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Tolerancia, o indiferencia.

viernes, 13 de abril de 2012
ATALAYA.

Estos días en los que los cristianos hemos conmemorado la Pasión y Muerte del Cristo, Hijo de Dios, sufrida para abrirnos las puertas de la Redención, ciertas lecturas conversaciones y el normal discurrir de los pensamientos me impulsan a compartir con usted, mi querido lector y amigo, estas reflexiones particulares diferentes a las que habitualmente le hago llegar de carácter tan crítico con la cosa política y las acciones de gobierno que nos sobresaltan un día si, y el otro también.

Y me paso a cuestiones de carácter trascendente, directamente relacionadas con mis creencias religiosas y, que, sin ningún género de duda, inspiran los principios morales, éticos, y hasta políticos en los que trato de basar mis relaciones de convivencia familiar y social. No es la primera vez que declaro, para que no quepa lugar a la duda, mi condición de católico, apostólico y romano, y los que me conocen lo saben muy bien; lo soy por convicción, porque la realidad de la vida sólo ha hecho que llenar de sentido la educación recibida de mi familia, en la escuela y en una constante acumulación de experiencias. También los que me conocen saben muy bien el grado de infinitésima humildad respecto del modelo que su servidor atribuye a los hechos de su vida; nada pues de presunciones o arrogancias injustificadas.

Pero interesa a los propósitos de esta atalaya de hoy sacar a la luz esta profesión de FE, para que no quede restringida al ámbito exclusivamente íntimo de mi persona, o a los de reducidos círculos de relación social. Espero aclarar las razones que me mueven a ello a lo largo de las siguientes líneas.

Vaya por delante mi absoluto respeto a quienes guiándose por otros credos religiosos, por ningún credo, o solamente por una estricta materialidad de la condición humana, no atentan contra ninguno de los bienes y derechos que para sí reclaman. Nuestro Salvador garantiza también para ellos, en tales condiciones, la misma Vida Eterna que a nosotros nos tiene reservada, la misma con la que el Padre le premió a ÉL. No pretendo, amigo mío, convertir esta atalaya en una pastoral u homilía reservadas a quienes tienen adquirida y reconocida capacidad para hacerlo; pero lo que sí busco es exponer la realidad actual del hecho religioso y las situaciones de complejidad al tiempo que de desigualdad que los cristianos en general estamos viviendo.

Estas palabras irán fluyendo como consecuencia de los pensamientos conmemorativos aludidos (resulta obligado reconocer que debieran de producirse con mucha mayor frecuencia, aún cuando en realidad no sean raros, ni escasos), así como por el influjo de los diferentes ambientes circundantes.

He recordado un paseo dado por Manchester hace ya unos veinte años con un amigo inglés, lamentablemente ya desaparecido, con el que después de una larga jornada de trabajo y de tomarnos un refrigerio en el hotel en el que estábamos hospedados, procedimos a reconocer en un largo paseo, y él a explicarme, los profundos cambios que se habían producido en la ciudad como consecuencia del cambio de modelo socio-económico experimentado desde la por aquel entonces reciente reconversión industrial. En un momento dado, me hace saber sus intenciones de entrar en la Catedral para orar, advirtiendo que como se trata de una iglesia anglicana, yo podría esperarle un rato en cualquier lugar de las proximidades. Le contesté que no, que yo también entraría con el mismo propósito que él. No ocultó su sorpresa, y más tarde comentamos con el buen humor que a ambos nos caracterizaba (quiero creer que en mi caso todavía persiste), el cuadro que habíamos representado: un protestante y un católico rezando juntos al mismo Dios, en paz y plena amistad, en una iglesia anglicana. Posteriormente, hicimos lo propio en la Catedral Compostelana. Nada de raro parece haber en la representación ¿verdad? Raro, evidentemente, no. Escaso, sí; y es escaso por el mero hecho de entrar a rezar; no de hacerlo juntos, sino de rezar; no de entrar en aquella iglesia a contemplarla como joya arquitectónica o a admirar sus tesoros y reliquias; no, a rezar. Pues eso. Es muy cierto que para rezar no es necesario, ni siquiera importante, entrar en una iglesia, pero sí lo es para hacer explícita nuestra FE. Poco a poco se irá viendo por qué me parece que es bastante más que importante explicitar nuestra FE.

