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Los pingües negocios de la guerra

miércoles, 14 de marzo de 2012
En Siria, el dictador Bachar el Asad, respaldado por Rusia y China, acaba de machacar con toda impunidad a su propia población, desmán condenado por la Unión Europea y los Estados Unidos.

Según la ONU, fueron más de 7.500 los muertos en 11 meses de represión, sin contar la escabechina de las últimas semanas. El referéndum improvisado recientemente para ganarse a sus súbditos, una maniobra de dilación, no ha producido los efectos esperados por el autócrata; ni tampoco lo hizo la promesa de una Constitución reformada.

El conflicto tiene un fuerte trasfondo religioso, los partidarios de El Asad son musulmanes chiíes, identificados con el Gobierno, y los seguidores de los rebeldes, suníes, dos sectas del Islam irreconciliables desde hace siglos: de ahí, el fanatismo de los combates y la impresión de que la confrontación va para largo también en esta parte del mundo. En la populosa ciudad de Homs, un barrio suní resistente hasta última hora cayó finalmente en manos de las Fuerzas Armadas de El Asad que, equipadas con carros de combate y armamento moderno, bombardearon y terminaron por vencer y poner en fuga al rebelde Ejército Libre Sirio (ELS), mal dotado, con armas de fortuna. Parece un caso práctico del uso del ejército para asentarse en el poder. Otra guerra en el turbulento Próximo Oriente.

Los encarnizados enfrentamientos en Siria forman parte de una constelación de guerras actuales que provocan cada una de ellas más de mil muertes al año y que padecen, por razones diversas, en una enumeración rápida, países como Afganistán, Somalia, Irak, Sudán, Yemen u otros que nos son más afines, como Colombia, enfrentada a la guerrilla de las “Farc” (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas) o México con sus operaciones contra el narcotráfico. Con todas ellas se podría trazar el atlas trágico de la actualidad. Pero desafortunadamente no son más que una muestra. Hay muchos otros focos violentos en ebullición en los que la vida humana no vale nada.

Podríamos pensar que el mundo está en paz desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hace 67 años pero las guerras locales mantienen boyante la industria bélica causando decenas de miles de muertes. Baste un ejemplo: la tristemente famosa guerra de Vietnam (1964-1975), una orgía sanguinaria que costó de 2 a 6 millones de vidas humanas. Fue la única que perdió EEUU, supuso un profundo trauma para la sociedad norteamericana y, colmo de males, la aviación estadounidense utilizó por primera vez en ella como arma ofensiva el destructor e incendiario napalm que se usa tanto contra bienes como contra seres humanos. Y lo hizo en toda ciencia y conciencia importándole poco diezmar a la pacífica e indefensa población vietnamita en aras de ambiciones geopolíticas en ese confín de la Tierra.

Fue un genocidio reconocido más tarde en películas como “Apocalypse Now”, de Francis Ford Coppola con Marlon Brando, cinta que tuvo un lugar destacado en la larga lista de filmes antibélicos de Hollywood desde “Sin novedad en el frente”, tercera versión cinematográfica de la famosa novela de Erich Marie Remarque (1929); “Adiós a las armas”, de Frank Borzage (1932), con Gary Cooper, basado en un relato de Ernest Hemingway que no impidió otras adaptaciones ulteriores; el magnífico “Senderos de Gloria”, de Stanley Kubrick (1957) con Kirk Douglas sin olvidar la legendaria película francesa “La gran ilusión”, de Jean Renoir con Erich von Stroheim (1932), que conocen bien los ratas de filmoteca.

El mundo está en crisis ahora mismo, pero sigue gastándose más de lo que tiene en armas, el comercio de la guerra, desembarazado de prejuicios morales por la codicia, va viento en popa. La facturación de las 100 principales empresas mundiales productoras de armamento se situó en 2010, último año de estadísticas publicadas, en más de 305 mil millones de euros, lo que equivale a un tercio del Producto Interior Bruto (PIB) español. Y está en ascenso.

“Si vis pacem, para bellum”, dice la conocida máxima latina atribuida a Julio César. Si quieres la paz, prepárate para la guerra es un apotegma que siempre ha servido para armarse hasta los dientes pretextando la existencia de un hipotético enemigo exterior. Sólo hay una excepción conocida, la de Costa Rica, pequeño país centroamericano situado entre Nicaragua y Panamá, que abolió el Ejército en el lejano diciembre de 1948 y destinó los presupuestos militares a desarrollar pacíficamente los recursos de sus 4,3 millones de habitantes. Esta experiencia dura más de cuatro décadas empañada últimamente por un incremento de la pobreza en el país. Sin embargo Costa Rica creó una democracia consolidada con una libertad de prensa excepcional, y se convirtió en un ejemplo a seguir que desgraciadamente nadie siguió.

El mercado de aviones, buques de guerra y misiles continúa en pleno auge según constata un portavoz el Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo que publica sus informes por esta época y es abundantemente citado por la prensa. Total, no habrá dinero para mantequilla pero sí para cañones. Los dividendos de la guerra no se estancaron sino que crecieron en 2010 un 1% en el mundo sin contar con las industrias de China, segundo importador mundial pero también gran productor de armas, y sin tener en cuenta el rearme de los países emergentes.

De las principales empresas productoras de armas, 5 de ellas son norteamericanas, la primera de todas, Lockheed Martin con una cifra de ventas de 35.730 millones de dólares en 2010, para obtener el total mundial habrá que multiplicar tal cifra al menos por diez. Las compañías españolas Navantia e Indra se sitúan modestamente en los puestos 45 y 84. El constructor aeronáutico francés Serge Dassault, conocido “marchand de canons” y propietario del rotativo “Le Figaro” ha cerrado un contrato multimillonario de venta con la India de 126 aviones de combate “Rafale” por la mirífica suma de 15 mil millones de euros, un gran éxito, “les affaires sont les affaires”, las eventuales futuras víctimas importan menos. Digámoslo descarnadamente, los pingües negocios de la muerte van bien, ¿no?
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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