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No todo es dinero

viernes, 12 de octubre de 2012
No sé si recuerdan ustedes la avaricia con que se vivía antes de la crisis. Yo la recuerdo como un mal sueño. Y la detestaba porque una serie de personas, a las que suponía habían mamado principios, parecían olvidársele éstos y todo valía con tal de enriquecerse. Después llegó la crisis con sus rebajas y esas gentes parecía que recordaban algo, sobre todo aquellos que habían vivido la posguerra, y que habían perdido aquel hermoso hábito de repartir lo poco que había.¿ No recuerdan ustedes que cuanto más humilde era la casa a la que los invitaban más generosos eran sus anfitriones?. No, no eran tontos los que lo practicaban: eran generosos. Y esa generosidad se lleva mal con la opulencia.

No, no crean que la crisis nos haya vuelto más humildes, no, lo que hacemos ahora es estrategia para cuando escampe, porque los principios de solidaridad, por ejemplo, están en desuso y no producen rentabilidad.

Que ahora reneguemos en voz baja del becerro de oro, es sólo un truco porque quizás no podamos alardear de tanto coche, chalet o yate y entonces echamos mano del ramalazo humilde; pero no lo olvidemos, en el momento que escampe, volverán a “triunfar”-recalco el entrecomillado- los ricachones. Ricos, soberbios y engreídos los sigue habiendo, pero lo difícil es que para conseguirlo no tengamos que prescindir de principios como honradez, honestidad, hombría de palabra, compasión, sacrificio… ¡Qué absurdo resulta confundir al humilde inteligente con el triunfador oportunista! Cuando la realidad es que uno puede ser fiel a unos principios que le marcan el camino y, en cambio, el otro los olvida, si alguna vez los tuvo, y se dedica al “arte” del choriceo más indecente. Evidentemente, falta la decencia.

No, no trato de hablar como un cura, que no lo soy, ni tampoco como un maestro de virtudes, que tampoco tengo, pero si quiero recordar que hay cosas de mucho más valor que el dinero que, al fin y al cabo, sólo es una herramienta de la que muchos carecen por la avaricia de otros. Los pobres hombres ricos parecen no percatarse de que nadie se fía de ellos, que sólo tienen a su alrededor a oportunistas carroñeros, que tanta sonrisa que conlleva su presencia es sólo la careta de los serviles, que sus argumentos son sólo triquiñuelas de pillo, que ni siquiera pueden educar a sus hijos en principios que no practican, que su soledad es sólo el fruto de su avaricia.

Hay personas que roban a sus padres, hermanos y a quien se ponga por delante. Hay empresarios que se hacen ricos igual que los negreros, y a más crisis más explotación.

Y todo cuanto digo convendría que lo tuvieran en cuenta, si les parece, los educadores, aquellos que hablan con sus alumnos o hijos, y que les enseñen, a su modo, que no todo vale para tener dinero, que existen muchos valores en la sociedad que hay que usarlos y defenderlos. Que vivimos en un mundo que cada día se polariza más y que está marginando a los necesitados de tal forma que resulta verdaderamente, no ya cristiano, sino inhumano. Y también conviene que le digamos a algunos de nuestro entorno que no podemos ser ciegos a lo que pasa, que es mentira eso de que ahora no hay pobres -el alma no necesita oculistas-y que los ciegos los encuentran. Y conviene también decir a quien se queja de que sus beneficios son exiguos, que hay que leer a D. Juan Manuel y su Conde Lucanor y ver como comía las cáscaras de los altramuces otro más pobre.

No hay sociedad justa si cada día se ahonda la grieta entre ricos y pobres, y esto es lo que está pasando. Una política más equitativa, haga quien la haga, es la que se requiere. Y, por supuesto, poder dormir con la conciencia tranquila porque hemos trabajado en esa línea.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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