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El Paritorio

miércoles, 01 de junio de 2005
Era una noche más en ese largo rosario de noches esperando a las mujeres que llegan de lejos, cargadas de gritos y miedo, en espera de un hijo que va a entrar en el mundo por la única puerta de acceso. Mientras yo les tendía mi mano y mi afecto, ellas liberaban sus miedos en forma de lágrimas.

En nuestra pequeña sala hay una mesa, el teléfono, un tampón y el diario de partos. Fuera, una vitrina con gasas y paños verdes y la cuna dispuesta. Al lado, salas de dilatación con sus paredes rezumando dolor y ternura. Y al fondo… el paritorio.

Muchas son las madres que por aquí pasaron y, aunque cierre los ojos, las estoy viendo a todas: Mercedes, María, Isabel… Las veo sangrantes, histéricas, pálidas, felices, desencajadas, dispuestas a recibir de su vientre un pedazo de vida.
Por cada latido de madre oigo dos en el vientre materno, anotados luego en la gráfica. Unos son duros y fuertes como puñetazos, otros lentos y suaves como pasos de un crío.

Y, por fin, el hijo que llega empujando, llorando con rabia, abrazándose al aire, totalmente indefenso, y a merced de nuestro cuidado.
Ya cesaron los quejidos de hembra parida en medio del silencio nocturno. Silencio roto tan sólo por los gritos de las parturientas machacando los nervios de nuestras matronas.

“Hora: 02’45. Parto Normal. Hembra, 2.300”

A veces me siento sacerdotisa ante el altar de los nacimientos, escribana que certifica y registra la llegada de un ciudadano a este mundo.
En el paritorio queda sangre y el recuerdo de un dolor de parto, endulzado por la presencia del hijo que se resiste a salir a la vida.

Olor a nacimiento caliente, como un “belén vivo” con su tierno amor de desmadre.
Oxígeno, sangre, alcohol, líquido amniótico y el agua goteante de un grifo. En el níquel de la vitrina se reflejan los rostros cansados de las matronas con sus batas salpicadas de sangre.

Ya pasó la hora dura.
El café caliente conforta como un beso nuestro ánimo.

…Me levanto y miro a la madre como leona vencida que se va con su hijo para dejar lugar a otro parto.

Me han dicho que van a construir otro nuevo Hospital y que una escavadora entrará a profanar este sagrado templo donde nace la vida. Amontonarán estos techos y las paredes en cualquier vertedero.
Pero los gritos y el amor de tantas madres ¿A dónde los llevarán? ¿A dónde?
Que los capataces y el obrero que sujeta el martillo neumático no se extrañen si no obedece. Que no se extrañen si los picos se doblan o las baldosas lanzan un quejido de protesta. ¡Hay mucha vida y energía escondida en las piedras!
Y hasta es posible que encuentren en un rincón algún ángel llorando de pena.
No se extrañen si de los abismos brota una mujer con un tierno cachorro en sus brazos.
Ulloa, Edelmiro
Ulloa, Edelmiro


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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