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El ocaso de las Bellas Artes

jueves, 29 de mayo de 2014
Las Bellas Artes, según nos enseñaron en la adolescencia, eran arquitectura, escultura, pintura, música, literatura y danza. Al cine se le llamaba el séptimo arte. Por definición, las Bellas Artes llevarían implícita la belleza y la dificultad en su ejecución, superior a la que pueda tener, por ejemplo, el desempeño de un oficio. Es decir, el artista tendrá que ser capaz de hacer algo difícil y bello, que impresione a la gente y que provoque emociones positivas, y no limitarse a hacer cuatro garabatos o poner unos hierros retorcidos encima de un pedestal y decir que eso tiene un significado.

Sin embargo, en la escultura y en la pintura se han hecho auténticas mamarrachadas que se confunden con obras de arte y que son vendidas como obras de arte aunque nadie entienda lo que significan si es que realmente significan algo. Como ejemplo no hay más que ver esas espantosas esculturas de hierro oxidado en medio de cualquier parque, o la obra de Lara Almarcegui enviada a la Bienal de Venecia en 2013, o lo que se expone en ARCO, o la Fuente de Duchamp o las obras de Damien Hirst; siendo muy difícil en estos casos ver la belleza y la dificultad de ejecución por alguna parte, y se podría pensar que estamos ante el ocaso de las Bellas Artes. Aunque a los autores se les podría llamar artistas por el arte que tienen para vender tales mamarrachadas al precio que se venden. Pero hay opiniones más autorizadas:

Fernando Sánchez Dragó decía en un artículo en El Mundo, en mayo de 2013: "Se empieza dando palmas al retrete de Duchamp y se termina enviando a la Bienal de Venecia un contenedor atiborrado de escombros para que escenifique en la ciudad de Tintoretto la degeneración sufrida por esa kermesse de monstruos a la que muchos llaman "arte contemporáneo". ¿Hay, acaso, alguna manifestación artística que no haya sido contemporánea en el momento de su aparición? ¿Y son, acaso, arte las mamarrachadas que se acogen a tan palurda etiqueta?...".

A su vez, Mario Vargas Llosa decía en un artículo titulado "El honesto embaucador", publicado en El País en junio de 2012: " No creo que nunca en la historia del arte haya habido nadie como Damien Hirst, desprovisto del más elemental talento y originalidad. En vez de disimular esta condición, la exhibe con desfachatez... Uno de sus méritos es haber demostrado que en nuestra época se puede ser un artista, incluso de gran prestigio, sin demostrar destreza alguna en lo que se refiere a pintar o esculpir, simplemente haciendo lo que todavía no se ha hecho, y procurando que haya en esto algo novedoso y llamativo, que, sin significar ruptura o rechazo radical de una tradición, lo parezca...".

Como todos tenemos un prodigioso cerebro, no es creíble que alguien haga una obra de arte (conceptual o no) que no entienda nadie, salvo los expertos o él mismo, como si se tratara de la teoría de la relatividad de Einstein. Además, si el cerebro de cualquier persona, sin ser un experto en nada, es capaz de apreciar la belleza de la naturaleza o de las personas, también será capaz de apreciar la belleza de las Bellas Artes. En resumen, es bastante sospechoso que una obra de arte no se entienda, como se entiende y se admira por su evidencia la belleza. Actualmente, puede decirse que reina una gran confusión, siendo muy difícil discernir entre lo que es arte y lo que no lo es o, dicho de otra forma, distinguir lo que ahora llaman arte, de las Bellas Artes.

En cuanto a la música - otra de las bellas artes -, con la “invasión rockera" de la segunda mitad del siglo XX aparecieron en los escenarios cantantes sin voz, que con la llegada del rap o hip-hop, pasaron directamente a “hablar” las canciones. De aquella época todavía queda en pie un grupo, ya en la tercera edad, representante de la filosofía de sexo, drogas y rock and roll, con un venerable anciano, que parece pasar de todo, tocando la batería, dos almas perdidas tocando la guitarra y un extravagante cantante contorsionándose por el escenario, siendo el resultado final un espectáculo patético y decadente.

También aquí se puede decir que todos tenemos un prodigioso sentido del oído, con una respuesta logarítmica, al que es muy difícil engañar con distorsiones y desafinaciones. Y si hay un refrán que dice: "Quien canta, su mal espanta", también se podría decir: "Quien canta mal, espanta", aunque haya excepciones, como cuando alguien canta rematadamente mal y posiblemente no se da cuenta de ello, pero, extrañamente, tampoco se dan cuenta los que le escuchan.

En las Bellas Artes, como en todo, están bien las innovaciones y la originalidad pero siempre que haya belleza y calidad. Nada es intrínsecamente bueno por el solo hecho de ser nuevo u original. Pero, definitivamente, en el proceso degenerativo de las Bellas Artes, todo vale y todo es arte.
Paz Palmeiro, Antonio
Paz Palmeiro, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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