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El zoo ilógico

viernes, 17 de octubre de 2014
El zoo ilógico y otras aberraciones


¿Existe algún recinto de exhibición más aberrante que un zoológico?, ¿más inhumano, aunque de animales se trate?

Es probable que no… Cuando muy niños nos llevaron al zoo del cerro San Cristóbal, a donde se llegaba en funicular. La primera impresión era olfativa. Nos golpeaba una mezcla espesa de diversos hedores excrementicios y de efluvios pestilentes que provenían –mucho más tarde íbamos a saberlo- del encierro de fieras y animales diversos en reducidos cubículos, donde la falta de espacio y movimiento provocan la concentración mefítica de los humores que secreta cualquier organismo vivo… Andrés Walker, hace medio siglo, me llevó hasta el fondo de una bodega portuaria, donde dormía el cuidador de la misma, sobre jergones harapientos en los cuales solía recibir esporádicas visitas femeninas -hembras de seguro inmunes a toda fetidez-; asimismo, amigos varones con quienes bebía o se drogaba. Allí pude apreciar que el simio de pie logra superar, en su nauseabundo clímax, incluso al chingue y al zorrillo...

La segunda impresión, en ese parque de creaturas desoladas, fue percatarme de la tristeza irremediable de aquellos seres encerrados en contra de su voluntad, evidenciada a través de actitudes pasivas y casi sonámbulas, como era el caso de los grandes felinos, leones, tigres, leopardos, panteras, y hasta un gato montés, cuyos ojos habían perdido toda vivacidad… El oso polar, náufrago del Ártico, de color amarillento sucio, como los dedos alquitranados de un empedernido fumador, parecía gigantesco perro doliente, bajo la canícula de 35º, mientras alguien le lanzaba, en atroz paliativo, barras de hielo sucio al interior de su inmunda charca.

Las diversas especies de monos, con su ominoso parecido a los seres humanos, de anchos culos lacerados, mostraban también las flagrantes contradicciones de su cautiverio, limitados a breves evoluciones entre arbustos cubiertos de mallas de alambre, recibiendo de los visitantes el maní y otros productos sucedáneos, acechando cualquier descuido para morder la mano del incauto que confiara en su equívoca simpatía, quizá suponiendo amabilidades propias de la mona Chita, tierna amiga del rubio Tarzán…

Pero quizá lo más penoso resultara una pareja de cóndores recluidos en estrecho gallinero… Después de haberlos visto volar, majestuosos, sobre las azules cumbres de Los Andes, y apreciar el contraste grotesco de aquellos dos pajarracos con aspecto de buitres en completo desaliño, condenados a yacer prisioneros, como en aquellos campos donde los humanos suelen confinar, época tras época, a sus ocasionales enemigos, yo no podía entender que su airosa figura, recogida en el emblema patrio, se asociara a proezas imperecederas de la nación… Mi padre nos recordaba, a propósito de la heroicidad emplumada, que el mejor cuerpo aéreo de los alemanes, el que bombardeó con ferocidad genocida a los civiles de Madrid y Guernica, fue la División Cóndor.

Son de antigua data estos campos de concentración de animales, concebidos para exhibir, ante niños, jóvenes, adultos y viejos, las diversas especies animales, sobre todo las exóticas, las provenientes de África, por ejemplo, comarcas en las cuales habitaban las fieras más temibles; también de la India, desde donde procede el incomparable tigre de Bengala, que en cautiverio empieza a semejarse a una ridícula alfombra de nuevo rico… Quizá el propósito de estos recintos fuese también alentar las cacerías en el África remota, y el emprendimiento de safaris para turistas con dólares y espíritu de aventura… Es probable que el infante Juan Carlos de España hubiese visto elefantes en el zoo de Madrid, y haya creído que eran fáciles de ultimar.

Abriendo el gigantesco zoológico virtual de Internet, leemos:
Desde la antigüedad, gobernantes de países tan diversos como Egipto y China han tenido colecciones de animales cautivos, pero el concepto de parque o jardín zoológico, en el que los animales cuentan con una cierta libertad de movimientos, es más reciente. (Nótese la falacia del concepto de “libertad reducida”).