Estos pasados días tuve la oportunidad de ver una serie producida por la BBC, titulada “HOW GOD MADE THE ENGLISH” (Cómo Dios hizo a los ingleses). Utilizo el título en original para que si usted se siente interesado en ella pueda localizarla con mayor facilidad. Aparte del aparentemente estrambótico título, que muy bien pudiera hacernos esbozar una sonrisa con la que adornar el pensamiento de: “… vaya, ya están los ingleses con sus peculiaridades …”, me llamaron la atención dos expresiones utilizadas por el extraordinario historiador-narrador; una, la afirmación de la progresiva reducción de lo religioso al ámbito íntimo, sin que se hable de Dios en público; y dos, la “indiferencia hacia el diferente” que, dicen, predomina hoy en la sociedad británica, al menos en lo que conocemos como Gran Bretaña.

No viene al caso comentar los argumentos a través de los que tratan de explicar la evolución de la sociedad inglesa en materia religiosa, pero sí son reseñables esos dos aspectos que quedan meridianamente recogidos: la práctica ausencia de Dios en lo público y, ya no la tolerancia, sino la indiferencia de los miembros de la Iglesia de Inglaterra hacia quienes profesan otras religiones.

Para este fabulador de atalayas que le da a usted la tabarra cada pocos días, ya fue en su día motivo de preocupación, no exenta de irritación, la ausencia de referencias a Dios en el mal llamado documento constitucional europeo (ausencia que por si sola me motivó para promover el voto negativo), pareciéndole cosa estúpida tal gratuita renuncia al valor esencial de nuestra civilización. Hoy esa preocupación se ve acrecentada por la señalada renuncia a manifestar nuestras creencias cristianas, y a aceptar la retirada de sus símbolos bajo una aparente tolerancia que, como en el caso británico que mencionamos, se disfraza de indiferencia.

Pues no, amigo mío; la indiferencia no tiene nada que ver con la tolerancia, y su confusión genera una situación de extrema gravedad. Nada de lo que nos rodea debe resultarnos indiferente, y menos desde el plano de las creencias. Y tolerantes habremos de serlo todos con quienes a su vez practican la tolerancia. Y habremos de ser intolerantes con todo aquello que perturba el armonioso desenvolvimiento de la convivencia; es decir, con los intolerantes. Con la salvedad de no caer en la violencia con la que muchos expresan su intolerancia. En ese punto habrá de establecerse la diferencia.

En el mundo actual, me falta por ver que los cristianos respondan de la misma forma a como lo hacen creyentes de otras religiones: misioneros asesinados, iglesias invadidas y saqueadas, crucifijos ridiculizados y pisoteados, nulo reconocimiento a la labor asistencial y social … Y no creyentes también.

Los cristianos de hoy ya no generamos violencia ni respondemos a la violencia con violencia, pero no podemos ser indiferentes y debemos exigir para nosotros la misma tolerancia que practicamos para con los demás, inspirada en el gran mandamiento de amar al prójimo, no en la estupidez. Tolerancia, generadora de afecto, es lo que nos unía a mi amigo inglés y a este servidor de usted en la oración, sin que a ninguno de los dos nos avergonzase la FE que profesábamos. No era indiferencia hacia lo que cada uno de nosotros sentía, sino una compartida honda preocupación porque ambos encontrásemos el refuerzo que buscábamos para nuestros respectivos espíritus.

Este ejemplo entre un protestante y un católico ¿cree usted que es repetible entre ellos y cualesquiera otros creyentes? ¿qué dificultad existe para ello? Ninguna, créame lector, salvo la ausencia de bondad, buenas intenciones y de ¡amor al prójimo! ¿Por qué los no creyentes no hacen de ello también una norma de su conducta?

Ellos lo sabrán, o no, pero usted y yo, sí, seguro que sí lo sabemos. Y también sabemos quienes son los que fomentan la intolerancia, por qué y para qué. No conseguirán sus objetivos. Por de pronto, no nos dejaremos acomplejar ni contagiar por la indiferencia británica.

Salve, lector, con la ayuda del Hijo de Dios Resucitado y en la Gloria del Padre.
Balseiro, Manuel
Balseiro, Manuel


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