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Europa contemplada desde Santiago

martes, 15 de enero de 2002
La realidad que estamos viviendo en este comienzo del año con la introducción de la moneda única en doce países europeos se considera como una posibilidad de promover la prosperidad y solidaridad. La actitud entusiasta con que se ha recibido este acontecimiento, parece augurar un horizonte de esperanza, abriendo un abanico de consideraciones a la reflexión sobre la nueva Europa, que sería conveniente analizar en profundidad.
Viene entre otros detalles a nuestra percepción el hecho de que los euros son portadores de signos con referencia política, cultural y religiosa – en el caso concreto de España: la figura del Rey, la de Cervantes y la imagen de la Catedral de Santiago-, pudiendo deducirse en una sencilla apreciación que Europa es mucho más que una compleja convergencia monetaria, pues en todo caso “hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”. Pero todo este planteamiento encontrará su razón de ser si somos capaces de recuperar el alma de Europa, viejo continente, llamado a reconvertirse en renovado faro de civilización. Es ocasión de volver a recordar el grito de Juan Pablo II en la catedral de Santiago con motivo de su visita apostólica a España: “Desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tu misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades… Tu puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: Lo puedo”.
El objetivo logrado de la moneda única no debe asumirse como un punto de llegada sino más bien considerarse como un punto de partida. Sería lamentable que nos quedáramos en la corteza de este árbol europeo y no llegáramos a su arteria fundamental para reavivar la auténtica savia que tiene que fortalecer, hacer florecer y dar frutos a este continente de añeja historia, y de sugerentes posibilidades en el momento actual. Es verdad que las diferentes naciones son los sillares con los que hay que reconstruir a esta Europa cuya identidad se forja entre otros elementos con la peregrinación a Santiago, pero, esto supuesto, es preciso potenciar una conciencia euripeísta viva y operante que teniendo en cuenta lo que supuso el comercio y la navegación de Venecia o Brujas, no olvide la trascendencia del aristotelismo de París, del derecho romano de Bolonia, de la ciencia arábiga de Toledo y de otras connotaciones. Nuevas son en este momento europeo las dimensiones políticas, sociales, económicas, culturales y religiosas, pero sería un error irreparable focalizar en la sola perspectiva económica la actual realidad de Europa. Para evitar este riesgo es necesario reavivar la conciencia europea, que como escribió Moreno Báez, “se vigoriza con el estudio de nuestro pasado común, del origen de Europa y sus cimientos”. Esta actitud nos llevará a descubrir la necesidad de un europeismo moral en el que encuentra su pleno enfoque la contemplación del hombre en todas las dimensiones de su dignidad. El hombre europeo siente hoy la necesidad de fundamentar sus comportamientos humanos sobre unos valores reconocidos y aceptados por todos, sobre una dimensión ética y religiosa que ayuda a jerarquizar los valores y educa en el discernimiento para la acción y que ha de prevalecer sobre la política.
Las raíces de este europeismo hay que encontrarlas en la común cultura cuyo cimiento es la religión. En este sentido recordamos las palabras de Pablo VI: “Tenemos además la convicción de que la fe católica puede ser un coeficiente de valor incomparable para infundir vitalidad espiritual a esa cultura fundamentalmente unitaria que debería constituir el alma de una Europa social y políticamente unificada”. Una mirada objetiva sobre la historia espiritual y moral de Europa nos lleva a reconocer que “toda Europa recibe del pratrimonio tradicional de la religión de Cristo la superioridad de sus hábitos jurídicos, la nobleza de las grandes ideas de su humanismo y la riqueza de los principios que distinguen y vivifican su civilización. El día en que Europa repudiase este fundamental patrimonio ideológico dejaría de existir”. La vitalidad espiritual será el mejor aval para construir una Europa social y políticamente unificada en la que “la solidaridad moral ha de ser su verdadera médula”. Si queremos construir lo propio en verdad, en justicia y en paz, tengamos muy en cuenta a nuestro prójimo: “No se gana la vida si no es poniéndola al servicio de los demás”.
Barrio Barrio, Julián
Barrio Barrio, Julián


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