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Im-presentables

lunes, 25 de marzo de 2013
Primero recortaron el sueldo a los funcionarios. Siguieron con los prepuestos de sanidad, educación, ley dependencia, discapacidad y otros servicios sociales. Después congelaron las pensiones. Más tarde subieron el IRPF y el IVA…y así continuaron con las rebajas, a pesar de promesas electorales. (Quisiera emular a Bertolt Brecht, salvando las distancias).

Con nuestros impuestos reflotaron bancos, que habían resultado golosos como empleos, y que, por el arte del saqueo, resultaron ser la pantalla adoptada por un mogollón de ladrones. Permitieron a sus dirigentes escabullirse con subvenciones millonarias, mientras miles de empleados eran enviados al paro con ERES y con ESES (sin trabajo, sin dinero y sin futuro).Se especializaron en la mentira y el robo legal de las preferentes, y practicaron, con el alma propia de su profesión, los desahucios. Abocaron al suicidio, de momento, a once personas y, conociéndonos como lo hacemos, es de suponer que alguno de ellos frecuente mucho, por el que dirán, las iglesias.

Fueron ampliando el uso de la tijera en todo aquello que pudiera emitir un rayo de esperanza. Y así destruyeron los proyectos de investigación, ya fuese en I+D, ya en cualquier otro capítulo innovador, lo que sin remedio avocó a nuestra juventud más formada a la emigración. Lograron retroceder el desarrollo del país unos cincuenta años, poner en peligro la democracia, siguieron jugando al macabro cambio de cromos ideológicos y los grandes y ejemplares hombres de la Patria resultaron ser una enorme sarta de “chorizos”, que desaparecieron de la circulación como ratas millonarias.

Los líderes del País, en el ámbito empresarial, huyeron con sus empresas, deslocalizándolas, pero sin perder el mercado. Resultaron ser los propulsores de la reforma laboral de Kunta Kinte. Son los que propusieron como solución “trabajar más y cobrar menos”, así como realizar pagos en negro. Ahí les presento a Díaz Ferrán y Arturo Fernández, líderes de la patronal. O el nuevo, Juan Rosell, autor de perlas intelectuales como enviar a casa a funcionarios para evitar costes. Mientras, los sindicatos, templando unas gaitas que nunca suenan, y que mientras continúan recibiendo subvenciones públicas, que tan poca credibilidad les dan, no saben ni contestan.

Los “indignados”, por desgracia, se han diluido en las redes sociales y las utopías, tan lindas ellas, son víctimas de una crudísima realidad.

La vida siguió subiendo con un IPC que, calculado a un hipotético 2% anual durante cinco años, resultaría ser un 10%. Y no contentos con tal latrocinio, suprimen las extras, recortan plantillas, entregan a sus amigos el dinero procedente de nuestros impuestos, arguyendo falazmente que es más barata la gestión privada. Hunden, a sabiendas, lo público con el fin de favorecer los negocios de tanto sinvergüenza entre los que se colocan ellos mismos. Lecciones de la falta de Ética, que debiera buscar la Educación para la Ciudadanía, y a la que también hundieron porque alteraba sus principios de mangantería.

Y todavía no les he hablado de los Bárcenas de la vida. Que había financiación ilegal de los partidos lo sabía todo el mundo. Que se dan mordidas, comisiones, sobres, o como usted quiera llamarle, lo encontramos en todos los niveles desde siempre. ¿Quién no vio a alcaldes que multiplicaron su patrimonio en pocos años? ¿Cuántos políticos en activo no esconden otros chollos que ellos mismos se encargaron de encauzar? ¿Quién se extraña de cómo se recalifican terrenos y a quienes pertenecen? ¿Quién desconoce como se reciben subvenciones o como se asciende laboralmente en algunos sitios?… las respuestas son obvias. Pero si bien es cierto que la corrupción está en cualquier rincón del País, también es cierto que hay que denunciarla, y sobre todo, combatirla.

No se trata sólo de fijarnos e indignarnos con los prohombres que nos presenta el telediario, ni de instituciones, cuya desfachatez resulta una falta de respeto a nuestra inteligencia y sobre todo al bolsillo; sino también de aquellos con los que convivimos, y que al amparo de la permisividad y otros trucos, a los que no resultan ajenos lo afectos, se les consiente, se les permite y no nos implicamos en erradicarla. Y es hora de decir: ¡basta!.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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