A San Josémaría

Aquella noche los cabellos de Juan de la Cruz parecían de color
ceniza plateada porque la luna no era blanca. Debajo de ellos se
delineaba su figura, su sombra pequeña, simple, diminuta, que caminaba
despacio con sus pies descalzos sobre la nieve hacia su destino
perfectamente iluminado por el fuego divino. Un ángel se le aparece en
el camino.

Mucho tiempo después aquel mismo ángel se le aparece a un joven español y le muestra aquella imagen, aquellos pies del carmelita descalzo caminando sobre la nieve. Ese joven era Josemaría Escrivá de
Balaguer y juntos siguieron aquellas huellas recorriendo el mismo camino.

Gracias, Señor, por esta compañía,
un ángel me acompaña en el camino,
en su morral él lleva pan y vino,
y en su libro una santa letanía.
Con el vino alabamos la alegría
de seguir esas huellas, mi destino,
sin error, sin traspiés, ni desatino
y él no se quedó, pues no podía.
El ángel lo acompañó hasta la casa del Señor y
al despedirse le dijo:
Esta es tu iglesia, reza, buen cristiano,
Jesucristo y sus ángeles te esperan
y bésale al llegar su blanca mano.
Tu destino es buscar con llama y celo
almas perdidas que cual aves vuelan
y has de conducirlas hasta el cielo.