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Cambios sociales

miércoles, 15 de enero de 2014
Vivimos una situación económica y política excepcional. Nadie podía creer que los bancos fuesen intervenidos por el gobierno, nadie esperaba que sus sueldos menguaran ni que la sanidad o la educación pudiesen deteriorarse con tal celeridad. Todo parece ser culpa de la crisis y, sin embargo, el fanatismo ideológico de muchos de nuestros convecinos sirve para establecer una guerra dialéctica en la que la izquierda es acusada de derrochadora y ladrona y que, en cambio, todos los recortes actuales son la consecuencia lógica de tales desmanes.

Por su parte, la izquierda acusa a los conservadores de que son unos privatizadores de todo lo público, que su único objetivo es meter la mano en las arcas públicas y favorecer al capital a base de reformas cada cual más desastrosa para la clase trabajadora.

Ante tal tesitura, uno sólo puede pensar que cada cual trata de llevar a su posicionamiento a la ciudadanía. Pero cuando uno no forma parte de tales camarillas y analiza los problemas desde una óptica que trata de ser moderada, puede observar que ni las izquierdas fueron tan derrochadoras ni en la derecha están todos los ladrones.

Si bien, hay uno hechos que resultan incuestionables: muchos individuos llevan en el ADN el espíritu tramposo y la rapiña como divisa. No se trata de encasillarlos políticamente, sino de descubrir que en nuestra sociedad abundan, y mucho, los personajes que se sienten orgullosos de defraudar a la Seguridad Social; individuos que se han hecho ricos a base de mordidas, y todavía están reclamando un nuevo alzamiento militar; nuevos ricos que se han subido al tren de la política con el exclusivo fin de enriquecerse; empresarios que no arriesgan, y sólo están exigiendo, desde sus yates, nuevas reformas que les generen más dividendos; individuos, que han nacido ricos de cuna, y sólo piensan en restringir derechos a los obreros ;y, por su parte, obreros que engañan y roban a sus jefes, que de todo hay en las viñas de Rajoy.

Hay una fauna humana de muy mala calaña, generalmente de costumbres hipócritas, amiga de apariencias y poco sincera en sus planteamientos sociales siempre orientados a mantener su status, sin aceptar consideraciones que reflejan la realidad y están a la vista de todos.

Estamos siempre hablando de que los servicios sociales se deterioran y es totalmente cierto; pero los servicios sociales no son sólo la sanidad, la educación, la dependencia o las pensiones. Servicios sociales deben también ser considerados la vivienda, la luz, el agua, las vías de comunicación y otros imprescindibles hoy para el correcto funcionamiento de la sociedad. El ciudadano está sufriendo en sus ingresos la agresión de las farmacéuticas, que han duplicado los precios de los medicamentos excluidos de la Seguridad Social; como acaban de subir el IVA en productos de primera necesidad; el ciudadano observa como en las escuelas no sólo se masifica, sino que se niega la beca a niños con exclusión social; también puede ver como se han recortado prestaciones a los dependientes y se han suprimido recursos y como las familias o instituciones caritativas tienen que paliar las deficiencias del Gobierno; los pensionistas vemos como nuestras pensiones, fruto de las cotizaciones sociales pertinentes, se congelan o pierden poder adquisitivo porque la política redistributiva del Gobierno prefiere reflotar bancos, perdonar la deuda fiscal a multinacionales o equipos de fútbol, a apretar las clavijas a la grandes fortunas. Sólo se dedican a hundir la clase media y baja con planes que para si quisiera Maquiavelo.

Resulta sonrojante leer en la Constitución aquello que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna. Hoy, después de haberse construido a un ritmo de trescientas mil viviendas anuales, hay muchísima gente con
dificultades para pagar el alquiler-incluso suicidios-, mucha gente ha sido desahuciada porque se quedó en el paro, no por ser estafadores, y mucha viviendo literalmente en la calle. La luz, antaño llama del progreso, es hoy un artículo de lujo escandaloso, responsable del hundimiento de muchas empresas e, incluso, culpable de muchas enfermedades derivadas del frío que pasa quien no puede pagar. Mientras, sus consejos de administración se reparten espléndidos dividendos ante la pasividad, o mejor dicho complicidad de las autoridades.

Nadie entiende que, siendo España un país tan soleado y abundante en energía eólica, se siga apostando por el petróleo y el gas –los que están ahora tan contentos con el gas natural ya veremos que piensan cuando les llegue la factura-.El agua o la basura, antes servicios públicos, se han privatizado con sus consecuentes beneficios empresariales, ante la apatía de la mayoría de la población. Empresas que, por cierto, son investigadas por corrupción. Las carreteras, unas veces escasas y descuidadas -como ocurre en la Mariña -llevamos muchos años esperando un Corredor de la Costa con el con el consiguiente deterioro económico- son, en grandes rutas, patrimonio de las constructoras que cobran costosísimos peajes. Peajes que pagan los ciudadanos que las requieren para sus trabajos.

Está visto que la política no consiste en favorecer el desarrollo económico de la ciudadanía sino en defender los intereses empresariales de los depredadores del País. Porque todas estas excesivas mermas sobre el dinero de la mayoría de las clases populares está deteriorado a pasos agigantados las economías familiares del País y va siendo hora de que alguien tome medidas drásticas en tal sentido.

Están destruyendo la Seguridad Social y bajan el paro a base de jubilaciones y la expulsión de los jóvenes que debieran garantizar el futuro.

Está claro que hay que buscar soluciones, eso sí pacíficas.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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