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En el buen camino (II)

viernes, 10 de febrero de 2012
ATALAYA.

En el buen camino, 2ª parte


Al hilo de la anterior atalaya, En el buen camino, un amigo lector me recuerda que Goethe, si es que él hubiera sido, se refería a su preferencia por un poco mas de orden si fuera necesario para garantizar un poco más de seguridad; no sé si fueron exactamente esas las palabras del literato alemán, pero sí en todo caso el sentido que parece que pretendía dar a su reflexión. Está claro que este es un amigo-lector perspicaz, y desde luego leído, cosa que me complace muy sinceramente; por lo leído y mucho más por su amistad.

Le aclaré que había sido consciente de una utilización retórica del pensamiento goetiano (disculpe el vocablo que, por otra parte, el corrector ortográfico ya se encarga de señalarme), en el que basar mi debate personal sobre la relación entre la justicia y la libertad. Aunque debo añadir que no me parecen tan alejados unos de los otros, y que a todos se les podría aplicar el principio de los vasos comunicantes, porque aparenta ser cierto que si añadiésemos mas orden en su correspondiente vaso, habría de elevarse el nivel del de la seguridad.

Mi tesis anterior también se basaba en que haciendo subir el nivel de la justicia, también lo haría el vaso de la libertad.

Juguemos ahora con otra relación: aquella que podría vincular a los cuatro conceptos, que, como fruto de mi contradictorio, conflictivo, controvertido debate íntimo concluyo en considerar elementos básicos en cualquier sociedad democrática, y en todo caso, siempre perfectibles. Juguemos. Si tomamos los cuatro elementos y les atribuimos a cada uno su vaso, y habiendo dejado sentado ya como principio que echar agua en el de justicia no disminuye el nivel del de la libertad, y presuponiendo que más agua en el del orden tampoco disminuye el de la seguridad ¿Qué ocurriría si relacionamos la justicia con el orden?

¿Y si la relacionáramos con la seguridad? ¿Qué ocurriría con el vaso del orden respecto del de la libertad? Y ¿qué de la seguridad con relación a la libertad misma? Lector ¿nos atreveríamos alguno de nosotros a decidir cuáles habrían de ser los niveles más adecuados del agua en cada uno de los vasos? ¿Afectaría su nivel a la calidad democrática de nuestra sociedad? ¿Podría ser que la totalidad de los cuatro vasos fuesen comunicantes entre sí, en los que a la elevación del nivel en uno de ellos le correspondería la misma elevación en los demás, o que fuesen estancos entre sí?

No me parece asunto baladí el debate permanente sobre estas cuestiones, si queremos ir dando respuesta a la problemática cada vez más compleja de las relaciones entre los seres humanos que poblamos el planeta. Ante multitud de vasos, no solo los cuatro mencionados, comunicantes o no, nos estamos enfrentando todos los días, sin que en la inmensa mayoría de ellos seamos conscientes de su transcendencia.

Y también me parece importante, en aras precisamente de la deseada y deseable calidad democrática, ir echando cada vez más agua en todos los vasos –agua limpia, por supuesto-, independientemente de que todos fueran comunicantes, que lo fueran por partes (siguiendo la teoría combinatoria, por ejemplo), o definitivamente estancos; echando agua constantemente se irían creando condiciones de convivencia de mayor perfección. La mención al agua limpia no es gratuita ¿verdad?

Óyeme, me dicen, menudo partido que le estás sacando al comentario del amigo, porque ¿no habías quedado en que seguiría una segunda parte relacionada con la independencia de lo judicial y motivada por los anuncios legislativos del gobierno? Y la verdad es que no vemos la relación con lo que queda propuesto. Pues sí que lo hice, y no renuncio a ello, dado que la partida está lejos de haber finalizado; y ¿me censuras que no tiene relación? Pues mira, todo comienza por ahí, por la justicia, por su aplicación en términos de igualdad para todos los ciudadanos. Esto cobra especial interés precisamente en el momento en que un juez, y no un juez cualquiera, sino un proclamado “juez estrella”, fue sentado en el banquillo de los procesados. La aplicación de la ley al igual que se le hubiera de aplicar a cualquiera de nosotros, sin privilegios y sin subterfugios, es la demostración palpable de que disponemos no ya de un sistema judicial impecable, sino también de unos jueces capaces de hacerlo limpios de condicionantes que no fuesen los estrictamente jurídicos. Debería comenzar aquí lo que pensaba que sería la segunda parte, pero si usted me lo permite lo dejaremos para una tercera.

Salve, querido lector.
Balseiro, Manuel
Balseiro, Manuel


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