Vivir para contarlo

FINISTERRAE

2 / Vivir para contarlo

“Con que avidez se reciben las maravillosas relaciones de los viajeros, las narraciones de sus portentosas aventuras de gentes extrañas y de sus singulares costumbres”. Son palabras del filósofo David Hume sobre la capacidad reveladora de los viajes; las escribe en un siglo –el XVIII- en el que estos tuvieron muchísimos seguidores, tanto para realizarlos, como para narrarlos, como para leerlos. Fue también una de las centurias más prolijas en textos europeos de viajes a Santiago, aunque la relación había comenzado como mínimo en el siglo XII, cuando el francés Aymeric Picaud escribe –así se le atribuye, con un notable consenso científico- la guía del peregrino del libro V del Codex Calixtinus.

Apenas tendríamos una visión directa de lo que representaron las duras peregrinaciones ultrapirenaicas jacobeas sin este y todos los relatos que le siguieron. Si algo destaca en ellos son las múltiples penalidades sufridas para llegar a Santiago, entre las que la muerte era la penalidad suprema. Por eso los que nos legaron su experiencia no sólo tuvieron la visión y las ganas de hacerlo, sino, sobre todo, la suerte de vivir para contarlo. La gran mayoría no eran escritores -sus profesiones y estatus social son muy diversos-, pero la odisea compostelana los marcó tanto -en todos los sentidos- que los motivó a dejarla por escrito.

Unos llegaron con la intención exclusiva de peregrinar a Compostela, otros combinaron este deseo con el de conocer el fin del mundo (Fisterra). Algunos lo hicieron como parte de sus viajes por Europa y por la Península Ibérica. Unos nos legaron breves guías para el servicio de nuevos peregrinos y otros relatos largos y tan emocionantes como la mejor novela de aventuras.

En la Gran Enciclopedia del Camino de Santiago. Diccionario de la cultura jacobea (2010), que tuve el honor de dirigir con mucha prisa pero con buena parte de los mejores colaboradores posibles, el experto italiano Paolo Caucci, uno de los grandes investigadores de los viajes jacobeos, con los alemanes Robert Plötz y Klaus Herbers y el inglés Brian Tate, entre otros, nombra a algunos de los autores más relevantes.

Cita Caucci entre los franceses a Nopar o Nompart II (1417), Antoine Lalaing (1501) y el sastre Guillaume Manier (1726). De los germanos, destaca a Peter Rieder o Rieter (1428), Sebastian Ilsung (1457), Leo von Rozmital (1465-1467), Hermann Künig von Vach (1495), Arnold von Harff (1496-1498) y Hieronimus Münzer (1499). Entre los italianos –de ellos son algunos de los relatos más hermosos y sugestivos- menciona a Bartolomeo Fontana (1550), Fabrizio Ballerini (1588), Domenico Laffi (1673), Giacomo Antonio Naia (1717), Gian L. Buonafede Vanti (1717) y Nicola Albani ( 1743-45), así como la parte compostelana del viaje por España de Cosme III de Médicis (1669) escrita por Lorenzo Magalotti.

La lista de Caucci se podría ampliar por toda Europa con nombres –entre otros muchos- como los de los anónimos de Venecia y Purchas (s. XIV), Margery Kempe (1417), los cronistas del viaje de Nikolaus von Popplau (1484), Martiros de Arzendjan (1489-1491), Robert Langton (1520), Sebald Örtel (1521-1522), Heinrich S. von Zug (1531), Erich Lassota (1581), Jakub Sobiesky (1611),Torres Villarroel (1737), André M. de Poncheville (1927), Walter Starkie (1957), etc.

Seguramente en el futuro aparecerán nuevos relatos, fruto de las investigaciones que se realizan en distintos países europeos. En los últimos 40 años, con el renacer de la peregrinación jacobea a pie, en gran medida motivada justamente por los relatos conservados, los peregrinos cronistas se han multiplicado. Son ya de todo el mundo. Otro día hablaremos de ellos.