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La solidaridad responsable en las sinergias ecológicas

martes, 11 de junio de 2013
I
Inmersión temática.

Hace muchos años, allá por 1.978, adquirí una obra de la autoría del especialista en axiología y lógica matemática, José María Méndez, titulada Valores Éticos. Confieso que a ella acudo en las cuestiones axiológicas. En ella, el Cap. XXIV, “Fisiodulia o el respeto a la naturaleza”, contiene, en mi modesta opinión, lo fundamental de cuanto aquí les voy a decir y mucho que no entrará de forma especial y explícita en mi exposición: nos habla de la biodulia, de la genodulia y de la ecodulia, subvalores de la fisiodulia. Dice este autor que el respeto al medio ambiente o ecodulia es de sentido común “y, sin embargo, ha sido con frecuencia olvidado. O mejor dicho, nunca ha sido percibido como una exigencia sobre nuestra conducta hasta nuestros días”, (1). Pero añade algo sumamente interesante: que el hombre se siente conquistador orgulloso de la naturaleza, gracias a los avances científicos, convertidos en eficiencia técnica y económica, que tienen un amplio margen de acción, pero en su transformación de la naturaleza hay que operar con respeto. Por eso concluye que la ecodulia es un valor de respeto.

La Ecología, hoy en día, se expresa en un lenguaje fáctico y en un discurso científico; pero la solidaridad, que ocupará en esta exposición no poco espacio, lo hace en un lenguaje axiológico y en un discurso ético, no exento, por tanto, de escarceos metafísicos, éticos y sociológicos. Sabido es que cuando hablamos de Ecología estamos haciendo directa referencia a las relaciones entre los organismos y su medio ambiente y están presentes algunos de los más apremiantes problemas de la Humanidad, como la expansión de la población, la escasez de alimentos, la polución ambiental, el calor global, el mantenimiento de la biodiversidad, etc., además de los problemas sociológicos y políticos, que están causalmente implicados en todo esto, lo que hace que, para darles solución, es menester un elevado grado de solidaridad, personal, claro está, pero traducida en decisiones institucionales, a nivel local, regional, nacional y, principalmente, internacional; pero sin olvidar que la economía juega aquí un papel tan fundamental que esta solidaridad hay que insertarla en los mismos comportamientos de los agentes económicos personales y entitativos: en la libertad de iniciativa, en la eficiencia, la creatividad, etc.

Seguramente podemos leer varios tratados de Ecología en los que apenas se menciona la solidaridad, al menos explícitamente tratada; pero una modalidad de expresión implícita no significa que, de fondo, no esté presente en el sentimiento de los tratadistas, porque no me explicaría como sin ella se pudieran llevar a cabo las sinergias ecológicas en pro de los cambios y correcciones necesarias para introducir un nuevo rumbo en las relaciones del hombre con la naturaleza, en sentido amplio.

Si incorporamos la solidaridad a la economía, también lo estamos haciendo a la ecología, porque ésta viene a ser consecutiva a la actuación económica del hombre. Decir que tenemos que solidarizarnos para corregir comportamientos económicos con repercusiones ecológicas es tanto como admitir la existencia de una economía ecológica, con una distribución solidaria con los pueblos necesitados, evitando un consumo desproporcionado y haciendo que los ahorros y remanentes vayan a cubrir las necesidades de los más necesitados. Y esto pasa por preguntarse, previamente, cómo canalizar una solidaridad en las cooperaciones para mantener lo ecológico dentro de límites racionales (mediante los avances científicos) o razonables (estructurando argumentaciones de otra naturaleza, pero de evidente utilidad práctica).

Es que ni tan siquiera las estructuras económicas que desencadenaron los desajustes ecológicos resuelven, por ejemplo, el problema de la pobreza, que ha venido creciendo en algunos países hasta porcentajes verdaderamente alarmantes, constatándose una gran distancia en los niveles de vida que separan a ricos y pobres, y los mismos gobiernos, aunque tuvieran la voluntad de corregir esta diferencia, carecen del poder suficiente para hacerlo, porque las grandes entidades económicas, debido a su internacionalización, se les van de las manos, y por esto mismo, sin una solidaridad responsable que parta incluso de las sinergias ciudadanas en esta línea, va a ser muy difícil evitar que los recursos planetarios sean atacados peligrosamente: Paradójicamente tanto la racionalidad como razonabilidad se tornan débiles, mediatizadas por el “cada vez más,” la insaciabilidad, de los agentes económicos.

Luis Razeto Migliano escribe: “la indagación de las causas económicas del deterioro ecológico está poniendo en evidencia cada vez más claramente, que ellas se encuentran fundamentalmente en el modo individualista, competicional y conflictivo, concentrador y excluyente, de una economía muy poco solidaria, que no se hace cargo de graves efectos sociales y medioambientales. Y cuando buscan soluciones concretas a los problemas medioambientales, también cada vez con mayor claridad y frecuencia se piensa en modos de producir, de distribuir, de consumir y de acumular más solidarios que los actuales.” (2).

Así pues, en el producir y trabajar, utilizar los recursos y energías naturales, apropiarse de la riqueza y distribuirla socialmente, consumir productos necesarios para nuestra satisfacción, generar y acumular excedentes que nos sirvan en el futuro, no debería nunca estar ausente la solidaridad, si hemos de tener presentes las necesidades de toda la comunidad, con una visión tal de futuro que incluya las generaciones venideras, que son nuestros hijos, nietos, bisnietos…y esta solidaridad responsable brilla por su ausencia en las reestructuraciones económicas nacionales, en el marco de los procesos de modernización, lo que está llevando a reconsiderar muy seriamente y a revalorizar los modos tradicionales de hacer economía ecológica de los pueblos indígenas.

En nuestros días nos ufanamos del alcance de nuestra ciencia y tecnología, hasta el extremo de poner en manos del hombre instrumentos que le permiten potenciar su capacidad de explotación de los recursos naturales, principalmente los derivados de los combustibles fósiles, que, por no ser completamente aprovechables, acumulan residuos, en la misma combustión, que polucionan peligrosa e, incluso, letalmente, el medio ambiente. El hombre no puede, no debe, quedarse de brazos cruzados y necesita dar respuestas en diversos frentes. Ha de estudiar su relación con el medio, descubriendo y considerando su impacto en el mismo. Es así como surgió la Ecología Humana, que aparece en 1.921, por primera vez, en la obra de Robert Ezpa Park y Ernesto W. Burges, titulada Una Introducción a la Ciencia de la Sociología. Pero cuando abordan el estudio de los sistemas humanos en interacción con los ambientales crean lo que se llama Ecología Social, que algunos estudiosos reducen a tres campos: investigación científica, acción—promoción y compromiso ético con la vida.

La Ecología Urbana, que estudia el impacto de la ciudad, con sus desechos sólidos y gases contaminantes, sobre el ecosistema. Y, por último, la que llaman los teólogos de la liberación Ecología de la Liberación, acerca de la que Leonardo Boff escribe lo siguiente: “Como medio de salvación de la Tierra invocamos hoy la ecología. No en el sentido palmario y técnico de gestionamiento de los recursos naturales, sino como una visión del mundo alternativa, como un nuevo paradigma, de relación respetuosa y sinérgica para con la Tierra y para con todo lo que ella contiene”. (3).

