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El viaje más largo

martes, 06 de noviembre de 2012
FINISTERRAE 1 / El viaje más largo

Tenemos noticias de peregrinos peninsulares en Santiago de Compostela desde el siglo IX, poco después del descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago. De gentes llegadas más allá de los Pirineos, las primeras menciones son de la primera mitad del X. Es algo que sorprende por temprano. Estamos en una Europa altomedieval en la que casi todo está por hacer, tras la profunda y larga crisis producida al final del imperio romano en la Península Ibérica.

Hoy nos admira -y se admira en medio mundo- el renacido éxito de la más que singular peregrinación por la ruta jacobea. Pero si echamos un vistazo al pasado se nos revela que el gran milagro sucedió casi desde el inicio de la inventio –el descubrimiento del sepulcro apostólico compostelano- y que el esplendor actual sólo es su consecuencia, tan difícil de entender como de explicar, al margen de lo obvio y lo coyuntural.

A los primeros peregrinos parece moverlos la fe absoluta medieval. Se adivina un trasfondo que intuye en el hecho físico del viaje el perfeccionamiento de esa fe, pero también una forma de descubrimiento, donde el concepto del viaje más largo es clave. En el pasado. Y en el presente.

Dice el Diccionario de la Real Academia Galega que viajero es quien hace un viaje, “especialmente cando esta [a viaxe] é longa”. A su vez, el Diccionario de la Real Academia Española, añade que viajero es la “persona que relata un viaje”. En ambos casos, la experiencia es esencial. Por eso, el viaje auténtico –físico e interior- tiene que ser prolongado para revelar y dejar huella. A todo ello responde la peregrinación histórica -la gran peregrinación- de una forma casi perfecta: es la parte más elevada del viaje.

El viaje más largo resulta el camino más corto para el espíritu. Miles y miles de peregrinos lo confirman al llegar a Santiago, sean o no conscientes de ello. Casi de forma matemática, cuanto más larga es la distancia recorrida y el tiempo empleado más reveladora e intensa es la experiencia obtenida. Una experiencia distinta según se realice la peregrinación por motivos religiosos u otros afanes interiores. Pero al final el ansia es la misma: el viaje como espacio ideal de búsqueda.

En el pasado el largo viaje a Compostela podía costar la vida o como mínimo –casi siempre- el padecimiento de penalidades sin cuento. Y sin embargo venían. Es la grandeza de la meta compostelana, en el extremo final del mundo antiguamente conocido, donde todo concluía, por lo que, paradójicamente, todo podía comenzar –al menos idealmente-.

En una colaboración semejante a esta de GALICIA DIXITAL que mantengo cada segundo domingo en El Correo Gallego contaba hace algún tiempo que por unir en un único y milenario itinerario del pasado al presente la síntesis de todos los viajes, la ciudad de Santiago debería reivindicar -y evidenciar- su condición de capital mundial de los viajes históricos, cuya mejor representación intemporal es el Camino de Santiago. Lo demuestra su pervivencia.

Decimos que el viaje más largo se intuye como el más corto para el espíritu. En Compostela, nos lo desvelan, en un proceso continuo a través del tiempo, gentes anónimas y grandes personajes de toda Europa: hombres y mujeres, reyes y reinas, nobles, monjes, santos, pecadores, caballeros andantes, diplomáticos, militares, trovadores, juglares, poetas, pintores, artistas constructores, campesinos, artesanos, letrados, buscavidas, pícaros, simples aventureros… Incluso personajes imaginarios y otros -tal era su deseo- que viajaron en sueños. Como si fuese real. Eran de toda Europa en el pasado. Y de todo el mundo en el presente.
Rodríguez, Manuel F.
Rodríguez, Manuel F.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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