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Democracia de trileros

jueves, 10 de mayo de 2012
Desde los tiempos de José María Aznar, ese presidente de gobierno malencarado y prepotente, al que sus enemigos políticos tachaban de “hombrecito con aspecto de mariachi”, pero que sin embargo llevó a España a unos niveles de desarrollo económico y de empleo como no se habían conocido en nuestra historia reciente, la política española ha sufrido un proceso de descomposición, tanto en lo referente a las ideas como a las personas llamadas a encarnar esas mismas ideas, que parece no haber tocado fondo todavía.

El nivel académico y profesional de los miembros de los sucesivos consejos de ministros, a las hemerotecas me remito, y, lo que es peor, su talla ética y moral deberían poner los pelos de punta hasta al elector más osado de nuestro país.

Zapatero con su temerario desarraigo de la realidad imperante y sus fabulaciones visionarias, plasmadas en forma de promesas electorales, acerca del pleno empleo y la bonanza económica permanente en la que viviría España, a contra corriente con el resto del mundo, sin más aval técnico que el de sus ingenuas ilusiones, concluyó sus dos mandatos dejando al país sumido en una profunda depresión económica y en una todavía peor tragedia humanitaria, despertando así las en las conciencias de los escasos españoles que todavía somos capaces de analizar los acontecimientos sin hacerlo desde una visión sectaria, la certeza de que nuestro sistema democrático, por llamarlo de alguna manera, no es más que un burdo fraude verbal y adolece de profundísimas carencias, las mismas que han permitido que semejante personaje, que por su capacidad, experiencia y formación debería estar destinado a desempeñar labores de tropa, pudiera llegar a lo más alto del generalato.

A Zapatero le sucedió Rajoy, con sus buenos modales, su templanza y su aureola de hombre previsible y sensato y también con un programa electoral, al que votaron los españoles que cayeron en su engaño, en el que se prometía hasta la saciedad que no iba a subir los impuestos. Lo que sucedió a continuación ya lo conocen todos ustedes y no necesita más abundamiento.

Únicamente insistir en que sí, es cierto, Rajoy era entonces y sigue siéndolo ahora, un personaje absolutamente previsible en el que la mentira que adorna su liturgia y la miseria que acompaña sus actos, las mismas que le llevaron a dominar el cónclave del PP de Valencia, no son más que signos de su decadencia intelectual y moral, desgraciadamente las mismas que adornan a esta sociedad española sin rumbo y sin destino alguno.

En frente, como vigías y garantes del buen funcionamiento democrático de las instituciones tenemos, a pie de obra, a unas organizaciones sindicales absolutamente desacreditadas para el desempeño de su labor, cuyos dirigentes, verdaderos eunucos éticos, han hecho de la moqueta y del coche oficial su “duro” entorno laboral y no muestran el menor recato en frecuentar los mismos hoteles y restaurantes de lujo que la patronal a la que tanto demonizan, demostrando así que no están, ni de lejos, a la altura del importante papel institucional que les ha tocado representar y, en segunda instancia y como último recurso para la desamparada ciudadanía, una administración de justicia básicamente inoperante en sus bases y corrompida por el poder político en sus más altas instancias.

Todo lo cual me lleva a proclamar, desde la más profunda decepción, la absoluta falta de confianza en nuestra corrupta democracia y de sus más altos representantes, verdaderos trileros, especialistas en juegos malabares destinados a la manipulación de masas, en cuyo modus operandi la honradez y la veracidad se han vuelto tan excepcionales como lo son los buenos modales y el convencimiento del profundo desprecio que éstos sienten por el pueblo, en cuyo nombre tan devotamente hablan y a cuya costa tan obscena y generosamente disfrutan.
Durán Mariño, José Luís
Durán Mariño, José Luís


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