Afirma este teólogo que el ser de la creación al que menos se le hace justicia, no son las ballenas, o el oso panda de China, sino a los pobres del mundo, condenados a morir antes de tiempo, a los pueblos en extinción. (…).

Supongo que no está demás que les diga algo sobre el medio ambiente. No es fácil dar una definición del mismo, porque varía según la ciencia desde la que se defina: biología, economía, sociología, teología, etc.; pero es que, además, depende de la escuela filosófica e, incluso, de la ideología política, en sus matizaciones. Quedémonos, pues, con que el ambiente es el marco en que se desarrolla la vida de un organismo.

Hay que insistir, eso sí, en los impactos que las multinacionales producen en el medio ambiente, pues las sinergias ecológica, en su mayoría, responden, o pretenden responder, a esos impactos, empezando por los directamente afectados y extendiéndose a otras zonas por imperativos de la solidaridad responsable, porque, evidentemente, la mutua comprensión crea y refuerza vínculos, relaciones y pone en actuación los valores tradicionales entre quienes poseen la sensibilidad suficiente para el compromiso, fomentando un proceso de constante comunicación e intercambiando experiencias e informaciones. Y todo esto facilita la puesta en común de objetivos, ideas y diferentes estrategias para evitar o reducir los daños ecológicos y para despertar la cooperación en la defensa de legítimos e irrenunciables intereses vitales.

Justamente por esto, la búsqueda de las decisiones más apropiadas a cada caso compromete la conciencia y la voluntad de las personas, en las que anida el sentimiento que vigoriza la necesaria energía transformadora, que, sin duda, genera no pocas tensiones, activa las búsquedas de soluciones a los conflictos, y, en este caldo de cultivo, hace que emerjan los resortes de la necesaria solidaridad. Y a este respecto ya se viene hablando del impulso de un desarrollo alternativo, sostenible e integral, cuando menos para paliar los perniciosos efectos, y atacar las causas, del deterioro medioambiental. Por tanto, lo alternativo debe ser, naturalmente, ecológicamente sustentable y facilitar una mejor integración social, impulsada por una decidida voluntad comunitaria de poner en práctica los valores de la justicia y la solidaridad.

Por último, es menester extender planetariamente la conciencia de que los desequilibrios ecológicos se originan, principalmente, en los comportamientos económicos insolidarios; pero, para eso, deberían proliferar las exposiciones que permitan abrir cauces, en el complejísimo fenómeno ecológico, sobre todo, por el costado de la solidaridad responsable, que, por otra parte, ya nos sale al paso en los empeños cooperativos, aunque sólo sea implícitamente, porque el impulso más eficaz, en mi opinión, es aquel que tiene su orto en querer lo que debemos hacer, y lo primero que debemos hacer es salvar colectivamente el futuro del hombre, que sólo puede hacerse si salvamos la naturaleza.

Y para salvarla tenemos que empeñarnos en abortar todos aquellos comportamientos del hombre que atacan la biodiversidad, deforestan impunemente los bosques, agotan los recursos naturales en cubrir necesidades secundarias y en usos injustificados, vacían las reservas petrolíferas alegremente, sin pararse a considerar que se necesitaron billones de años para que se formaran, y no reparan en que las generaciones futuras también tienen derecho a vivir en esta nave llamada Tierra, para la que no hay más astillero que nuestro firme propósito de salvarla, mediante sinergias responsables y suficientemente argamasadas en la solidaridad.

El prologuista-introductor de la famosa obra de Hans Jonas escribe unos renglones que me parece que no tienen desperdicio, y por eso los traigo aquí. Dice esto: Para el hombre antiguo y medieval, pretécnico (en la acepción moderna de técnica), la naturaleza era algo duradero y permanente, sometido ciertamente a ciclos y cambios, pero capaz de curar sin dificultad las pequeñas heridas que el hombre le causa con sus minúsculas intervenciones. Esto ha cambiado radicalmente con la aparición de la ciencia moderna y la técnica que de ella se deriva. Ahora el hombre constituye de hecho una amenaza para la continuación de la vida en la Tierra. No sólo puede acabar con su existencia, sino que también puede alterar la esencia del hombre y desfigurarle mediante diversas manipulaciones”, (4).

Nos habla de la ética de la responsabilidad, en la que articulamos nosotros, modestamente, esa solidaridad responsable: No es una ética, como no podía ser de otro modo, para los hombres y mujeres del futuro, sino para nosotros, la cual, en palabras de Hans Jonas, es una ética actual que se cuida del futuro, para proteger a nuestros descendientes de las consecuencias de nuestras acciones presentes.

II
La Ecología: Breve historia y métodos.

La palabra ecología fue acuñada por el zoólogo alemán Ernest Haeckel, en 1.869, quien propuso designar con este nombre una subdisciplina de la zoología cuyo objetivo sería la investigación del conjunto de relaciones que establece una especie animal con su entorno orgánico e inorgánico. Más adelante, teniendo en cuenta que las especies también establecen relaciones con otras que comparten su espacio, se distingue entre autoecología (que estudia las relaciones de una especie con su ambiente) y sinecología (relativa a las relaciones entre las especies de una comunidad).

Esto llevó a formular otra definición más comprensiva, como la ciencia que estudia las condiciones de existencia de los seres vivos y las interacciones de toda naturaleza que se dan entre estos y su medio. Etimológicamente, viene del griego oikos, casa, domicilio, lugar para vivir…, y logos, palabra, tratado,…, algo así como tratado del lugar para vivir.

Como quiera que el concepto de ambiente, implícito en estas definiciones, no es unívoco, envuelve relaciones entre individuos en una población y con otros individuos de diferentes poblaciones, formando sistemas ecológicos o ecosistemas diversos.

Cabe reseñar que la Ecología es una ciencia que tiene funciones interdisciplinares e integradoras, en ella hay aportaciones de la Física, de la Química, de la Geografía, de la Climatología, de la Biología, de la Fisiología, de la Genética, de la Bioestadística y de la Paleontología. Y se apoya también en disciplinas sociales, tales como la Economía, Demografía, Derecho (incluso determina la promulgación de leyes para regular sus funciones), Sociología, Antropología y Psicología. (5)

La historia de los contenidos y objetivos de la Ecología viene de antiguo, de Grecia. Ya Teofrasto describió por primera vez la interrelación entre los organismos y entre estos y el ambiente o entorno no dotado de vida. En Europa, allá a principios y mediados del S. XIX, un grupo de botánicos se interesó por la composición, estructura y distribución de las comunidades de plantas. Y lo mismo estaba ocurriendo en América, aunque en este continente primó el estudio de las relaciones de plantas y los animales, considerándolas en un todo biótico. Pero tampoco se olvidó el estudio de las dinámicas de la población, sobre todo en ese S. XIX, como consecuencia de las llamadas a la atención de Tomas Malthus en lo referente a la expansión poblacional y la limitada capacidad de la Tierra para suministrar suficiente alimento.

En algunos estudios se considera como precursores a Jean Baptista de Lamarck, a Jorge Luis de Lechera, Alexander von Humboldt, Charles Darwin, y otros. (3)

En las primeras décadas del S. XX, el zoólogo Raymond Peral, el químico y estadístico Alfred J. Lotka, ambos americanos, y el matemático Vito Volterra, constituyeron fundaciones para el estudio de las poblaciones, y estos estudios se encaminaron a los experimentos acerca de la interacción de depredadores y presas, las relaciones de competitividad entre especies y la regulación de las poblaciones.

