No todo es tsunami populista

La esencia del populismo es decir a cada cual lo que quiere escuchar, pero sin intención de cumplir lo prometido. Pero tengamos cuidado con descalificar un discurso tachándolo de populista simplemente porque sea la música que todos queremos y necesitamos escuchar.

Otra cosa es que la sociedad deseara el suicidio colectivo, pero hoy, aquí, no es el caso. Criticar la corrupción y hablar de honestidad y de transparencia no tiene por qué ser populista. Hablar de la necesidad de esfuerzo personal en todos y cada uno de los estratos de la sociedad no debe ser traducido por populismo; exigir legalidad y, más aún, legitimidad a la hora de tomar decisiones y de satisfacer las necesidades reales de la ciudadanía, tampoco es populismo.

Defender una reforma del sistema de partidos y de su financiación, para que sean más representativos de la voluntad popular y dejen de ser refugio de chupópteros, no es populismo. Denunciar la poltrona y la politización sindical, tampoco. Un discurso que aúne algunas aspiraciones que tradicionalmente han venido estando ancladas unas en la izquierda y otras en la derecha, sumando lo que realmente supone la mayoritaria voluntad de la población, es un discurso de concertación, ético y necesario. Es hablar de un gran pacto nacional, realmente representativo de la mayoría.

Ahora a alguno le vienen los miedos por un supuesto fin del bipartidismo. Los políticos que teman el fin de su cómoda hegemonía pensionada cuasi vitalicia, en lugar de calificar gratuitamente de populismo algunas posturas, podrían ponerse de acuerdo en solucionar los severos problemas que padecemos. Sin populismos: es decir, con voluntad real de cumplir y hacer cumplir sus promesas encaminadas a gobernar para todos hacia la vida mejor a la que todos aspiramos.