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Algo sobre educación

jueves, 23 de febrero de 2012
ATALAYA. Algo sobre educación

Haber vivido en primera persona, el pasado día 14, un particular incidente en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santiago de Compostela (las personas que lo compartieron conmigo sabrán a qué me estoy refiriendo), y que no detallo porque hacerlo supondría conceder un reconocimiento que sus protagonistas no merecen, me lleva precisamente a relacionarlo con la importancia que la Educación –discúlpeme lector que aquí escriba el sustantivo con mayúscula-, tiene en el desarrollo de las sociedades avanzadas; y de paso, comenzar a compartir con usted algunas reflexiones con las que sobre esta materia le tenía “amenazado”.

Visto que para mí es este un tema recurrente, me permití repasar algunos pensamientos elaborados con anterioridad y encontré uno que me permito reproducir, y que, como dicen que no está nada bien citarse a uno mismo, utilizaré la tercera persona para decirle a usted que a un tal Balseiro le publicaron el 29 de julio de 2009 un artículo con el siguiente contenido:

“Y aún hoy, aquellos que vigilan y ordenan verdaderamente sus propios pensamientos constituyen una exigua minoría. La mayor parte del mundo vive sencillamente de imaginación y pasión”. Así describía en 1920, H.G. Wells el estado intelectual de su tiempo, refiriéndolo al capítulo dedicado a El Pensamiento Primitivo en su famoso libro Breve Historia del Mundo (The Outline of History), obra que aunque no es, ni pretende serlo, un texto histórico en sentido estricto, sí en cambio representa un análisis de la historia, de la sociología, de la ciencia y de la política, hasta el tiempo en que tal obra fue escrita. ¿Le parece a usted, amigo lector, que las cosas hayan cambiado algo en todo este espacio de tiempo? La afirmación de Wells de que son sólo una exigua minoría quienes vigilan y ordenan sus pensamientos, refleja la escasa preocupación de la mayoría por desarrollar esas capacidades intelectuales básicas como son la reflexión y el espíritu crítico.

Claro que semejante desarrollo intelectual, generalizado, no forma parte de los objetivos de ninguna de las ideologías políticas –por mucho que se esfuerzan, y lo hacen, en decir lo contrario- que han ejercido o ejercen un papel hegemónico en el gobierno de las naciones. Y cuanta mayor sea la tendencia totalitaria de tales ideologías, socialismos o fascismos que en esto se dan la mano, mayor resistencia, siempre oculta claro está, a facilitar que las personas que en el mundo habitamos alcancemos el grado de conocimiento que nos permita expresar de una forma racional nuestro libre albedrío. No será este servidor suyo quien niegue la importancia de la imaginación en la evolución del pensamiento individual (que nos debe ayudar a perseguir la utopía), ni la pasión con la que las ideas y convicciones han de ser defendidas. Lo que defiendo es que ambas han de ser ordenadas y vigiladas, tal y como Wells las echa en falta. Y un servidor también.

Y ¿sabe usted lo que un servidor también echa en falta? Cuando menos dos cosas. La primera, un sistema educativo que realmente promueva la universalización del conocimiento de los hechos fundamentales del desarrollo de la humanidad, tengan éstos el carácter que tengan: históricos, filosóficos, científicos, sociales, económicos, religiosos… en suma, todo lo que pudiera conseguir que las personas que en el mundo habitamos dispusiésemos de los elementos necesarios con los que nutrir nuestra razón, y aprendiésemos a hacer un recto uso de ella. Sobre esta base de conocimiento sí que podríamos aplicar las dosis de imaginación y pasión que cada persona individual estuviese en condiciones de desarrollar.

Imaginación para avanzar en la búsqueda del progreso, y pasión con la que defender lo que el recto uso de la razón nos dicte. Con sólo imaginación y pasión quedamos inermes ante los efectos propagandísticos de las ideologías, que siempre encontrarán los medios para asociarlas a sus intereses, utilizando a su conveniencia los instintos básicos, afectivos y sentimentales, evitando la aplicación generalizada del conocimiento racional, porque la razón sí que estorba, sobremanera, a los objetivos totalitarios (en este punto, mis compañeros del otro día, me aceptarán la relación con aquel incidente).

La segunda, el compromiso de la familia en el proceso de educación integral de los jóvenes, desde el momento mismo del inicio de su vida, hasta la adquisición del pleno raciocinio; y siempre, con su permanente ejemplo. Son los padres quienes tienen, no ya el derecho a educar a los hijos, que les viene reconocido con toda justicia en todo cuanto ordenamiento jurídico democrático se conoce, sino la obligación natural que contraen al posibilitar su existencia. Y no es ésta una obligación cualquiera, amigo lector. Es la obligación social cuyo adecuado cumplimiento tendrá un impacto más significativo en la sociedad del futuro.

Renunciar al ejercicio directo de esta combinación derecho/obligación, sean cuales fuesen las causas que lo produzcan; abandonar esa responsabilidad en manos de los instrumentos educativos y de sus gestores, ya sean de carácter público o privado, sin ejercer la vigilancia y orden en el cumplimiento del proyecto de familia que los padres hubiesen forjado -¿han forjado los padres actuales su proyecto de familia? ¿sabrían expresar cómo quieren que sean sus hijos el día de mañana?; abandonar esa responsabilidad supone perpetuar el grado de inconsciencia social al que aludía Wells, y, como consecuencia, permitir que los adultos del mañana “vivan sencillamente de imaginación y pasión” y se comporten como las víctimas propiciatorias de cualquier ideología que la sepa manipular. Y usted y yo sabemos que las hay (también hay aquí otra relación ¿verdad?).

Bien lector, creo que para los que tienen como objetivo ejercer el control político de las sociedades, éstos son también los dos elementos claves de su estrategia. Por medio de sistemas educativos controlados en exclusiva por los administradores del Estado, que no fomentan la adquisición de conocimientos bajo criterios de objetividad y universalidad; que no establecen criterios de disciplina y esfuerzo (tanto en los educadores como en los educandos), obtienen las facilidades que necesitan para manipular y uniformizar a su comodidad las mentes y las conciencias de generaciones y generaciones hacia el futuro. Y por medio de negar, limitar, o evitar fraudulentamente los derechos y obligaciones de los padres, eliminan el más importante elemento, por no decir el único, de formación en valores con el que los seres humanos deberíamos haber nutrido nuestra consciencia como tales.

Un servidor es conocedor de los condicionantes socio-económicos que afectan al papel de las familias tal y como tradicionalmente se venían concibiendo, pero la situación resulta tan grave como retroceder más de tres siglos; tantos como cuando Thomas Hobbes concibió su Leviatán como forma de total sometimiento del individuo, dada su incapacidad (¡), a la tutela de un Estado solucionador de todos los conflictos. ¿Representa esto alguna forma de progreso? Prefiero a Santo Tomás de Aquino……..”

Cuando van a proponernos, o están proponiéndonos ya, modificaciones al sistema educativo, estas pasadas reflexiones me han de servir de introducción a las próximas, y que me comprometo a que sean un poquito más breves para no cansarle.

Entretanto, Salve amigo mío.
Balseiro, Manuel
Balseiro, Manuel


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