Sabido es que también el zoólogo austríaco Konrad Lorenz y el holandés Nicolaas Tinbergen estudiaron y explicaron el comportamiento agresivo, y el zoólogo británico Vero Wynne-Edward profundizó en el papel del comportamiento social en la regulación de las poblaciones.

Hubo ecologistas que se ocuparon de diferentes energías. Es interesante el trabajo del alemán August Thienemann, biólogo, que ha introducido conceptos sobre el trofismo de la alimentación, explicando como la energía del alimento es transferida, a través de los organismos, desde las plantas verdes (generadoras) hasta las diversas clases de animales (consumidores). En Inglaterra, el ecologista dedicado a animales, Charles Elton (1.927), más tarde, abordó esto bajo el concepto de lo que denominó nichos ecológicos. Los americanos Edgard Birge y Chaucey Juday, biólogos, allá por 1.930 y siguientes, midieron la energía contenida en los lagos, desenvolvieron la idea de productividad y el porcentaje de energía generada como alimento o fijada en la fotosíntesis. En 1.942, el estadounidense Raymond L. Lindeman desarrolló el concepto dinámico-trópico de la ecología, que sirve para detallar el flujo de energía a través del ecosistema. Pero quienes cuantificaron este flujo parece que más bien fueron los hermanos Eugene Odum y Howard Odum, también americanos.

Conviene reseñar, en esta línea de trabajo, que el flujo de energía y los ciclos nutrientes fueron potenciados por el descubrimiento de nuevos materiales y técnicas – radioisotopía, microcalorimetría, la computación y la aplicación de los conocimientos matemáticos – que capacitó a los ecologistas para hacer más acertadas y precisas clasificaciones, descubrir nuevas sendas y ajustar a medidas más rigurosas los nutrientes energéticos en los ecosistemas.

Es fácil percatarse de que el trabajo de los ecologistas es sumamente difícil y entraña serias dificultades, porque trabajar con sistemas vivos exige el manejo de muchas variables, empleando las técnicas que utilizan los físicos, los químicos, etc., con un manejo en profundidad de los conocimientos matemáticos. Además, en este campo, las mismas técnicas no facilitan los resultados precisos alcanzados en otras ciencias: Para un físico, por ejemplo, no resulta difícil comprobar la mayor o menor temperatura a que está un metal, como las constantes de conductividad, al igual que una precisa dilatación en función del calor; pero para un ecologista no es nada fácil determinar el grado de calor que un animal intercambia con su medio.

Sin embargo, varios factores ambientales pueden ser determinados por medios físicos y químicos. Con la bioestadística, la elaboración de los propios diseños experimentales y el mejoramiento de los métodos de captación, se puede ahora alcanzar niveles de cuantificación bastante ajustados a la realidad, pues, las extremas dificultades para controlar las variables ambientales en el campo, obligan a realizar estudios experimentales, sofisticados, en el laboratorio, y controlar así el diseño para probar los efectos de sólo una o varias variables a voluntad del investigador.

La utilización de procedimientos estadísticos y modelos elaborados con computadoras están basados en los datos obtenidos en el campo, en las mismas interacciones de la población o en funciones del ecosistema. Los mismos modelos de programación matemática dan buenos resultados en las aplicaciones ecológicas. Las cámaras y lugares adecuados para albergar plantas y animales con un control ambiental, bajo condiciones de luz, temperatura, humedad, a lo largo del día, permiten un mejor control y juego con las variables. Además, la biotelemetría y otros equipamientos electrónicos permiten seguir los pasos de los movimientos y comportamientos de organismos de libre distribución. Del mismo modo los isótopos radiactivos se utilizan para trazar las vías de los nutrientes en los ecosistemas, para determinar el tiempo y la extensión de las transferencias de energía y de los mismos nutrientes a través del ecosistema, y así poner al descubierto las cadenas de alimentación y el alcance de su deterioro. El empleo de los microcosmos acuáticos de laboratorio y microsistemas terrenales, capacitan al ecologista para duplicar experimentos y realizar manipulaciones experimentales en ellos. (6).

III.
El deterioro ecológico: Algunos ejemplos y comentarios.

Empecemos por los combustibles fósiles, porque, sin ellos, el modelo energético en que se apoya nuestro sistema económico mundial se derrumbaría. ¿Cómo transportaríamos a las personas y las mercancías?. ¿Qué pasaría con la industria, la producción de alimentos, los servicios sanitarios, un considerable porcentaje de la generación de electricidad, etc.?.

Pues bien; todos los días estamos recibiendo informaciones cruzadas sobre agotamiento de los pozos de petróleo, y digo cruzadas porque las opiniones parecen ajustarse más a los intereses de cada emisor que a la realidad que desvela la investigación científica al respecto. Sin embargo, nadie podrá contradecir la rotunda afirmación de que estas fuentes de energía tienen sus límites. Proceden, como sabemos, de la materia vegetal que se ha hundido en el fondo de los mares, hace centenares de millones de años, y también quedó comprimida bajo tierra, dando lugar a lo que hoy llamamos petróleo. Pero, evidentemente, estos depósitos tienen, como dijimos, sus límites, y, por tanto, consecuentemente, también los productos a que dieron lugar, aunque los científicos especializados no concuerdan en la determinación de cómo fue su origen: Según unos, deriva de la vegetación marina, según otros, como es el caso de Thomas Gold, profesor de astronomía de la Cornell University, Ithaca, Nueva York, creen que el petróleo es efecto de la acción de las bacterias hipertermofílicas, que operan a profundidades que oscilan entfre 8 y 100 Kms. por debajo de la superficie. Fundamenta este astrónomo su tesis en la presencia de helio en el gas natural. En todo caso, para nuestro propósito es igual, porque este proceso bacteriano del petróleo requiere muchos millones de años y, si lo agotamos, no nos quedaría tiempo de volver a llenar los depósitos. (9)

Pero…¿cuánto combustible fósil nos queda?, porque esta es la cuestión. Hartmann dice que se habla de un billón de barriles, una cifra desalentadora con vistas a nuestros hijos, nietos, bisnietos…Sin embargo, las empresas petroleras se muestran insensibles a este problema, que sólo barajan cuando quieren justificar el alza de los precios. Con un optimismo desconcertante, puesto en evidencia en 1.996, en el Club Económico de Columbus, Ohio, un ejecutivo de la Ashland Chemical Company, afirmó que las fuentes de energía alternativas al petróleo no eran rentables, aunque las reservas mundiales de crudo parece que no durarán más de 45 años.

Otros opinan que las cosas no dan para tanto, porque lo que se conoce como el “Pico de Hubber” o cenit del petróleo lo situaban en 2.000 y a continuación se inició el descenso.(9). En todo caso, cada vez va a ser más difícil encontrar nuevas bolsas de fácil acceso, y, por tanto, hay que estar prevenidos para las repercusiones económicas a nivel de todo el sistema mundial.

Se constata que desde la década de los 80 del siglo pasado, los nuevos descubrimientos de petróleo no alcanzan para reponer el extraído en la misma década. Esto lleva a la conclusión de que las reservas ya están en tendencia a la baja. Y si las reservas están a la baja y los precios aumentan, el ciclo de retroalimentación positivo, que hasta ahora produce la economía de los fósiles, no tiene más remedio que cambiar de signo, y esto llevará la economía mundial al colapso.

