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El dolor de la muerte

miércoles, 27 de junio de 2012
ATALAYA

Comienzo esta atalaya de hoy bajo el impacto que me produjo la noticia de la resolución del Tribunal Constitucional por la que se reconoce la legalidad de Sortu. El dolor que estoy padeciendo es equiparable al que se sufre por la pérdida de un ser querido, como George, Diego y tantos otros familiares y amigos, cuando, aún a causa de una enfermedad conocida se consuma su desaparición; que no por esperada es menos dolorosa.

En este caso, el dolor lo siento por la anunciada muerte de la nación española, tal como ahora la conocemos. Pudiera pensar usted, amigo lector, que es una enorme exageración lo que acabo de escribir, y que estoy convirtiendo el drama que ya de por sí la vida es, en el anticipo de una tragedia, como si de un nuevo Esquilo se tratase. Sí, amigo mío, ausente de mí la pretensión del más mínimo parecido con el clásico griego, pero la observación permanente de los hechos me conduce a afirmar ante usted que la tragedia se está escribiendo; se viene escribiendo paulatina, pero sistemáticamente. Y créame, o despertamos de la apacible ignorancia, o indiferencia –tal vez la combinación de ambas-, o llegaremos al final de la tragedia por la consumación de las hechos. Y a mí me produce pesimismo y dolor, dolor y una enorme frustración, todo ello contrario a mis naturales inclinaciones, como muy bien saben los que bien me conocen.

Esta sentencia no pasa de ser un capítulo más de los que ya se llevan escritos, entre cuyos contenidos existen evidencias de alta traición. Como no podría ser de otra manera, si nos atenemos a los cánones por los que se diferencia la tragedia de otros géneros literarios. Y la traición tiene nombres y apellidos, y recae sobre todos aquellos que por acción o por omisión, por escribir la tragedia misma o por plegarse dócilmente a su argumentación, callan, otorgándole carta de naturaleza. Estos dos servidores de usted (que en este asunto no entramos en conflicto alguno), no estamos dispuestos al silencio. Podemos, por ingenuos, dar por buenas muchas cosas; podemos ser tolerantes, en forma consciente, con muchas otras que aún no gustándonos entendamos que conducen al bien común; pero cuando se viste de razón la sinrazón, cuando la maldad se disfraza de bondad; cuando se insulta a la moral y a la inteligencia; cuando se conjugan estos elementos, es cuando se atenta a nuestra dignidad. Y por eso, estos servidores de usted, no pasan ni pasarán, no callamos ni callaremos.

En este juego de personajes trágicos, ocupan un lugar de especial responsabilidad todos aquellos que han configurado las instituciones jurídicas acomodándolas a los intereses políticos (no le resultará a usted nada difícil identificarlos), y eso representa no sólo la ya tan proclamada muerte de Montesquieu, sino también la de Locke, Jefferson, Albon y tantos otros que no se cansaron de proclamar la necesidad de establecer, mantener y defender una nítida independencia de los poderes del Estado entre sí. Tal ahormamiento (disculpe la espontaneidad de la palabra, pero si son tantos los que pervierten la naturaleza y el significado del lenguaje ¿por qué no se me podría permitir esta pequeña licencia? que, en todo caso, me tomo), ha traído consigo primero, la creación de un Tribunal cuya necesidad es mucho más, pero que mucho más que discutible, con un rango que a todas luces no le corresponde, y segundo, constituirlo a imagen y semejanza de los partidos políticos representados en el arco parlamentario. Cuando la composición de este tribunal responde a la misma composición del parlamento, parece una obviedad que los asuntos que el primero tenga que abordar podrían ser perfectamente debatidos y resueltos en el ámbito del segundo ¿Acaso se busca obtener un “a modo de” tapadera presuntamente jurídica sobre asuntos cuya escabrosidad no se tiene la valentía de abordar?

Ahora más que nunca se tendría que acometer lo que ya con anterioridad hemos tenido el atrevimiento de proponer: que se suprima el tal Tribunal Constitucional, porque ni siquiera, aunque lleve su nombre, es capaz de amparar la Constitución; o, como mal menor, que se convierta en una más de entre las secciones del Tribunal Supremo, pero siempre elegidos sus miembros en la forma en que se hace en cualquier tribunal ordinario; de otra forma se volvería a conculcar la pureza del sistema. Pero el mal ya está hecho, amigo mío. Se han mantenido este Tribunal y su composición, precisamente para escribir este capítulo de la tragedia. Y culpables, los tiene ¿cómo no?, y usted y yo sabemos perfectamente quienes son. Este servidor le asegura a usted que la tragedia continuará escribiéndose, porque nadie tendrá los “huev …” suficientes para darle un sentido nuevo a la obra.

Pero hay otros personajes, que si no fueran trágicos serían “personajillos”; y son aquellos que piden que se siga escribiendo la tragedia y aplauden la redacción de un capítulo como el que hoy tanto dolor me produce. ¿Se da usted cuenta de quienes son? Hombre, los pura y directamente beneficiarios del asunto; aquellos para quienes, precisamente, se está escribiendo la tragedia, y aquellos otros que todavía no se han dado cuenta de su próxima desaparición de la escena porque serán fagocitados por los primeros. Esta es una de las consecuencias de las tragedias. Pero tan contentos ellos. Y después está lo innumerable de actores de bulto, que ignorantes e inconscientes hacen lo que se les manda, entre los que sé que no está usted, pero que sí seguro que no estamos nosotros. Todos ellos tan confiados, sí, pero que sepan que nosotros se lo haremos pagar, y que a la Historia han de pagar su tributo, también. Dejar impunes a terroristas causantes de casi mil muertos, más de trescientos de los cuales están todavía sin juzgar ¿qué clase de sistema es éste? , y a los que les dan su cobertura política, no puede quedar sin el precio que la Historia, inexorablemente, les pasará. Que se sepa, que lo sepan ellos, pero que lo sepan también los conniventes y facilitadores de esta situación.

Salve, amigo mío, por hoy, porque mañana … ¡¡¡seguiremos!!!
Balseiro, Manuel
Balseiro, Manuel


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