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Preciosa juventud

jueves, 28 de agosto de 2014
Entre las cosas que me resultan más alegres de la vida hay dos: una, ver a un joven hablando con un anciano y la otra ver a una parejita besándose. Son para mí dos imágenes muy bellas porque quizás condensen la vida. La primera porque es la raíz del futuro, la historia, y la segunda porque es la expresión del amor, el motor de la humanidad. La conversación porque implica ver la realidad desde dos ópticas distantes y distintas y el beso porque es la más clara expresión de una afectividad mutua.

Hay muchas personas que despotrican de los jóvenes por dos razones: una porque ellos jamás fueron jóvenes, y otra, porque habiéndolo sido, no supieron envejecer. Sin embargo, aunque veamos la vida desde nuestra óptica de otoño, sin duda la juventud es para mí la mejor etapa de la vida, aunque pudiera parecer una etapa de continuos errores. Creo que debemos reconocer en ella que ha sido la mejor época para nuestros sueños; la etapa en que todavía éramos sinceros; los tiempos de lágrimas y risas; de fracasos y éxitos; de traiciones y valentías; los días en los que aún tenía sentido decir: hago lo que me da la gana; las horas de crisis económica permanente; los momentos de incontinencia verbal; las fiestas y dolores llenos de espontaneidad; la juerga permanente y el vivir pasando olímpicamente de la sociedad con el riesgo de ser tachados de locos. ¡Bendita locura enamorarte de la persona “equivocada”!. Tiempos de hastío de hipocresías y vanidades en los que hemos hecho estallar nuestra rebeldía. Tiempos de un camino sin futuro ni retorno; de búsqueda de utopías, de fuentes donde amamantar nuestras inquietudes. Camino de piedra y de charcos, de zarzas y de flores, cuando las rosas todavía olían y los duendes vivían para curar y acariciar nuestros maltrechos corazones.

Ciertamente, quizás no hayamos estudiado lo que debiéramos; quizá hayamos bebido en demasía-qué suerte que no había drogas a nuestro alcance-; quizás nuestro sexo, en ebullición desde la adolescencia, y ahora ya cocido, haya jugado al amor arrastrado por la veleta de las hormonas; quizás no hayamos luchado lo suficiente para cambiar el mundo y nos hayamos acomodado como si ya todo estuviese hecho; quizás hayamos menospreciado los ejemplos de solidaridad de los humildes; quizá hayamos creado patrones de ejemplaridad en triunfadores avaros del becerro de oro; quizás hayamos desechado los esfuerzos de los verdaderos maestros …Hay demasiados quizás que nos acompañan y que tarde comprendemos nuestro error. No, no hemos mejorado en nada el mundo que nos habían legado nuestros mayores ni, lo peor, hemos sabido ver el futuro que aguardaban a nuestros hijos-quienes los tengan- ni hemos luchado lo suficiente para que ellos hoy pudieron sentirse orgullosos de nosotros. Les hemos presentando un mundo donde la preocupación de la mayoría es el dinero y el estatus y poco importa eso ya es concepto tan manido que se llama ser humano.

Hemos aceptado el Capitalismo, la globalización-disfrazada falazmente, y una vez más, de libertad-, el despido libre…y perdido miles de derechos que nos habían legado nuestros mayores conquistados a base de sangre. sudor y lágrimas y nos hemos escondido el ala bajo ese maldito eufemismo de resignación llamado “eso es lo que hay”. Y lo que hay lo hemos hecho nosotros con nuestros errores, que acostumbran a ser la apatía, la comodidad o esa malsana costumbre de culpar a los demás de nuestra cobardía.

Los jóvenes hoy lo tienen muchísimo más crudo que nosotros por la sencilla razón de que no hemos hablado con ellos con sinceridad. Los hemos dejado dejados perdidos en la playa sin advertirles del peligro de las olas y así han sufrido los tiburones de la droga, el juego…y un sinfín de “atractivas” sirenas. Le hemos inculcado el vicio del dinero y presentado éste como el cepillo mágico que limpia la inmoralidad. Lo hemos idolatrado llevados de nuestra miseria económica, y sobre todo mental, sin percatarnos de que los “tiburones multinacionales” los obligarían a la emigración, a la precariedad y al paro. Les hemos dado carreras, másters –incluso comprándolos- para frustrarlos como camareros u otros trabajos poco acordes a sus expectativas. Cruel realidad que aboca a la peor desesperación. No hemos sabido trasmitirles lo que ellos mismos descubren cada día: el espíritu de superación, la lucha, el esfuerzo, la relatividad de lo económico, la generosidad de los que los quieren, la complicidad de los que los acogen en tierras extrañas.

Es comprensible ese sentimiento de amor/odio a un país que tanto amaron y que no quiso o no supo esperar por ellos. Un país que los necesita como futuro y que vive ajeno a su realidad bajo el cubilete de infinidad de trileros. Trileros de la política y de toda calaña que nos invaden como medusas y tratan de comprarnos a base de dádivas y otros subterfugios. No les llega el dinero, querido Emilio Ínsua.

Queridos jóvenes, algunos aún quedamos esperando que el tiempo escampe y podamos disfrutar de vuestra compañía y la de vuestros hijos, aunque sea compartiendo el pan, porque el dinero sólo es el vino de los golfos.

¡Qué la vida sea generosa con vosotros y vuestras familias, que nunca os falten los sueños y la capacidad de lucha para mejorar la sociedad, sed la fuerza que rompa la apatía, el egoísmo, la cobardía. No os rindáis nunca ni renunciéis a vuestras utopías porque, si lo hacéis, entonces ya seréis viejos!

Y si no me comprendéis, pensar que son delirios de una castaña en otoño.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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