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El valor de las palabras

jueves, 24 de julio de 2014
Me contaron el otro día que un conocido político había reivindicado la figura de su padre como ejemplo de integridad y de moralidad pública con la misma desfachatez que él presume de irse de rositas con la valiosa ayuda del sistema judicial. Todos los presentes en el discurso, la mayoría pesebristas del político en cuestión, callaron o miraron para otra parte porque conocían el curriculum de los personajes. No hay mejor agua para lavar las gafas que deber favores a quienes con tanta jeta se ven obligados a presumir de las virtudes de las que siempre han carecido. Y es que, señores, estamos viviendo una ola de tergiversación del lenguaje que ya nadie sabe lo que quieren decir las palabras.

No sé si ustedes han reparado que cada uno que es condenado en firme se refugia bajo el paraguas de:”Tengo la conciencia tranquila” y uno, habituado ya a la injerencia de la política en la justicia, no es capaz de discernir entre su conciencia y las de otros. Sabe que ahora las conciencias son como la plastilina, acomodaticias, máxime si hay dinero por medio. De modo que no cree en la justicia y menos en lo políticos.

Las palabras hoy son unas señoras prostitutas –siempre mi respeto por las profesionales del sexo-digo que las palabras, puestas en labios de esta calaña de individuos, se quedan sin significado porque se hurga en ellas para extraerles la esencia, matándolas, y utilizando sólo el significante como decorado del soporte en cuestión.

Lo que no saben ellos, estos viejos zorros de la mentira y profesionales de la falacia, es que algunas personas sabemos leer en los gestos, las actitudes, en los encuentros y desencuentros, en los ojos de rencor del que trata de disimular su pecado, en las poses de altanería tan habituales en los mediocres, en las críticas recibidas, en la maledicencia de los cobardes, en la caradura de algunos que te calumnian mirándote a los ojos con la mayor indecencia.

Las palabras son la sangre de las venas de los poetas, el eco de la verdad y viven en el corazón de cada hombre y alguien ha de defenderlas de los abusos falaces de tanto golfo por muy importante que sea el político en cuestión. Bastante desgraciados somos para dejar en sus manos nuestros destinos.

Ya lo sabes, mentiroso, nunca te voté porque en cada hombre hay un pequeño Pepito Grillo que nos permite discernir entre verdadero y falso y la bolita de loa ruleta te conoce como runrún.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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