Sociedad desalmada

Mónica, la adolescente ecuatoriana que acabó suicidándose esta semana en Torralba de Calatrava (Ciudad Real), víctima del acoso al que estaba siendo sometida por unos compañeros (por llamarles de alguna manera) del instituto de enseñanza secundaria Maestro Juan de Avila, tenía tan sólo 15 años, una edad que se antoja insuficiente para llegar a conocer el alcance de las miserias humanas, pero que en su corta existencia llegó a experimentar lo más miserable y ruin de dicha condición.

Con su muerte deja truncadas tras de sí, en un país que se suponía amigo, las esperanzas de una familia de condición humilde que se trasladó desde Ecuador en busca de una mejor fortuna entre nosotros y que encontró por el contrario, una hostilidad impropia de seres que se hacen llamar humanos, hacia su hija; pero deja también el testimonio indigno y perenne en la mente de todos los españoles, de sus acosadores y de los progenitores que los educaron en ese odio irracional hacia sus semejantes, ya fuere por acción o por omisión, cuya mezquina existencia será, desde este mismo día, ejemplo para otros y llevará implícita la penitencia de vivir eternamente con la carga emocional de su culpabilidad, avivada por los recuerdos del trato inhumano que en su día ofrecieron a su compañera.

Lloramos su muerte, por esa vida emergente truncada de forma tan estéril en este otoño de odio racial y deseamos lo mejor para esa familia destrozada por este drama que nunca debió haber acontecido, pero lloramos también, compadecidos, por la vacía existencia de tantas personas desalmadas que, como los protagonistas de este episodio, han dado sobradas muestras del vacío espiritual en el que habitan. Que el castigo de tener que vivir consigo mismos sea su penitencia.

Que su comportamiento sirva de lección y su existencia de ejemplo vivo, impresentable, para otros y que no tengamos que volver a hablar nunca más de ningún episodio semejante.