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El imperativo de la memoria

viernes, 28 de noviembre de 2014
El hombre quiere perpetuarse, por eso busca su raigambre con el pasado y escribe ese recordar colectivo que es la Historia. Así, se di­ce de los pueblos de antigua tradición, que poseen el tesoro de la memoria, porque el pasado nutricio fecunda el presente y ahonda los surcos para un sólido porvenir. Asimismo, en momentos trágicos de la existencia gregaria, el pretérito recobrado resulta apoyo for­midable, virtual camino de salvación.

Al nacer ya estamos expresando gestos que heredamos del intermina­ble devenir. Aún antes -afirman los expertos en genética- el embrión lleva, como en una caja secreta, signos y huellas de sus proge­nitores y, también, marcas de lejanos antepasados. Tal vez por esta condición hay ocasiones en que sentimos como si hubiésemos vivi­do el momento cotidiano, como si esas voces, olores, tactos y sonidos despertasen en nosotros un antiquísimo recuerdo, especie de re­mota vivencia repetida en el pasmo del tiempo...

Jodorowsky dice que "un hombre sólo se conoce a sí mismo si es ca­paz de conocer a lo menos hasta sus bisabuelos". El individuo preci­sa de una identificación en el tiempo más allá de la breve familia directa; quiere descifrar, aunque sea en parte, el enigma de su ser individual; anhela explicarse, más acá de la respuesta religiosa o metafísica, los avatares y esperanzas que conforman el diario vivir, la intrahistoria de su propio clan.

Puede que los gallegos constituyan un pueblo más "memorioso" que otros; tal vez debido al colosal flujo migratorio de cuatro siglos que transformó a Galicia en un país donde predomina la mujer, donde lo femenino es determinante en la formación de su gente y su cultu­ra por la gestación del poderoso espíritu matriarcal. Porque la me­moria es facultad de índole femenina; está ligada a la tierra, a la familia, a la casa como ámbito formador, más que al existir del varón, cuyo derrotero es el viaje, la búsqueda, la aventura y el riesgo de extraviarse en múltiples caminos.

Así, los gallegos dirán "Matria” para simbolizar el espíritu colecti­vo de su nación, y no "Patria", esta contradicción semántica que fe­miniza forzadamente, como en acto de posesionar, rígidos códigos patriarcales.
Recordamos, no para idealizar la piadosa mentira de la remembranza, sino para tratar de saber por qué somos como somos, por qué los sur­cos del destino prefiguraron el hoy tal como lo percibimos, gozamos o padecemos. Nos apropiamos la afirmación del filósofo manchú: "La memoria es el alma de los pueblos sabios", porque sin raíces el hom­bre es hoja volandera en el torbellino del mundo.

Juan Luis Moure, autor de este ensayo de indagación familiar que titula -quizá con pretensión excesiva- De Moure, 1500 Años, ha investigado laboriosamente, sobre la base de documentos fidedignos, el origen del patronímico, remontándose, en la lejana Galicia, al siglo XV, para proseguir, en la intrincada urdimbre genealógica, hasta la prolífica generación que nuestros propios padres, Cándido Moure y Fresia Rojas, forja­ron en este finisterre del Sur, con el único objetivo de rescatar para nosotros la memoria colectiva del clan. No hay aquí, ni por aso­mo, propósito de inventar abolengos o descubrir vanas prosapias, sino tan sólo reconocerse en la múltiple caja de resonancia del pasa­do, donde quien aguce el oído escuchará voces amadas hablando en el universal lenguaje de la sangre.

Muchos se preguntarán por qué no ha incursionado en la rama materna, cercana y tangible... Tal vez por eso mismo, porque su contigüidad no suscita el raro prurito del misterio, nimbado por la Galicia mítica y nebulosa de las rías atlánticas, tocada por la fascinación del emigrante que abandonó su aldea para arribar al Nuevo Mundo de la quimera; quizá porque los Rojas y los Ramírez ocupan ya un espacio notable en una tradición mucho más antigua: baste recordar a don Fernando de Rojas, a fines del siglo XV, creando ese personaje inmor­tal de la Celestina en su Tragicomedia de Calixto y Melibea; o remitámonos a la novela histórica de don José María Eça de Queiroz, "La Ilustre Casa de Ramíres", donde la au­téntica prosapia toca el ara del rey Don Ramiro de Portugal.

Por su parte, el autor -al igual que nosotros- se siente orgulloso del origen campesino de sus antepasados inmediatos, que no fueron agricultores, sino lo que la usanza migratoria llamaba "labradores propietarios", aunque dichas posesiones fluctuaran entre modestos predios de media hectárea y los simples aperos de labranza, pues estos últimos bienes manuales también refrendaban el título de propietario.

Así, en un catastro de comienzos de siglo, en la villa de Rianxo, se consigna una curiosa pertenencia: "un terreno de 32 metros cuadra­dos con un castaño en el centro que pertenece a tres propietarios: uno es dueño del terreno, el segundo del castaño, y el tercero de las castañas"... Esta realidad de extrema diseminación de la propiedad agraria, entre otras razones, provocaría el constante flujo migratorio gallego, signando el ser de Galicia con su impronta melancólica y evocadora.

En ese país nacieron y vivieron nuestros ancestros paternos; algunos se dedicarían al trabajo del agro; otros, como se ve a lo largo de esta monografía, desarrollarían diversas actividades, con mayor o menor fortuna, siempre con esa suerte de nostalgia futura que es la espe­ranza en días mejores. A ellos dedica también el autor su trabajo, porque de alguna manera se siente ligado a sus destinos individuales y a la herencia unívoca que constituye la condición humana, cuyos frutos, a menudo invisibles o velados por el desconocimiento, forman parte de nuestro ser, así como Galicia toda se hace posesión espiri­tual para sus hijos y los hijos de sus hijos...

En época de desarraigo e ignorancia de nosotros mismos, esta breve obra nos entrega un testimonio de respeto y fidelidad por las tradiciones y los lazos de la sangre, por esos nombres colectivos que heredamos, como la estela rumorosa de la tribu lejana, para en­tender sus sonidos y descifrar su trazo en el interminable caleidos­copio de la especie.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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