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Sonelle: Nostalgia campesina

lunes, 14 de abril de 2014
¿Qué fue de la vega de Sonelle y de sus campesinos? ¿Qué ha sido de aquella hermosa vega del Valle de Oro cuyo nombre hacía recordar a la selva de Esmelle de "Merlín e Familia"?

Recuerdo aún la algarabía de las tardes de campo, los carros cantando y los labradores arrastrando sus zuecas de madera por los caminos que llevaban a Sonelle y allá, a lo lejos, la Casa Grande, donde un hombre sabio daba consejos sobre las cosechas a sus paisanos como si del mismo Merlín se tratara.
Sonelle: Nostalgia campesina
La vega era llana y fértil, tierra de primera, atravesada por una carretera y flanqueada al sur por el río Oro y los bosques del Recanto. Al norte y al este limitaba con el río de Bao, y al oeste con los montes del Condado y las fincas de la Casa Grande. Al suroeste, perfilando el horizonte, se divisaban lejanas montañas.

El tiempo transcurría lentamente para los campesinos en dulces y sosegadas tardes de campo, unas veces soleadas y otras veces lluviosas y melancólicas. Los vecinos se ayudaban unos a otros en las tareas agrícolas, sobre todo durante la siembra y la siega del trigo, pero lo más importante era el calor humano que había entre ellos; conversaban largamente, se reían y cantaban o silbaban, y en las vegas y caminos había un inmenso griterío que duraba hasta el anochecer.

Era sumamente interesante la alternancia de los cultivos: El trigo se sembraba en los días de lluvia de diciembre y se segaba en julio, a veces bajo un sol abrasador; los nabos se sembraban a finales de agosto y a principios de septiembre y se recogían hasta marzo, aunque en octubre ya había nabizas y en enero grelos; el maíz se sembraba en mayo y se recogía en octubre, y vuelta a empezar con el trigo. De este modo la fértil tierra de Sonelle estaba todo el año produciendo.

Recuerdo a un campesino enjuto, curtido por la intemperie y sobre todo muy tranquilo, al que le daba lo mismo ocho que ochenta, que lloviera o que hiciera sol. No se inmutaba por nada y recorría a paso lento, impasible el ademán, el camino hacia Sonelle con su carro y su vaca, en busca de alimento para el ganado. Se paraba a hablar con todo el que encontraba a su paso y le explicaba sus “teorías” para obtener el máximo rendimiento de la ganadería que, aparte de otras mañas, consistían básicamente en no utilizar piensos.

Otro viejo labrador, que había pasado media vida detrás del arado, cuando estaba labrando su tierra se detenía y daba consejos que había aprendido de sus antepasados como si fueran las palabras de un profeta: “El que entiende la sazón de los nabos, no ha nacido todavía”. Algo totalmente cierto, porque a veces el que mejor cosecha obtenía no era el que más abonaba su finca.

Al atardecer, cuando el sol caía sobre las montañas de Poniente y aparecían las primeras brumas sobre el cauce de los ríos, la gente se iba a sus casas con el ganado y los aperos de labranza y una gran soledad invadía Sonelle. Los campesinos seguían hablando unos con otros por los caminos hasta que el rumor de sus conversaciones se apagaba en la lejanía.

Después de tantos años, la vega de Sonelle aún sigue siendo verde y hermosa como tantas vegas del Valle de Oro, pero sin campesinos.
Paz Palmeiro, Antonio
Paz Palmeiro, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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