En el siglo XVI, el conquistador español, Hernán Cortés, a su llegada a Tenochtitlán, se quedó maravillado ante el gran jardín que el emperador azteca, Moctezuma, había creado con animales traídos de todos los rincones de su imperio. (También arrasó estos recintos el civilizado conquistador, y debe haber devorado, en monumentales cazuelas, sus aves multicolores). Los primeros parques zoológicos modernos fueron la Casa Imperial de Fieras, establecida en Viena en 1752 e inaugurada al público en 1765, y el zoo creado en 1793 en conexión con el Jardín Botánico de París. El parque zoológico de Regent's Park, en Londres, fue creado en 1828 por la Sociedad Zoológica de Londres. En 1931 la sociedad inauguró Whipsnade Park (condado de Bedfordshire), con un área aproximada de 230 hectáreas, que se ha convertido en uno de los zoos más famosos del mundo. El zoo más antiguo de los Estados Unidos fue inaugurado en el Central Park de Nueva York, en 1864 (Coincide con el término de la esclavitud para los que luego iban a ser 'afroamericanos', venidos también en jaulas de hierro, desde las “tierras salvajes” del otro lado del mar).

El Parque para la Conservación de la Vida Salvaje Internacional, situado en el Bronx Park de Nueva York y más conocido como zoo del Bronx, abrió sus puertas en 1899. Fundado por la Sociedad Zoológica de Nueva York (hoy Sociedad para la Conservación de la Vida Salvaje), el zoo cuenta con una de las mayores colecciones de animales del mundo. En Estados Unidos está también el zoo de San Diego, que cuenta con la colección de animales más completa de las dos Américas. Lugares como Missouri, Bombay, Calcuta, El Cairo, Tokio, Berlín, Munich, Madrid, Barcelona y Roma albergan grandes colecciones de especial importancia. En Latinoamérica se multiplicaron estos recintos, entre los que destacan los de Buenos Aires y Mendoza en Argentina, el de Pará en Brasil. (Mientras muchas especies se extinguen en su otrora “hábitat natural”, otras agonizan en los parques zoológicos de las grandes urbes).

El capo universal de la coca, Pablo Escobar, también “benefactor de la vida salvaje”, articuló un gigantesco parque zoológico en sus dominios de la selva colombiana, en una extensión de tres mil hectáreas, incorporando especies de África, tales como hipopótamos y cocodrilos... Sin el debido control, estas bestias colosales franquearon los límites del recinto e infestan hoy ríos y lagunas, acabando con especies autóctonas que carecen de medios defensivos para enfrentarlos.
Yo reemplazaría los zoológicos por recintos acotados, con sus correspondientes jaulas, para exhibir a los distintos tipos humanos… Pues si se trata de un fin didáctico, nada mejor que enseñar las miserias y grandezas de nuestra propia especie, la más autodestructiva que se haya creado -quizá la única que se aniquila a sí misma de manera consciente y pertinaz, y de paso, arrastra a las otras en el despeñadero de la muerte-, para alertar a los más jóvenes de los riesgos que les aguardan, aun cuando entre los homo sapiens sea inevitable experimentarlos en carne propia, una y otra vez.

-Pero si eso ya existe. Veo que usted está atrasado de noticias… ¿Acaso no vio al poeta Hernán Miranda, hace diez años, encerrado en una jaula del Zoológico de Santiago? Los niños preguntaban a sus padres: -¿Cómo se llama ese mono que lee? (Hernán recitaba tras la reja, imperturbable, su bello poemario “Arte de Vaticinar”).

-No se confíe… En este mismo momento hay millones de ojos escrutándole. Haga lo suyo, lo que le corresponde, muévase en su ámbito, sin aspavientos de animal enjaulado. Y recibirá el justo premio de su diaria comida… Es posible también que alguien le lance un cacahuete o alguna golosina menor; considérelo el postre, es decir, lo postrero.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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