No voy a meterme de lleno en la polución que causa la combustión de petróleo, tantas veces utilizado para cubrir caprichos meramente lúdicos, pues nadie medianamente observador desconoce que desde la revolución industrial no paramos de vivir a espaldas del funcionamiento de la biosfera: aceleramos el cambio de un metabolismo orgánico a uno industrial y arrojamos al mar, a las profundidades marinas, los desechos de la limpieza de barcos de transporte de toda clase de materias tóxicas, entre ellas el petróleo, sin que las navieras, salvo honrosas excepciones, se preocupen demasiado. Así pues, todo queda contaminado por la toxicidad: los gases invernadero van a la atmósfera y los residuos tóxicos al mar.

Otro deterioro ecológico lo tenemos operativo en las deforestaciones por la quema de árboles, que con la del carbón y el petróleo, estamos lanzando a la atmósfera millones de toneladas de carbono al año, casi todo en la forma de dióxido de carbono gaseoso, que es, precisamente, el que crea el escudo invernadero, el cual, según documentados científicos, causa los cambios meteorológicos.

La deforestación en las selvas de Brasil y otros países de América del Sur, además de otros daños ambientales, cierran la principal fuente de oxígeno de la atmósfera. En la inmensa área que ocupan los árboles con sus ramajes, se usa la luz del Sol como fuente de energía para transformar el bióxido de carbono en oxígeno, absorbiendo el carbono. Por consiguiente, sin los árboles la atmósfera se volvería tóxica para nosotros y las demás especies de animales de la biosfera.

Gracias a que los árboles incorporan grandes cantidades de agua del suelo, impiden – por extraño que parezca – que la tierra se convierta en desierto, porque bombean agua a la atmósfera, que se condensa en nubes y cae al suelo en forma de lluvia y nieve. He aquí el porque los anuncios de las industrias de la madera de que plantan grandes extensiones de terreno, talado, a árboles, es engañoso a efectos de reparación ecológica, porque los árboles jóvenes plantados no pueden bajar el agua de la atmósfera, y si las plantaciones son de la misma especie y edad, “pasan a ser – como dice T. Hartmann – un festín irresistible para las orugas, como hemos comprobado en numerosos bosques de Norteamérica y Europa” (7).

Además, mientras los árboles no adquieran un gran desarrollo, tanto la fauna como la flora de esa región deforestada por la tala abusiva queda completamente diezmada, es decir, talar esas grandes superficies equivale a poner en peligro la biodiversidad de esas zonas
Una consecuencia de todo esto es que la deforestación elimina las raíces y de esta manera queda afectada el agua del subsuelo y se corta el ciclo que permite las lluvias regulares. Pero es que aún se suele dar otro hecho importante: Resulta que las gentes utilizan el carbón activado a base de los huesos de vacuno, que incluso traen de la India, porque es más barato que el de madera, y lo utilizan en plantas de tratamiento de agua, como filtro; pero el agua adquiere un grado elevado de sal y los cultivos peligran.

Huelga que les diga algo sobre la polución que generan y padecen las grandes aglomeraciones urbanas, al igual que las zonas rurales con los depósitos de muebles, electrodomésticos, coches viejos, material del derribo de edificios o paredes, ropas, etc., que seguramente sólo tienen una solución cultural, como ocurre con el uso de insecticidas, plaguicidas, hormonas sintéticas (10 bis), etc., que se suelen emplear sin conocer sus efectos perniciosos. Y en cuanto a los residuos nucleares no voy a hablarles, porque todo esto exigiría una amplia exposición; pero no es excusa para olvidarlos.

La Conferencia Mundial sobre Población y Medio Ambiente, celebrada en Estocolmo, en 1.972, marcó el camino a seguir, con algunos hitos, para el tratamiento de los problemas importantes. También los Protocolos de Kyoto, y no faltaron otras conferencias de abundosos compromisos y escasos resultados: Es como una gran tela rota en la que todos prometen coser; pero lo cierto es que, cada vez, se rompe más.

IV
Algo acerca del conocimiento ecológico tradicional (CET).

No cabe duda que la cultura es decisiva en las cuestiones ecológicas, pero entendiéndola aquí como las formas de vida y las redes de significación, que los investigadores del programa “Cultura y Ambiente” resumen, más o menos así:

--Las relaciones entre los seres humanos y estos y la naturaleza, aplicando modos de racionalidad e imaginarios sociales diversos.
--Ideas, percepciones, significados, creencias, conocimientos científicos, religiosos, concepciones políticas y morales, valores, etc.
--Costumbres, hábitos, ciertas normas, leyes, instituciones, técnicas y tecnologías.
--También sensibilidad de orden estético, y, naturalmente, en todo lo axiológico. (9)

No hay que olvidar que la cosmovisión premoderna tenía una visión integradora, con valores estables, tradicionales, que no comportaba problemas ecológicos. Y no se entienda que estamos defendiendo una vuelta al pasado sin más. No; lo que tal vez nos convenga hacer es analizarlo seriamente, sin prejuicios, porque en él seguro que tenemos mucho que investigar: En las enseñanzas tradicionales aplicadas a la ecología tenemos mucho que aprender, puesto que es aquí donde podemos encontrar modos de articular una racionalidad construida a partir del diálogo y el consenso intersubjetivo, generador de una solidaridad responsable, en donde consideremos la naturaleza más que como objeto como un sujeto interlocutor, metafóricamente hablando, volviendo a potenciar lo cultural como guía de lo económico.

A. Dobson aporta ideas muy aprovechables en su importante trabajo “Ciudadanía ecológica:¿Una influencia desestabilizadora?.” (8). Mantiene la tesis de que hay que romper con las oposiciones excluyentes – público/privado, derechos/deberes – e incorporar la ecoesfera al transcurso del devenir socio-político, y propugna un programa en el que no se consideren tanto los derechos como las obligaciones del ciudadano con su entorno; se propicie la ruptura entre los privado y lo público, porque los actos privados tienen consecuencias políticas y la esfera del hogar es un espacio crucial para la construcción de prácticas ambientales sostenibles, y se establezca un nuevo tipo de titularidad para el derecho, que trascienda el Estado nación, con una nueva visión de las obligaciones con otras especies y los habitantes futuros del planeta.

Es importante constatar que casi todos los estudiosos de esta temática sostienen que la economía ecológica exige que la realidad económica constituya un subsistema dentro de un sistema más amplio, la biosfera. Por eso, para documentarse en la praxis de estas teorías, los antropólogos aconsejan acudir a las sabidurías tradicionales, porque los saberes de los pueblos y culturas que existieron y aún existen están basados en una relación directa, práctica y emotiva con la naturaleza(9). Es que las sociedades tradicionales guardan muchos conocimientos ecológicos, de valor local, colectivo, diacrónico, sincrético, dinámico y holístico. Aquí está la importancia del CET (conocimiento ecológico tradicional). Y que nadie se sorprenda, porque las interacciones entre este conocimiento y el científico no son nada nuevas, aunque estén presididas por otros intereses.

