¿Queremos otra Constitución?

La demanda de un referéndum sobre la monarquía crece impulsada por los antisistema como Podemos, y entre algunos que la habían apoyado en la Constitución en 1978, como el Partido Comunista y el ahora desorientado y dubitativo PSOE.

Paralelamente, muchos ciudadanos, normalmente apacibles, advierten: si se cuestiona el actual Estado, deberá revisarse toda la Constitución; y añaden que ellos también convocarán manifestaciones masivas para exigirlo.

Cuidado, pues: parte de estos pacifistas que aprobaban el envío de soldados a mediar en las guerras secesionistas balcánicas, por ejemplo, quiere que una nueva Constitución ordene explícitamente el empleo de las armas para defender la integridad territorial española en peligro, como hace Ucrania contra los separatismos prorrusos.

Creen también que obtendrían un sí estruendoso a favor de la cadena perpetua y la derogación del artículo 25-2 de la Constitución, que declara que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”.

Proponen aprobar los trabajos forzados, vetados en ese artículo, y están seguros de que ganarían, aunque con menos margen, el referéndum sobre la pena de muerte para los autores de crímenes especialmente odiosos.

Sí: si alguien quiere cambiar el Estado, otros ciudadanos exigen que sea atendiendo a demandas como la de poder ejecutar a los peores terroristas y a tipos que consideran “alimañas”, como Carcaño, asesino de Marta del Castillo, o los que violaron, atropellaron y asesinaron a Sandra Palo.

Un número cercano votaría en referéndum la expulsión inmediata de los inmigrantes indocumentados y exigiría negarles toda asistencia sanitaria, incluida la urgente.

Esta Constitución elaborada por esa “casta” de políticos que ahora denigran Podemos y otras izquierdas, incluso parlamentarias, es de un humanismo que desaparecerá cuando aparezca un Le Pen tan buen charlatán como Pablo Iglesias.