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Parientes pobres

martes, 23 de septiembre de 2014
“Una sana economía global no puede sostenerse con socios deficitarios”.
Presidente del FMI


Los parientes pobres suelen resultar molestos; constituyen un problema en ciernes. Cuando aparece uno de ellos, sin convite previo, es que viene a pedirte algo: dinero, favor o servicio de índole semejante. (De seguro no vendrá a inquirir por nuestro estado de salud). Entonces, es preciso ponerse en guardia, aducir apreturas ocasionales, situaciones embarazosas que nos impiden acceder a lo requerido. El riesgo de ayudar a un pariente (país) menesteroso es que volverá por más. ¿Cómo dejarle en claro que esta es la última, que la rogativa no va a repetirse?

Los parientes pobres no entienden que la riqueza, más allá del esfuerzo personal y la inteligencia para obtenerla, es un bien que proviene de lo alto, una bendición, un premio de la divinidad que, como la gracia, no precisa de explicación alguna, menos aún de justificaciones sociológicas ni de filosofías revolucionarias. Es más, debido a la lucidez de Calvino, el bienestar económico es fruto bendito de la habilidad capitalista. De allí, a la santificación del trabajo productivo ajeno, en directo beneficio de la minoría emprendedora, hay un breve paso, tan corto como el del gorrión sobre el nido.

Los pobres pueden causar desasosiego entre sus parientes más afortunados, introduciendo en la morada del rico cierta inquietud, parecida a la mala conciencia, como voz soterrada que en medio de la noche te musita: “Eres injusto, aprovechador, egoísta y poco fraterno”; o peor aún: “También tú fuiste pobre”, que es como meterte el dedo en la llaga que cubre la túnica púrpura... Esto puede extenderse, como lava maléfica, a los demás miembros de la familia, al punto de interferir, por ejemplo, en medio de una fiesta dispendiosa, para recordarte que el derroche de manjares y hedonísticos goces es parte de lo que privas a otros, más aún ‘a los de tu propia sangre’, como expresaría un moralista decimonónico .

Pero la conciencia es como un mulo exhausto después de su labor cotidiana, susceptible de ser aliviado con agua fresca y una buena brazada de pienso. Al día siguiente, será positivo aventar el mal resabio de la víspera, emprendiendo una obra social, reuniendo ropa –¡hay tanta!- que no usamos y permanece impecable… Podemos agregar algún utensilio doméstico fuera de moda, para adicionarlo a la donación que haremos, seguramente con un: “¿No te ofendes, verdad?”.

Los países atrasados –en vías de desarrollo, según eufemismo político al uso- constituyen los parientes pobres de la comunidad mundial (globalizada). Sólo que son menos conformistas que los allegados tribales, porque pugnan, peligrosamente, por emular a las naciones del “primer mundo”, y, sin contar con esfuerzos suficientes y méritos valederos, quieren hospitales bien provistos, escuelas y universidades modernas, habitaciones dignas, agua potable, luz eléctrica y transporte eficiente; ni qué decir alimentación variada y nutritiva (se parecen muchísimo, pues, a los parientes pobres).

Es el drama que vive hoy la Unión Europea, vieja utopía (mucho más antigua que Spengler y Ortega y Gasset), por haber aceptado entre sus solventes miembros fundadores, de manera irresponsable y subsidiaria, a integrantes de menos pergaminos, que les vienen costando “un ojo de la cara y la mitad del otro”. Pasaron la prueba, con mediocres calificaciones –es cierto-, España, Italia y Portugal, tres países de latino dolce far niente y mucho sol, que se acostumbraron a ser, más o menos, “mantenidas oficiales” en la Casa Grande, a punta de inyecciones monetarias y préstamos blandos… La peseta, la lira y el escudo, simbólicas monedas de rancia prosapia, fueron sacrificadas en la mesa de los cambistas cibernéticos; el Euro las sustituyó, después de forzosa implantación que hizo más pobres a los menesterosos y más ricos a los hijos de Fortuna.

¿Quién diría que Grecia, cuna y espejo de la civilización occidental, con sus ruinas como pústulas de un pasado glorioso, iba a transformarse en convidada de piedra, en desagradable comensal en la espléndida mesa de los países (parientes) ricos? Nadie, entre los anfitriones que presiden el banquete, está dispuesto a escanciar el vino ni a trinchar el faisán. Antes, es preciso asegurar que con esta ayuda –que será la última, quede claro- tendrán los griegos pobres que enderezar sus cuentas y sanear el alicaído presupuesto. ¿Que la mayoría va a pagar la farra de inversores y bolsistas connacionales, coludidos con sus pares de ultramar? Por supuesto, de eso precisamente se trata. Total, los pobres siempre pueden serlo un poquito más.

El asunto es no acarrear zozobra a las familias (naciones) bien constituidas. No vaya a suceder que en todos los ámbitos de este frágil globo, redondo y brillante como una moneda, vayamos a escuchar, cual campana de malos presagios, la voz temerosa del mayordomo: -“Amo, se nos volvió a llenar de pobres el recibidor”-.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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