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Hacia Estrella Oscura

martes, 20 de noviembre de 2012
FINISTERRAE 3 / Hacia Estrella Oscura

La literatura odepórica (relatos de viajes) compostelana ha tenido, a través de la historia, un complemento esencial para muchos de sus cronistas: la prolongación del viaje desde Santiago, la meta apostólica, la Estrella Oscura. Así es como se referían muchos peregrinos germánicos a la ruta que llevaba y lleva a Muxía y al cabo Fisterra.

Para algunos de los relatores más documentados, como el germano Felix Faber (1480), el singular topónimo surgió de la confusión, por parte de sus compatriotas peregrinos, entre el finis terrae latino -fin de la tierra- y el alemán vinster stern -estrella oscura-. Pese a ello el topónimo aparece en varios textos y, además, no hay que descartar una atávica relación -consciente o inconsciente- entre esta expresión y la fuerza evocadora, casi mística, de lo que para muchos era el final occidental de la senda guiada por la Vía Láctea y, en consecuencia, el del fin del mundo conocido y el inicio del temido reino de las tinieblas.

Desde el siglo XVI, pese a los avances geográficos, Fisterra se siguió entendiendo en el mismo sentido, con esa evidente fuerza ancestral. “Mantivo o seu engado tralo descubrimento do Novo Mundo, e aínda o mantén despois de tantos avances dos saberes científicos”, enfatiza el experto Antón Pombo. Lo demostraría la consolidación por la Iglesia de los santuarios jacobeos crepusculares de Santa María das Areas (Fisterra) y A Virxe da Barca (Muxía). Siguen siendo las referencias sacras de la exitosa peregrinación al extremo occidental gallego, que la Iglesia acepta como complemento, no como meta, que sitúa de forma exclusiva en Compostela.
Otra prueba es la pervivencia hasta el presente de los relatos que, desde Santiago, continúan a Fisterra. Motivadas, sin duda, por lo que Azorín llamó la sensibilidad del viajero –la necesidad de este de implicarse con lo desconocido-, estas crónicas nacen como mínimo en el siglo XII con el Codex Calixtinus, que ya de forma reveladora busca vincular a Fisterra con las leyendas jacobeas, y se prolongan hasta el presente. En los últimos años han popularizado con una éxito sorprendente su siempre latente cariz iniciática, sin entrar en crisis, ni mucho menos, su observante proyección cristiana.

Los relatos jacobeos del finis terrae son muy diversos –en contenido y extensión- y de peregrinos de muy variada procedencia -franceses, italianos, alemanes, polacos, húngaros, armenios, etc.-. Figuran entre ellos los del casi mítico Georg Grissaphan (1355); Peter (1428) y Sebald (1462) Ritter -o Rieter-; Sebastián Ilsung (1446); Martiros de Ardzenjan (1491); Bartolomeo Fontana (1539); G. L. Bonafede Vanti (1717); Nicola Albani (1743-1745); Georg von Ehingen (1457); Wenceslao Schaschek y Gabriel Tetzel, cronistas del viaje de Leo von Rozmithal (1466); un anónimo de Florencia (1477); Nikolaus von Poplau -o Popielovo- (1484); Arnold von Harff (1498); Eric L. von Steblovo (1580); Julio Íñiguez de Medrano (1583) y su fantástica peregrinación; Christoph Gunzinger (1654); Louis Charpentier (1972), etc.

Varios autores incluso titularon sus textos con mención a Fisterra, remarcando así el alcance de este viaje y haciendo hincapié en un destino conocido –y sin duda mitificado- en la Europa de los pasados siglos. Es el caso, entre otros, de Nompar II en 1417, con su Voiatge [.....] a Saint Jacques en Compostelle et a Notre Dame de Finibus Terre, de Domenico Laffi en 1673 con el famoso Viaggio in Ponente a San Giacomo di Galitia e Finisterrae, y de Giacomo A. Naia (1718), casi con idéntico título que el anterior.
Rodríguez, Manuel F.
Rodríguez, Manuel F.


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