Placeres etarras

José Ignacio de Juana Chaos se ha puesto en huelga de hambre para conseguir la libertad tras pasar en la cárcel diecinueve de los 3.000 años a los que está condenado por veinticinco, veinticinco, sí, asesinatos. Su historial dice que se tituló en prisión por la Universidad del País Vasco en alguna carrera universitaria con esas ayudas especiales para etarras que no requieren demasiado estudio. Pero por poca filosofía que haya leído sabrá que, según Sócrates, “la mejor salsa es el hambre”.

Quizás piense que si ganan los suyos podría montar un restaurante especializado en hambrunas como salsa. Sería el resultado natural de la sociedad de socialismo o muerte que proponen: hambre, miseria y dolor. Nadie puede creerse que vaya a dejarse morir, como sería la obligación moral de quien mató tanto explotando su entrenamiento como ertzaina. Sobrevivirá a su huelga. Y no morirá porque, aparte de no haberse arrepentido y de no confesar sus pecados a monseñor Setién para ir al cielo con mínima contricción, su sentido de la vida está relacionado directamente con el asesinato, la comida y el placer, y de ahí que sea lógico pensar que quiere montar un restaurante del hambre.

En una carta desde la cárcel, interceptada cuando se revisaba la correspondencia a los terroristas, describía sus emociones tras conocer el asesinato del matrimonio Becerril en Sevilla: "Me encanta ver las caras desencajadas de los familiares en los funerales. Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia. Esta última acción ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes". Freudiana confesión dietética: el dolor, el crimen, como enorme comilona. Cualquier otro alimento es innecesario. Pues, adelante, que lleve su banquete con el hambre como salsa hasta el final. Aunque no lo hará. Harto del ayuno, volverá a lo sólido y esperará nuevos asesinatos como variante alimentaria.