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A Maruxaina

lunes, 15 de julio de 2002
La Xunta de Galicia tiene en sus manos un documento que justifica la pretensión de la asociación de "amigos de la Maruxaina" para declarar la fiesta del segundo sábado de Agosto de interés turístico.

Desde el punto de vista cultural estamos ante una vieja tradición entre las gentes que viven pendientes del Océano. Desde el punto de vista popular estamos ante una fiesta de enorme concurrencia en pleno verano de A Mariña.

Pero hay más. Es la eterna dualidad entre el bien y el mal, el juicio popular ante una leyenda que habla de la conducta de una sirena con las gentes que viven de la mar; incluso con juicio en la noche de Agosto, ante el pueblo, en medio de la plaza que, una vez más, es el punto de encuentro de la comunidad.

Las cartas marinas siempre han indicado la presencia de las islas que dieron lugar a San Ciprián, y en esas islas, entre aves marinas, acantilados capaces de dar al traste con los buques, vive una mujer que puede ser causa de miedo o de alegría.

En la cueva de Xan Bello, y tal como la describió Luis Seoane en 1948, desde su exilio de Buenos Aires, esa extraña criatura con su candil, oculta pero haciendo sentir su presencia, se convierte en un mito que se transmite oralmente, de generación en generación.

Es la hechicera de una Galicia temerosa del más allá, de las profundidades y de las galernas, que sabe de los cambios de carácter del viento y de la mar.

En una costa descrita como aposento de la tribu de los Egi-varri, que transcurre su vida entre la pesca y la industria, entre la emigración y el aislamiento, entre Sargadelos y Alúmina, hoy Alcoa.

La Aldonza de Seoane es vieja, fea y sobrecogedora. La sirena de Kike Guerra es rubia, joven, con sonrisa burlona.

Una comarca que vivió entre balleneros a partir del siglo XV, que emprende la aventura de la industrialización a finales del XIX, gracias al ilustrado de Oscos, Marqués de Sargadelos, al que hace un retrato el pintor de la corte, Goya; que sufre la francesada y que emerge gracias a Díaz Pardo y Seoane, en pleno siglo XX.

Una comarca en la que, los pinos y los eucaliptos mueren en la mar que besa las arenas de unas playas de granito, caolín y pizarra.

El miedo al naufragio, los faros como atalayeros del navegante, el ruido del viento y la mar, como melodía inacabada, son paisaje que más que verse, se percibe.

A Maruxaina es mujer, es peixeira, es madre de marinos, es vigía de las noches negras, es nodriza de los niños, es símbolo de una tierra muy al norte.

Hoy, gentes de tierra adentro y de esta costa Cantábrica, se contaminan con la noche en que todos llaman ya por su nombre, a la Sirena. Ya nadie la teme. Ya nadie la invoca en medio de la mar. Ya todos la acompañan en procesión por la playa, entre el sonido de las gaitas y la luz del carburo, a la cita con la magia en aquella escuela, en la que solíamos vernos, por vez primera, entre sonrisas tímidas, los mozos y las mozas de un pueblo casi desconocido para las gentes de la España, todavía de charanga y pandereta.

La vieja que algunos marineros oyeron gritar entre los riscos y acantilados, entre el viento y la lluvia del temporal, se ha hecho mujer joven y alegre, divertida, capaz de bailar hasta el amanecer y de dar cobijo a los amantes de las playas con bandera azul.

Ser Maruxaino es tan importante como ser cofrade de Os Caladiños por la Semana Mayor en el casco viejo de un Viveiro sorprendente por su encanto.

Este año, el cartel del pintor Magahanes, discípulo de Laxeiro, le muestra descarada, provocativa, capaz de encandilar a cualquier navegante que recale en nuestro puerto al final del Camino Real de las Fábricas de armas y municiones de Sargadelos.

Los Traiñones de antaño, la flota del bonito, los barcos de cabotaje que hacían la ruta de la sal, de la madera de pino y eucalipto, para las minas de Asturias; los viejos patrones de costa o de pesca, los devotos de San Andrés de Teixido o de San Antonio de la Regueira, han sido jubilados.

La Galicia Marinera se hace piscifactoría, se hace turística y quiere que San Martiño, en tierras entre Mondoñedo y el Valle de Oro, sea declarado Patrimonio de la Humanidad.

Hoy las deleidades son otras, de carne y hueso, universitarias, capitanas de empresas multinacionales, enganchadas al teléfono móvil y al ciberespacio, y han perdido su melena que recogían entrenza al estilo Maruxaina.

Hace años, yo mismo me inventé la historia de una Maruxaina que era hija de un torrero, que cuando se cayó a la Mar, las Gaviotas se juramentaron y la hicieron sirena.

Pero da igual; siempre habrá un lugar en el planeta que busque su propia Maruxaina.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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