Pensemos, si no, en los conocimientos agroecológicos, en el manejo de sistemas agroforestales, en el origen de las nuevas teorías de corrientes oceánicas, en la ecología de la pesca, en ciertas teorías que dan respuestas a adaptaciones a cambios ambientales, en la conservación de agua y suelo, etc., todo basado en el CET,

Los indígenas tenían, y tienen, un especial manejo del fuego, basado en el CET, de los ciclos climáticos y la biología de las especies. En Australia queman al final de la estación seca, preparando así el terreno para la época de lluvias, que aumenta la productividad de frutales y otras plantas.. Estas quemas cíclicas juegan un papel importante en la creación de hábitats favorables para los herbívoros. Aquí en España se han hecho investigaciones en Doñana y parece que las quemas controladas evitan los grandes incendios que destruyen la estructura edáfica de la zona.

V
Cuestiones de ética ecológica.

No estuvo olvidada la ética en el campo de la ecología. No podía ser menos. Ya hemos adelantado algo cuando hablamos de la Ética de los Valores, de José María Méndez.

En 1.975, Colmes Rolston III, en su artículo Is there an Ecological Ethic? Manifiesta una cierta inquietud por la existencia de actitudes éticas en lo ecológico. El artículo apareció en la revista Ethics y fue ampliamente comentado por Marta Vázquez Martín, en su trabajo titulado Veinticinco Años de Ética Ecológica (10). Allí introduce esta investigadora una diferencia entre ética del medio ambiente y ética ecológica.: la primera deja de lado la relación del hombre al medio biofísico, mientras en la ecológica el ser humano está implicado en un sistema biofísico general, regido por el principio de la homeostasis, y entiende por tal, de acuerdo con Cannon en 1.926, la tendencia de todo organismo a mantener constantes un determinado número de parámetros biológicos restableciendo por compensaciones en el caso en que el medio sufra modificaciones (10)
Sin duda, la Ética ecológica se encuentra, en sus desbordadas pretensiones, con la falacia naturalista, que en Hume viene a ser aquello de que del ser no puede derivarse un deber-ser. No obstante, se intentó salvar este escollo mediante la conocida como opción condicional antecedente (si deseamos preservar la vida humana, debemos preservarla). Ferrater Mora, en su obra De la materia a la razón, ofrece una propuesta más matizada, y de algún provecho, en mi modesta opinión.

Vázquez Martín hace referencia a un trabajo de investigación de Carmen Velayos, titulada Ética del medio ambiente: ¿necesitamos una nueva ética?. Aquí hay algunas conclusiones que vale la pena recordar: Pueden ser utilizados los conceptos éticos tradicionales sin introducir otros paradigmas; la ética del medio ambiente puede articularse en tendencias anteriores; exige, eso sí, como apoyo de la argumentación moral, una nueva filosofía de la naturaleza. Sólo puede ser un proyecto de futuro si se evita superar la tradición ética, y los paradigmas tradicionales están teniendo problemas, si no dejan de ser lo que son, para llevar a cabo ampliaciones al campo de los problemas ecológicos, porque hoy nos encontramos con la dificultad de las entidades naturales, por eso parece pertinente la experiencia de una nueva filosofía de la naturaleza, que, partiendo de la biología y la ecología, rescate el mundo natural de su mera condición de objeto, conceptuándolo como sujeto de valores. Ferrater Mora considera la naturaleza como un elemento constitutivo del ser humano, y, por tanto, parece que la filosofía práctica debe dar cuenta con su sentido de estas interacciones. Aquí podríamos traer aquello de Hans Jonas: que el hombre por primera vez en la historia puede destruir el planeta, y esto pudiera abrir el camino para considerar la naturaleza como sujeto de valores y “legitimada” para exigirle al hombre responsabilidad por su comportamiento.
Robston III sostiene que en la discusión ecológica un debe no es tanto derivado de un es como descubierto simultáneamente con él, porque es difícil saber donde terminan los hechos naturales y donde hacen su aparición los valores naturales.

Surge otra posibilidad, el biocentrismo: en el que está presente no sólo la defensa de la vida humana, sino todos los seres de la comunidad biótica. Pero aquí también hay que ampliar el ámbito de la moralidad, aplicando un criterio analógico: casos iguales, igual tratamiento. Pero …¿cómo, con qué criterio, juzgamos la similitud o la diferencia?.. ¿Acudiendo al sentir, que es común?. ¿Y los vegetales?.

Fueron estas dificultades las que llevaron a J. Warnock (1.921) a distinguir entre sujeto moral (agente) y objeto moral (paciente). Pero aquí hay que establecer que no es sólo el sujeto el que lleva la condición moral, en cuanto agente, sino que también puede ser alcanzada por el objeto, en cuanto paciente, al menos como receptor de valores. Vázquez Martín, dice que Warnock mantiene, paralelamente a esta distinción, la que afecta al valor intrínseco y a la de consideración moral. El sujeto moral sería, per se, objeto de consideración moral, mientras que a los objetos morales sólo es posible reconocerles valor intrínseco o valor moral, pero no consideración moral” (10).

Hay muchos otros autores que se ocuparon de la relevancia moral para las entidades naturales, entre ellos P. Singer, J. B. Callicott (que llegó a hablar de axiología cuántica, que implica un continuismo entre el yo y la naturaleza, tanto para el dominio físico como para el orgánico, pues si aquél es valorizable también lo es ésta); N. M. Sosa (con una ética centrada en la vida, no sólo en lo humano), M F, Zimmerman (hurga en el Mitsein, de Heidegger), Levinas, con su defensa de la otroeidad, etc.

VI.
La solidaridad responsable.

De acuerdo con el título de este trabajo, la solidaridad responsable la vinculamos a las sinergias ecológicas; pero ha llegado el momento de concretar esta expresión, porque entendemos como sinergias en sentido positivo la solidaria y decidida cooperación entre todos los esfuerzos, medidas y prácticas, que operen en los diferentes ámbitos, para neutralizar, inhibir o reducir los efectos deteriorantes del medio ambiente, por las concausas desencadenadas por el hombre (sinergias negativas), que rompen la homeostasis de los ecosistemas, destruyéndolos o alterándolos peligrosamente. Pensamos que los espacios sinérgicos han quedado bastante definidos y descriptos, y es en ellos donde el hombre tiene que potenciar las sinergias positivas, como constatar y evitar las negativas con responsable solidaridad. Es esto lo que nos exige decir algo, tanto sobre la responsabilidad como sobre esa solidaridad, dos momentos intrínsecamente unidos en los comportamientos éticos en el campo ecológico, ya que así lo impone la lucha contra las acciones irresponsables del modelo de producción/consumo, cuando cae en una lógica extractivista / despilfarradora de los recursos naturales. Hay que unirse para regular las acumulaciones de dinero convertido en capital, porque, aunque su naturaleza es social, se autonomiza sin compromiso alguno con las necesidades humanas y su acumulación no conoce límites, no se para en las barras de lo prudente.

Como dice el estudioso José Mª Méndez, donde no hay solidaridad valiosa aparece la solidaridad forzosa (1). Y esto es tan cierto que los mismos Estados e instituciones internacionales se resienten a la hora de poner en práctica sus acuerdos, por falta de instrumentos de autoridad que imponga esa solidaridad forzosa. Lo mismo ocurre con las medidas extraordinarias que los gobiernos se han visto obligados a aplicar para intentar resolver los problemas generados por la crisis que padecemos, las cuales resultan insuficientes porque la crisis que padecemos, como dijo este estudioso, en una conferencia, no es sólo económica, sino también ética, y esto tiene peor arreglo.

