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Eufemismos en torno al aborto

martes, 25 de junio de 2013
Esto del talante -sin segundas- democrático lleva a confusión. En especial, cuando algunos defienden lo bonito que es opinar y mantener discrepancias sin imposiciones... pero solo cuando les conviene. Lo digo porque hace poco, en una tertulia vespertina de radio presentada por una periodista conocida y emitido por una emisora no menos famosa, las voces de algunos contertulios vocingleros sonaban a favor del aborto y en contra de las argumentaciones de otro contertulio, pobrecillo, que se manifestaba a favor de la vida humana y en contra de esa cultura de la muerte tan asentada en la corriente tan de ahora del “si me molesta, lo suprimo”.

En este tema, como en otros, parece ser que lo democrático es escuchar a quienes están a favor del asesinato de niños no nacidos y además no imponer ninguna restricción a ese deseo tan del mundo que llaman desarrollado. Porque, eso me pareció entender en la radio, los que vivimos en este mundo pudiente y con recursos para abortar no tenemos por qué comernos el marrón de un hijo incómodo y no buscado. Defender la vida de los hijos queda, por lo visto, para el mundo de los menesterosos. Como si no fuera igual de democrático, o más, defender la vida humana desde que se produce ese apelotonamiento de células –perdón por no meterme en terminología biológica más compleja- que comenzamos siendo todos.

Vamos, que parece poco democrático limitar o prohibir el aborto. Porque entonces, dicen los progres, nos encontraríamos ante una imposición del lobby retrógrado y clerical. Es curioso que campen tan a sus anchas los del lobby rosa y abortista. Es como si diera caché apoyar el asesinato de bebés no nacidos y arremeter contra los defensores de la vida humana. Vida que, me parece, todavía es derecho fundamental.

Estas manipulaciones a veces provienen de medios tradicionalmente progres, dirigidos por directivos que sufren la crisis con sueldos conservadoramente millonarios. Sin embargo, el discurso proabortista aparece también en ocasiones en medios más… tradicionales. O, mejor dicho, en medios de empresas que padecen una cierta esquizofrenia estratégica, una especie de trastorno bipolar empresarial. Lo digo por alguna gran empresa que acoge a emisoras de radio y televisión de inspiración digamos conservadora junto a otras especializadas en dar caña al gobierno popular -y no es que no se lo merezca- y a la Iglesia. Incluso la misma emisora emite programas en los que se respiran aires muy diferentes.

Naturalmente, y como no podría ser de otra manera, será la cosa del pluralismo democrático. Nada que objetar. Solo señalar lo llamativo. Al menos, porque los medios habitualmente calificados como progres tanto por sus adictos como por sus críticos, no practican tal dicotomía; antes al contrario, no se les ocurre poner al frente de un programa a un amante del ideario opuesto. Aquellos solo emiten la misma melodía. ¿Será que los progres tienen menos talante -sin segundas, insisto- democrático que los demás? ¿será que hay no-progres un pelín acomplejados y que lo disimulan incluyendo de todo en sus parrillas para tener contentas a todas las audiencias y que no les tachen de cavernícolas sectarios?

¿Por qué aceptamos la manipulación de las ideas, de los valores y del lenguaje, sobre todo, si lo que terminamos manipulando son seres humanos? Deberíamos ser más cuidadosos con los eufemismos: la consabida interrupción voluntaria del embarazo, ocultando la muerte de un niño no nacido, recuerda a los tratamientos especiales con que la Alemania nazi denominó a los asesinatos, o a la solución final con que los políticamente correctos de aquel nacionalsocialismo calificaron al exterminio judío.

Nuestros eufemismos, fruto de la incultura o de algo peor, nos llevan a hablar de inmolación de un terrorista cuando la palabra que deberíamos emplear es, sencillamente, asesinato. El lenguaje es un instrumento maravilloso de valor incalculable, pero su manipulación es un arma muy peligrosa. La manipulación del lenguaje nos deshumaniza y alimenta en cada uno de nosotros el germen de una falsa conciencia que resta importancia a actuaciones de una gravedad extrema. Actuaciones contrarias a toda ética y hasta incluidas en el código penal.

Los eufemismos van creando, ya lo han hecho, una atmósfera de falsa normalidad solo respirable para quien se deje llevar, queriendo o sin querer, por la corriente de ese progresismo cool y guay que lo inunda todo. La famosa novela 1984, de Georges Orwell, caricatura cruel del estalinismo, evidenció que la deformación del lenguaje es uno de los rasgos diferenciadores de toda tiranía. Hasta de las tiranías democráticas, aunque parezca un contrasentido. Un eufemismo de corte político, como ese inexistente derecho a decidir tan usado ya desde hace tiempo por los nacionalistas vascos y ahora muy de moda entre los independentistas catalanes, aplicado al tema que nos ocupa, debería llevarnos a defender con uñas y dientes el derecho del niño no nacido, esa especie de minoría viva a la que debemos garantizar el bien supremo de la vida.

Deberíamos ser más respetuosos con esa minoría débil llamada no nacido y protegerla de la limpieza étnica que supone ese más que dudoso derecho a decidir. La incultura y otras disfunciones sociales son complicadas de superar al menos a corto y medio plazo, pero… ¿tan difícil es que aparquemos la ideología y los aires de superioridad modernista y que reconozcamos que del amasijo celular surge un ser humano y no una seta?

Aunque, la verdad, vista la visceralidad de algunos de nuestros congéneres, quizá hubiera sido mejor que hace años se hubieran materializado en champiñón.
Hernangómez de Mateo, José Luis
Hernangómez de Mateo, José Luis


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