En decúbito prono

Como tantos españoles durante este caluroso agosto, buscamos alivio y acomodo en la orilla del mar, teniendo como únicos aliados la sombrilla, la toalla, la sedosa arena y el arrullo de las olas y dispuestos a olvidarnos de una realidad, la española, que ni nos ilusiona ni nos anima al optimismo.

Inmerso en mis divagaciones y como única alternativa al "dolce far niente" ojeo la prensa diaria y encuentro este titular: "según la Agencia Tributaria, la infanta Cristina no ha cometido delito fiscal en la reforma de su palacete barcelonés debido a que lo defraudado no alcanza los 120.000 euros anuales", y a medida que sigo leyendo van incrementándose el desasosiego y el convencimiento íntimo de que la consecuencia inevitable de vivir en un país de borregos como el nuestro es tener una administración de lobos como la que padecemos en España.

Duques, EREs, sobres, ITVs, comisiones, sobornos y un largo etcétera son los atributos naturales de una administración que todavía no ha llegado a entender que la democracia no es tanto la manera en como se alcanza el poder sino más bien la forma en que éste se ejerce, y cuyas únicas y sempiternas señas de identidad han sido siempre la corrupción, el nepotismo y el latrocinio generalizados, siempre amparados por una justicia que sólo muestra su eficacia cuando se trata de juzgar a los más débiles de la sociedad y que, a lo largo de los siglos no ha mostrado jamás el más mínimo propósito de la enmienda ni el dolor por los incontables pecados cometidos.

Siguimos, por tanto, desolados y en decúbito prono, intentando dar respuesta al eterno dilema en el que se desenvuelve la sociedad española, que duda entre erguirse y plantar cara a tanto abuso o bien, y aprovechando la postura, bajarse los pantalones y dar cumplida satisfacción a los millares de cabrones desalmados que, usando el fraude democrático vigente, ocupan todos los resquicios de nuestra administración para dedicarse a su vocación favorita, que no es otra que dedicarse a darnos por el culo.