hay un río de la infancia que está incólume en el recuerdo, así como la imagen materna resurge intacta en las brumas de la memoria... Para mi padre, que abandonó su aldea en la Galicia profunda, a los doce años de edad, sus sueños se engarzaban en las imágenes del Búbal, el pequeño curso de plata que serpentea bajo las carballeiras, entre colinas de Santa María de Vilaquinte, al sur de Lugo, haciendo de amable frontera con Ourense. Allí conoció, por vez primera, el beso inolvidable del agua y su vivificante frescor. Debido a ello, buscaba encontrarse con aquel recuerdo remoto en los ríos de Chile, en incursiones de pesca que tenían sentido más hondo que el juego inquietante del pescador y el pez... Los nombres de los ríos gallegos iban a servir de sonoras nominaciones para los perros de la casa, canes que se llamarían, indefectiblemente: Búbal, Sil, Miño, Cabe, Eume... en interminable sucesión fluvial y sonora de topónimos galaicos.
Tal vez Galicia -al igual que Chile- sea “país de poetas” porque su vida, desde los orígenes, está asentada en dominios del agua. Allí donde moran entes mágicos de lagunas, fuentes, regatos, ríos, cascadas, y mares infinitos, el poeta experimenta el permanente encantamiento de las ensoñaciones del agua y abre sus registros en recurrente abanico de imágenes, metáforas, aliteraciones, onomatopeyas y juegos líricos que llevan el rumoroso fluir, traducido también en melodiosos trinos de aves, como el xílgaro y el melro, como el cuco, vocero sin par de la primavera... Y a través del más variado coro venido de los cielos: el compás persistente de esa lluvia que acunó horas asombradas de la niñez y que regresa para alimentar nuestra nostalgia con su perenne latido, inmortalizado en la voz de García Lorca, en su Madrigal á cibdá de Santiago: ...auga de mañán anterga trema no meu corazón...
Fluye el río y llueve, fuera y dentro de nosotros. ¡Alabado sea!

NOTAS
1. Ian Gibson; Vida, Pasión y Muerte de Federico García Lorca; Plaza & Janés Ltda., 1998, cita en pag.154.
2. Gastón Bachelard; El Agua y los Sueños; Fondo de Cultura Económica, 1993; 1ª reimpresión en castellano.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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