Me parece también que merece la pena traer aquí otras aportaciones. No quisiera perder la ocasión de citar a Karl-Otto Apel, quien escribe que la problemática de la solidaridad está en conexión con la necesidad de organizar la responsabilidad de la humanidad en vista a los desafíos globales que presenta el desarrollo científico-tecnológico”, (11). (La negrita es mía). Estamos en el contexto de una Ética del Discurso, sobre la que no puedo extenderme por razones obvias de esta intervención. Aquí nos interesa porque Apel relaciona el principio de solidaridad con el de responsabilidad. Sostiene este filósofo que no basta la buena intención ni la existencia de normas fundamentales que seguir, es menester, además, hacerse cargo de las consecuencias directas y los efectos indirectos de las acciones. Sin embargo, la introducción de la responsabilidad por las consecuencias comporta el apoyo en una ética ontológica. Es una cuestión en la que no entramos. Ahora lo que nos interesa es que la responsabilidad se lleva a cabo por el reconocimiento cooperativo de los problemas de interés común, y que se asumen las consecuencias, conjuntamente, que se siguen de las acciones.

Dorado J. Michelini, refiriéndose a esta ética, dice: Los problemas y conflictos inherentes a las consecuencias directas o indirectas del desarrollo científico tecnológico (como la crisis ecológica, los problemas demográficos, los peligros provenientes del complejo militar industrial y los graves problemas de la distribución de la riqueza) afectan no sólo a pequeños grupos, Estados y regiones del planeta, sino también a la humanidad en su conjunto,(11).

Después de sostener la tesis de que la solidaridad como un valor o una virtud, que hace posible una peculiar unidad de personas o grupos, también aplica el concepto de solidaridad Apel cuando se comparten las
necesidades, los intereses y los problemas o sufrimientos ajenos o se contribuye al cuidado del medio ambiente, lo que tendría directa aplicación en la neutralización de los efectos insolidarios de las multinacionales.
Esta corresponsabilidad solidaria primordial no hay que confundirla con los lazos solidarios del mundo de la vida. Debe fundamentarse, por el contrario, en un núcleo normativo racional, porque pertenece sólo a los seres racionales finitos, lingüística y comunicativamente competentes, de la comunidad ilimitada de comunicación (11). Recuerden que estamos en la Ética del Discurso, por eso no debería tener nada de extraño entender que se responde ante cada uno de los interlocutores válidos de la ilimitada comunidad de comunicación.

Nos parece importante también preguntarse aquí en que sentido es solidario el liberalismo de John Rawls. Parece que este americano propugna un solidarismo mediado por la justicia como equidad y su mismo concepto de sociedad justa. Según Van Parijs, el solidarismo de Rawls estaría comprometido con el ingreso ciudadano universal, una globalización democrática y un patriotismo solidarista. En este recorrido no podíamos dejar fuera al teólogo y filósofo Enrique Dussel, que entiende la solidaridad como parcialidad, según un estudio de Eduardo Romero, porque en un contexto de la dominación la solidaridad se torna en una cierta parcialidad hacia el oprimido. Eludimos entrar en consideraciones teológicas, que ni corresponden a este lugar ni están dentro de mi escasa preparación en la materia; pero pensamos que hay bastante aprovechable en los trabajos de unos teólogos que, contextualmente, están inmersos en la problemática ecológica.

Eduardo Romero escribe: se entiende que la solidaridad en Dussel es parcialidad en, al menos, dos dimensiones: primera, la “solidaridad” como parcialidad en la “exterioridad” en tanto comunidad de víctimas que se torna solidaria por el reconocimiento de su situación de opresión y por la creación de comunidades simétricas en el interior de la asimetría del sistema vigente; segunda, la “solidaridad” como parcialidad desde la “totalidad” por la cual algunos miembros de ésta reconocen – analéctica – a los “otros-exluídos” como el lugar desde el cual surge el contradiscurso crítico, “les dan la palabra” y buscan, conjuntamente, los cauces de la negatividad dialéctica, así como también los medios de liberación” (11). Este razonamiento es dialéctico, pero con independencia de la estructura del mismo, se deduce fácilmente donde sitúa el lugar de la solidaridad, que, en mi modesta opinión, tiene aplicación para las comunidades indígenas afectadas por las multinacionales, y en otros supuestos de ataques al ecosistema.

Partiendo de la comunidad de comunicación apeliana, que supone una pretensión de inteligibilidad, de verdad, de veracidad y de rectitud, Dussel sintetiza estas pretensiones en los siguientes términos: una en principio ilimitada comunidad de comunicación de personas que se reconocen recíprocamente como iguales (12). No hay que perder de vista que los indígenas americanos reciben un trato brutal por parte de algunas multinacionales.

El otro, la víctima, es considerado como un sujeto ético y por respeto solidario a él se deben aportar razones para evitar la violencia, en una especie de cara-a-cara a lo Lévinas. A este encuentro le llama Dussel razón ética pre-originaria, en la que va a fundamentarse la razón discursiva.
Pues bien; la solidaridad hay que fundarla en esta “razón ética pre-originaria”, en la que también se apoya la responsabilidad para corregir las estructuras que aplastan a la víctima, a la que le niegan la comunicación y las argumentaciones. De este modo, las víctimas excluidas del discurso toman conciencia de su situación y luchan en solidaridad para alcanzar su propósito de participar en la futura comunidad, de la que es anticipación la de ellas mismas. Deberíamos, pues, según la ética dusseliana, reconocer al otro que nos interpela como simétrico-igual, mediante la solidaridad del que oye, del reconociente.

También vamos a traer a este escenario a Richard Rorty, porque, como dice Maximiliano Figueroa, su estudioso, la solidaridad es para él la noción más importante: constituye el eje articular de los principales planteamientos de su filosofía (…); la fuente de sentido, llamada a nutrir la voluntad ética; el contenido de la esperanza política y la guía para la acción social, el horizonte que no puede perderse de vista (…); la secularización de la herencia ética del mensaje cristiano (…); el valor y la actitud que puede dar cauce y orientación a un posible diálogo intercultural,(11).

La contingencia, la responsabilidad y la solidaridad son la tríada rortyana en el pragmatismo norteamericano, que es antiesencialista, porque la perspectiva del Yo de Dios, como afirma H. Putnam que dice Rorty, nos está vedada. Este pragmatista prefiere más bien fundamentaciones éticas que epistemológicas y metafísicas. Para él, lo más importante que tenemos es lo que poseemos en común con los demás seres humanos: una esencia compartida que nos vincula y a cuyo reconocimiento respondemos con nuestro sentimiento de solidaridad,(11). Y también saber como hemos de tomar las riendas de la historia y preguntarse que clase de mundo podemos prepararles a nuestros bisnietos, es decir, hay que asumir aquí una SOLIDARIDAD RESPONSABLE con las generaciones futuras.

