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La primera imagen del paraíso, la última imagen del paraíso

lunes, 27 de octubre de 2014
La primera imagen del paraíso, la última imagen del paraíso

Un campo de golf funcionando a pleno, unas personas haciendo del ocio una actividad vital, un verde regado con agua que se niega a muchas casas desprovistas de ese servicio básico, unos fondos europeos que alguien dijo iban destinados a fines más solidarios que lo crearon ("Corregir los principales desequilibrios regionales de la Unión Europea”; detrás de la construcción del campo de golf al lado de la valla, los indecentes de siempre. Buscadlos, hay miles de informaciones sobre ellos en la red.), un sol de (in)justicia.
He aquí Melilla, la primera imagen del paraíso.

A su lado, sin tocarse, sin mirarse, sin “contaminarse”, la desesperación venida del África más profunda trepa a la inmunda, a la criminal, a la inaceptable valla. Bultos humanos encogidos sobre sí mismos, aguantando más de trece horas de sol reseco, para saltar sobre el tejado de sus sueños, para acceder al “paraíso”.

Un fotógrafo preocupado de que recuperemos humanidad, José Palazón, logró captar esta imagen que para nuestra desgracia no es un montaje, que para nuestra vergüenza no es el producto de la manipulación realizada por ningún procesador digital. Es la absurda, inconcebible, desesperada, imagen de una realidad cotidiana que debiera llenarnos de horror y de asco propio. Esa es nuestra “humanidad”.

Sabemos (y si no lo sabemos no será por falta de medios para informarnos) cómo, por qué esas personas se juegan la vida para escuchar, de cerca, los cantos de sirena del paraíso. Un paraíso de indolencia, de corrupción generalizada, de malas artes, de gente fuera del mundo (de éste y de todos) que dicta normas salvajes contraviniendo las mismas normas salvajes que antes había dictado. Sabemos qué sucede cuándo unos pocos logran saltar la valla maldita, sabemos, que vamos a tomarnos nuestras duchas de agua bien caliente, que vamos a dormir arropados, a comer (mejor o peor) nuestras cuatro ingestas diarias. Aquella no es nuestra vida, no es nuestra película.

Bastante tenemos con la que está cayendo en casa, así que pasamos displicentes la hoja del periódico, o llevamos nuestros pulgares, como al descuido, a cambiar el canal que nos produce cierta inquietud en alguna parte de nuestro ser. No es nuestra historia, o eso queremos pensar.

Pero resulta que sí es nuestra historia. Es nuestra historia porque África viene siendo expoliada por nuestro mundo Disneylandia desde el comienzo de los tiempos. Porque su desgracia mayor es su enorme e inagotable riqueza. La misma que lleva a las multinacionales de nuestro mundo a exprimir hasta la última gota de su sangre, a fabricar guerras tribales en beneficio propio, a propagar enfermedades para loor de las grandes farmacéuticas, a depredar su ambiente, a exterminar su fauna por placer o business, a obligar a sus hijos e hijas a seguir siendo esclavos generación tras generación. Porque esto es África, como diría la cancioncilla de marras.

África es la desgraciada consecuencia de la rapiña de unos pocos(as) y de la indolencia de unos muchos(as). Porque esto es Europa. El paraíso para las alimañas de toda laya que utilizan el planeta entero como escenario de juergas, cacerías, saqueos y exterminación. Nosotras, nosotras, somos esos seres grises a los que compran con garbazos podridos, esas pálidas sombras de nosotros mismos que aprietan el pulgar, indiferentes, en su mando a distancia, mientras el mundo estalla.
Darriba, Luz
Darriba, Luz


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