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Egipto en la encrucijada

martes, 05 de junio de 2012
Estrechamente vigiladas por el omnipotente Ejército, se están
celebrando elecciones presidenciales en Egipto, estado clave de la
llamada Primavera Árabe que tantas esperanzas pero también tanta
inquietud suscita en toda la región por su importancia y envergadura.

La obvia sentencia de la sabiduría egipcia antigua que he encontrado y
que les brindo, advierte: “El hombre no sabe cómo será el día
siguiente”. Egipto está en una encrucijada.

La votación de hace unos días puso de relieve el gran impulso
democratizador que empuja al país y eso que la democracia es una
recién llegada a orillas del Nilo pues son los primeros comicios
presidenciales libres de toda la historia de la nación. De momento, se
espera que en estas dos vueltas los electores decidan el rumbo a
seguir quince meses –o Ejército o Islamismo- después del derrocamiento
del autócrata Hosni Mubarak, caída que marcó un antes y
un después en la política de este destacado estado del Mediterráneo oriental.

Últimamente se precipitaron los acontecimientos: el presidente de la
República Árabe de Egipto, Hosni Mubarak, tuvo que dimitir el 11 de
febrero de 2011 tras medio mes de revueltas callejeras que mostraron
el hartazgo del pueblo por la prolongada dictadura después de cerca
de tres décadas de poder absoluto.

Fue un fin de reino tenebroso, como había sido su mandato, consentido
por las potencias y EEUU por razones estratégicas de mantenimiento de
la paz en Oriente Próximo Oriente según las crónicas. A la larga
aventura del mandatario se puso fin con su condena por los tribunales
egipcios a cadena perpetua por la última represión de su pueblo, un
baño de sangre que causó más de 800 muertos. Fue la gota que colmó
el vaso. Sus hijos quedaron no obstante en libertad y ello provocó la
indignación de las manifestaciones de la población en la plaza Tahrir
de El Cairo. Mubarak, de 84 años, ya muy enfermo, sufrió un nuevo
ataque al corazón al conocer el veredicto y se halla convaleciente en
un hospital de El Cairo. Es el fin del “rais”.

Egipto se encuentra en un momento crítico de su historia inmediata,
en una encrucijada. Debe elegir entre los dos candidatos a la
presidencia de la República que quedaron tras el cedazo de la primera vuelta de las elecciones: el islamista Mohamed Morsi y el laico Ahmed Shafiql, el primero defendido por los Hermanos Musulmanes, el segundo - ex comandante de la fuerzas aérea- por el Ejército. Ambos representan dos modelos de sociedad difícilmente reconciliables, Morsi promete aplicar la "Sharia", la ley islámica, Shafiq, último primer ministro de Mubarak, se atiene a las leyes civiles. El veterano Amro Musa, antiguo secretario general de la Liga Árabe, ex ministro de Asuntos Exteriores de Mubarak, y Abdel Abdulfutu, disidente moderado de esta Hermandad, han sido apeados de los comicios.

Resumiendo, hay dos bandos en liza, el antiguo régimen
y el integrismo, para nosotros desde fuera, Guatemala y Guatepeor o
Málaga y Malagón si queremos abreviar.

Egipto ha dado un paso más en su intrincada transición democrática
pero todos los problemas siguen al acecho, le están esperando: la
Asamblea Constituyente se halla paralizada por el enfrentamiento
entre laicos e integristas; se está eligiendo presidente pero no hay
Constitución; aún no se ha definido la separación de poderes entre el
presidente y el Parlamento recientemente elegido. Estas elecciones
podrían acometer la ardua y variada tarea y sortear estos escollos.
Hay mucha tela que cortar.

La presión de la calle, representada por las continuas concentraciones
en la ya nombrada plaza Tahrir de El Cairo, una verdadera ágora
egipcia, convocadas por teléfonos móviles, ha ido guiando las aspiraciones de la sociedad egipcia en los últimos meses en una suerte de democracia asamblearia popular, un espectáculo político y social “ex novo”, nunca visto aquí hasta entonces: parecía hablar el pueblo a diario en las
manifestaciones masivas de la inmensa plaza, centro neurálgico y
símbolo de la revolución.

Todo convergió ahora en un hecho singular, una afluencia sin
precedentes a las urnas, prueba del ansia democratizadora. A pesar del
30% de analfabetos que tuvieron que votar con la huella del dedo
índice y elegir los partidos por colores, el pueblo egipcio quiere
decidir su futuro y así lo demostró con las largas colas para
depositar su papeleta bajo un sol de justicia. Todo se desarrolló sin
incidente mayor. un plebiscito que muestra una inesperada madurez y una gran voluntad de cambio, un gran rechazo del desprestigiado y corrupto
régimen de Mubarak, vamos, una rebelión pacífica de las masas si
parafraseamos a un gran pensador español.

Hecho esperanzador y novedoso, los militares, que controlan el 30% de
la economía del país, en vez de ceder a tentaciones de salva patrias,
han prometido dejar el poder a los civiles elegidos en las urnas tras
la segunda vuelta el 16 y el 17 de junio, en todo caso antes del 1º
de julio. Así lo anunció el mariscal Mohamed Tantataui, jefe de la
junta militar, aunque los observadores piensen que las Fuerzas Armadas
quedarán como garantes en un segundo plano por lo que pueda pasar.

Otro hecho esperanzador y novedoso fue la participación muy activa de
las mujeres en todo este proceso y en un país musulmán que,
decididamente, también hace historia en la incorporación femenina a la
política.

Déjenme, si no tienen inconveniente, citar un proverbio árabe que
viene a cuestión y que reza: “Lo pasado ha huido, lo que esperabas está
ausente, pero el presente es tuyo”. El presente es,
evidentemente, de la ola de fondo de la Primavera Árabe.

Y es que, en resumidas cuentas,, el Egipto contemporáneo se halla en
plena mutación histórica, una empresa ambiciosa que le llevará tiempo.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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