No obstante, la historia le demuestra que no ha sido así, que nuestro sentimiento de solidaridad sólo se fortalece cuando aquél con el que expresamos ser solidario es uno de nosotros. Y esto nos impone una vez más de lo difícil que es alcanzar ese sentimiento de solidaridad responsable en las mismas sinergias ecológicas. Es que la idea que nos aporta el neopragmatismo nos lleva a considerar que la solidaridad no se descubre, se construye, y, como dice Maximiliano Figueroa, esta construcción comienza desde lo más básico: La identificación con aquel con quien nos reconocemos formando parte de un nosotros, limitado y concreto. Piensa Rorty que para unirnos al resto de la especie no cuenta el léxico común, sino esa forma de dolor específicamente humano que los brutos no tienen en común con nosotros: LA HUMILLACIÓN.

Justamente por esto, cree que la definición decisiva de la persona, es decir, del sujeto moral es la de ser algo que puede ser humillado, y es curioso que las formas de humillación en los ámbitos ecológicos de muchos pueblos, que pueden manifestarse de diversos modos, tienen una traducción muy particular, la desvalorización personal, la lesión en sus propios sentimientos religiosos, el desprecio de los parámetros culturales, etc.

En todo caso, Rorty sostiene que la comprensión permite ponerse en el lugar del otro y hacerse eco de sus razones, respetando sus preferencias, condición sine qua non para construir una solidaridad expansiva, porque pone en el centro la atención como virtud y principio social indispensable. Pero hagamos aquí una extrapolación de la atención a los deterioros ecológicos, para generar un ethos de la disposición solidaria, evitando, como dice G. Lipovetsky, que la solidaridad se vuelva show, llegando a domesticarse y encauzarse dentro de la lógica comercial del modelo económico vigente.

Rorty entra luego en una valoración pragmática del poder transformador dimanante de una vinculación solidaria de los individuos, para cambiar o corregir algo, como el orden social, en algún aspecto relevante. Tomen nota de como esto puede impulsar, corregir o cambiar los marcos político y cultural, para facilitar las correcciones ecológicas, aplicando lo que este filósofo llama lo prácticamente posible, que es lo que está en nuestras manos llevar a cabo, o evitar, haciendo que lo posible pase a ser real: Cada uno de nosotros puede contribuir a construir un mundo ecológicamente aceptable.

Insiste Rorty en que las biotecnologías van a llevar a los que no tengan medios a soportar dolor y carencias extremas; que las cosas seguirán a peor si no nos empeñamos en evitarlo; que las esperanzas de igualdad humana son escasas, etc. Por eso nos habla de ampliar el nosotros de la solidaridad, generando disposiciones morales a favor de cualquiera que sufra dolor y humillación: hay que elevar a la categoría de posible la no-indiferencia frente a las víctimas. Sólo así, piensa, será posible construir esa solidaridad responsable.

Sólo una referencia a Van Parijs, filósofo belga, quien afirma que es necesario profundizar las cuestiones teóricas de normatividad ético-económica frente a las percepciones de dichas asimetrías respecto de la justicia, de la equidad y de la solidaridad, (11). Cree que la solidaridad ha de afirmarse como valor social, vigorizándola para hacerla operativa en la internacionalización de la economía, institucionalizándola a través de las fronteras de las naciones.

Hablemos ahora de la responsabilidad con Hans Jonas. Hay que fortalecer la responsabilidad con el pensamiento de cuánto podrá soportar la naturaleza de todo lo que puede hacer el hombre con ella y de la indiscutible existencia de unos límites, que sólo las ciencias medioambientales pueden determinar, en los trabajos sinérgicos de investigación, entre biólogos, agrónomos, químicos, geólogos, meteorólogos, etc. Y, por supuesto, también los economistas. Sólo la síntesis interdisciplinar de todas estas ciencias puede determinar el grado de responsabilidad necesaria para mantener los ecosistemas.

Es menester invertir aquello de Kant, puedes, puesto que debes, porque la responsabilidad es un correlato del poder: No es la clase y magnitud del deber el que determina las del poder, sino al revés. Como dice Hans Jonas, cuando el poder y su ejercicio alcanzan ciertas dimensiones, no sólo cambia la magnitud de la responsabilidad, sino que también se produce un cambio cuantitativo en su naturaleza, de modo que los actos del poder producen el contenido del deber, (4). Luego, debemos hacer, porque podemos. Puede mucho el hombre en las “fechorías” ecológicas, luego debe hacer mucho para evitarlas con un contrapoder dimanante de las sinergias de la solidaridad responsable.. Ha de investirse de un querer medir el alcance de su poder, para valorar el de su deber, y aquí volvemos a encontramos con la necesidad de la solidaridad responsable- .

Este filósofo alemán sentó la tesis de que el primer deber del comportamiento humano colectivo es el futuro del hombre, en el que está contenido el de la naturaleza como condición sine qua non, que entraña una responsabilidad metafísica, puesto que el hombre no sólo es un peligro para sí mismo, sino también para la biosfera en general diversidad. Pero Hans Jonas va todavía más adelante, ya que piensa que, aunque nuestra descendencia pudiera vivir humanamente en un mundo devastado, en su mayor parte con arreglos artificiales, la rica vida de la Tierra, producida en una larga labor creativa de la naturaleza y ahora encomendada a nosotros, exigirá nuestra protección, (4).

Si la amenaza de la catástrofe ecológica viene por un exceso de éxito del hombre en su ciencia y tecnología, no es nada difícil comprender los escasos logros en la limitación de este éxito, por no disponer de una vigorosa solidaridad. Reflexionemos, si no, sobre el éxito biológico, que tantos beneficios puede producir en las terapias, y, al mismo tiempo, tantos peligros, incluso la de una explosión demográfica insoportable, pues, suspendidas artificialmente durante tanto tiempo las leyes homeostáticas de la ecología, que en el estado natural evitan el excesivo aumento de cualquier especie, acabarán reclamando su derecho de forma tanto más terrible cuanto más se haya forzado su tolerancia,(4). Entendamos, por consiguiente, que en este marco dialéctico del poder y el deber, la síntesis viene impuesta por un poder soberano, respaldado por una solidaridad vigorizada con el deber de la responsabilidad. Se trata de un poder de tercer grado, si consideramos que el primero se dirigió hacia una naturaleza que parecía inagotable, y el segundo es el que está arrebatando el control del usuario.

Aunque la solidaridad tiene que anidar en el sujeto ético por excelencia, la persona humana, nada se puede hacer sin la cooperación internacional: No son sólo las acciones individuales las que deben ser responsablemente solidarias, son también necesarias las sinergias grupales, regionales, nacionales e internacionales.

NOTAS:

1.- Valores Éticos, de José María Méndez, Estudios Axiológicos, Madrid, 1.978. Es un estudio de los “valores éticos” completísimo. No conozco nada mejor estructurado y con una prosa precisa, rigurosa y, a la vez, sencilla dentro de las exigencias de cada temática. Su marchamo de rigor lógico es una garantía en el tratamiento que hace a las distintas corrientes axiológicas. Lleva al final un índice de autores y otro de materias. Por consiguiente, todo se puede encontrar allí sin dificultad. Lo relativo a la fisiodulia o respeto al medio ambiente, con los tres subvalores (ecodulia, biodulia y genodulia), están tratados en las pp. 494-500, y la solidaridad en varias páginas señaladas en el índice de materias.
2.- “Persona y Sociedad”, Revista chilena, Universidad Jesuita Alberto Hurtado. V.XIII, nº 2, Agosto 1.999.
3.- “Qué significa ser y sentirse tierra”, Leonardo Boff. Es un trabajo claro, con los matices propios de los teólogos de la liberación. Está en la siguiente dirección digital:
www.uca.edu.ni/koinonia/relat/233.htm
4.- El Principio de Responsabilidad, de Jans Jonas, Ed. Herder, Barcelona, 1.994. con una Introducción de Miguel Sánchez Pascual. El autor es alemán, con un recorrido por varias universidades extranjeras, a causa de la Segunda Guerra Mundial. Es una obra de fácil comprensión, con interesantes aportaciones a la ética de la civilización tecnológica. Por lo que atañe a este trabajo pueden consultar las páginas 8, 212, 227-234. Tiene notas explicativas al final y el preceptivo índice por capítulos y epígrafes.
5.- Ecología, de Adrián González y Norah Medina, Mc. Graw-Hill, México, 1.980. No puedo opinar sobre ella, porque sólo utilicé citas de las páginas 9,11 y 12, encontradas en la siguiente dirección digital:
http://www.economiasolidaria.net
6.- Enciclopedia Británica, Global Edition, 2.009, Señor Vice President and Editor, Michael Levy, Executive Editor. Impresa en España, en inglés. Ecology, en V.9. Puede ampliarse el contenido del epígrafe “Ecología: Breve historia y métodos”. También otras cuestiones relacionadas con la materia de la conferencia, por las entradas correspondientes. Excuso decir que es necesario tener algún conocimiento del inglés, y su comprensión no ofrece especiales dificultades.
7.- Las últimas horas de la vieja luz del sol, de Thom Hartmann, Icaria, Barcelona, 2.011. Como indica el subtítulo, su contenido gira entorno a la crisis ambiental y a cómo salvar el futuro. Es muy amena su lectura. Hay una propuesta basada en una estrecha conexión con todas las criaturas de la Tierra; se estudia el problema de los combustibles fósiles; se propone un nuevo enfoque sobre el uso de las tecnologías; se espera mucho del cambio de la cultura, etc. En este trabajo hay aportaciones de las pp.: 67, 108.109. 198.
67, “…cada minuto son destruidas 30 hectáreas de bosque tropical, sobre todo por gente pobre al servicio de empresas multinacionales, que talan y queman el bosque para crear tierras de cultivo o pastos con la finalidad de criar terneras que se exportarán a Estados Unidos”
108-109.- Veamos dónde estamos ahora.
-Estamos hechos de luz solar, y la luz solar alimenta a todo aquello de lo que dependemos.
-Durante cientos de miles de años hemos vivido de luz solar actual..
-Un buen día descubrimos luz solar vieja, enterrada en el suelo, y empezamos a consumirla por el calor que nos procuraba y como materia prima que sustituiría los tejidos hechos de plantas.
-“La captura” de la luz solar vieja incrementó nuestra productividad, pero también nuestro deseo de más luz. Y, lo que es peor, posibilitó que la población creciera cada vez más deprisa.
-También originó cambios climáticos, que están desestabilizando poblaciones de otros seres vivos.
-Ahora, las últimas horas de la vieja luz del sol están a la vista, su duración tal vez sea inferior a la de una vida”.
8.- “Isegoría”, Revista de Filosofía Moral y Política, nº 24, 2.001, pp.: 167-187.
www.ucm.es/BUCM/compludoc/s/10306/11302097_2htm
9.- Convivir para perdurar, Varios. Coordina Santiago Álvarez Cantalapiedra. Icaria, Barcelona, 2.011. Lleva un subtítulo que lo define: “conflictos ecosociales y sabidurías ecológicas” Como quiera que aborda los conflictos ecosociales, es fácil comprender que ofrece no pocos espacios para aplicar la solidaridad, que se opone a la complacencia y a la escasa voluntad autocrítica en las cuestiones derivadas del deterioro ecológico. Trata con especial interés la sabiduría ecológica a través del tiempo. Hay una veintena larga de colaboradores, cada uno por su especialidad, y esto me parece una garantía en los trabajos. Es de matiz científico, pero no descuida, como quedó dicho, los saberes tradicionales. Es una obra, sin duda, interesante, aunque se discrepe en algunos casos.
234-235.- Victoria Reyes García, una de las colaboradoras, antropóloga e investigadora de ICREA, en el Instituto de Ciencias y Tecnología Ambientales (ICTA) de la Universidad Autónoma de Barcelona, escribe: “Conocimiento ecológico tradicional y gestión ambiental.” “Académicos y gestores de recursos naturales debaten el potencial de CET en la gestión de los recursos naturales y la conservación de la biodiversidad. Algunos investigadores consideran que el CET es “anecdótico”, “impreciso” e “insustancial”, o simplemente una pseudo-ciencia. Otros investigadores consideran que el conocimiento ecológico tradicional, por desarrollarse in situ atendiendo a las particularidades ecológicas y socioculturales de cada lugar, alberga un gran potencial para proporcionar información y modelos relevantes para la gestión de los recursos naturales.”
10.- “Estudios Filosóficos”. Ed. San Esteban. Salamanca, V. L, nº 143, 2.001. Pp.: 74, 103-104. Es aconsejable la lectura del trabajo de Marta Vázquez Martín, que ocupa las páginas 69-118.
10bis.- “Estudios Filosóficos”, idem, V.LX, 2.011. Interesante aquí el trabajo de José María Valderas, titulado “Ética de la biología sintética”, de la que me he ocupado en un trabajo anterior más extenso y que reduje por razones obvias de espacio y tiempo.
11.- Filosofía y solidaridad, Varios. Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Chile, 2.007. Es una obra , en mi opinión, del máximo interés, porque buenos especialistas en el pensamiento filosófico de Karl-Otto Apel, John Rawls, Paul Rcoeur, Lévinas, Enrique Dussel, Jacques Derrida y Richard Rorty, hacen un estudio centrado en la solidaridad y facilitan enormemente el trabajo de acudir directamente a sus obras con estas ideas previas.
PP: 13,24,32,122-123,194-195, 199.
194-195.- Rorty describe nuestra situación actual como revestida de una violencia social y dramática, que pone al descubierto el déficit ético en el despliegue del proceso de globalización. Dice así: “Gran parte de la discusión sobre el futuro consiste en proyecciones de las actuales tendencias tecnológicas. Nos hablan de computadoras más veloces, más inteligentes y más económicas, de nuevos tratamientos médicos que prolongan la vida, como la terapia génica, de aviones más supersónicos, de pantallas de televisión más brillantes y más delgadas. Meditar sobre esta clase de proyecciones es restringir la consideración a esa fracción de población mundial que ya vive confortablemente e imaginar que vivirá aún mejor. Pero la mayoría de los que nazcan en el próximo siglo (se refiere al XXI) nunca usarán una computadora ni serán tratados en hospitales ni viajarán en avión. Tendrán suerte si aprenden a usar el lápiz y el papel, y mucha si se les suministra una medicina un poco más cara que una aspirina”
12.- Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión, de Enrique Dussel, Trotta, Madrid, 1.998. Es una obra que va por otros derroteros, pero, sin embargo, tiene, en mi modesta opinión, mucho extrapolable a la temática de esta conferencia.

(Conferencia na Facultade de Filosofía da Universidade Complutense, dentro do XIXº CURSO SOBRE VALORES HUMANOS, organizado por "Estudios de Axiología", coa colaboración do Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política II (Ética y Sociología).
Rubal, Pedro
Rubal, Pedro


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