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Cuestión de confianza

lunes, 16 de enero de 2012
ATALAYA.
Cuestión de confianza

Y de paciencia, me recomiendan tanto algunos de mis amigos lectores, como el otro que ustedes ya conocen, cuando expresé mi orteguiana disconformidad con la elevación de impuestos que ha refrendado el Parlamento español. Cuestión de paciencia, claro que sí; acepto y pongo en práctica la recomendación, porque a estas alturas la paciencia es una virtud que parece aumentar su valor con la edad, y con la experiencia, y además es más fácilmente aplicable.

De manera que, habrá paciencia, no sólo para comprobar el grado de acierto o error que tal medida implicará, sino también el impacto de otras medidas que ya han sido anunciadas, y otras que también anuncian que se tomarán en el futuro inmediato. Las anunciadas: lucha contra el fraude y anulación de hasta 450 entidades de distinta naturaleza. Y éstas, sí que me gustan.

Tendré paciencia hasta comprobar que se aplican, y cómo, y tendré paciencia hasta conocer las siguientes.

Pero también es una cuestión de confianza. Confianza que se mantiene plenamente aún a pesar de la discrepancia; faltaría más. La confianza no se gana o se pierde según el grado de conformidad o de discrepancia. Se gana, y se mantiene, cuando se fundamenta en la transparencia, en la honestidad y en la valentía; y no se pierde por discrepancias sobre la elección de soluciones que tienen un alto grado de aleatoriedad y de subjetividad. Tal es el caso de la elevación de impuestos: que se ha elegido, de la misma manera que podría no haberse hecho; que unos dicen que había que hacerlo, y otros que decimos que no.

Pasa lo mismo que con los premiados con el Nobel de Economía, que podemos encontrar unos que sustentan una tesis, pero también podemos encontrar otros que defienden la contraria. El Sr. Rajoy acaba de decirnos que era “absolutamente imprescindible”; pues bien, yo voy a tener confianza, porque sé que no está animado por ningún otro objetivo que no sea el bien común; la medida es equivocada y no modifico ninguna de mis afirmaciones al respecto, pero mantengo la confianza, eso sí, una discrepante confianza.

Como también está equivocado en el argumento sobre el que la sustenta: el sorpresivo nivel real del déficit. Sin embargo, mantengo la confianza, discrepante confianza. Porque, también es cierto, la confianza no es gratuita.

Y mantengo la confianza en que eleve, en tramos cortos o en tramos largos, el porcentaje de retirada de subvenciones a partidos políticos, a organizaciones empresariales y a sindicatos, hasta reducirlas a cero o a su mínima expresión. Al igual que a esas 450 entidades, públicas y o privadas de titularidad pública ¿por qué 450, y no 329 o 555? A las que haga falta, óigame, hasta hacer desaparecer tantas cuantas sean inútiles.

Y mantengo la confianza en que se acabe con los privilegios de determinadas castas sociales o políticas, y que realmente se emprendan medidas contra el fraude, que por sí solo ya aliviaría la mayor parte del déficit, además de producir el efecto moralizante y balsámico para los que siempre acaban pagando los platos rotos.

¡Ah! y persecución policial y jurídica de la corrupción, no sólo para aplicar la condena que corresponda a los culpables, sino, y sobre todo, para que tal condena vaya acompañada de la restitución de los bienes indebidamente apropiados, o mal utilizados. Nadie debe irse “de rositas”, y menos que nadie, los terroristas.

No paro, ni pararé, de reclamar justicia reparadora para las víctimas, y para nuestra dignidad.

Mi controversia íntima también trata de convencerme del nivel alto de exigencia que estoy manifestando, pero ¿cómo no lo voy a manifestar? Mira, le digo a mi controvertida conciencia, y mire usted lector, por extensión, si he mantenido un altísimo nivel de crítica exigencia con el Partido Socialista y el Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero –muy especialmente con este último- a los que he conseguido echar del gobierno y reducir su presencia parlamentaria (acépteme esta extraordinaria y humorística presunción), por pura coherencia he de ser exigente con los míos, por el mero hecho de serlo y por reconocerles yo más altas capacidades que a sus predecesores.

La enorme diferencia moral que distingue a los acusados de conservadores de aquellos autoproclamados progresistas es que no por ser de los nuestros vayamos a caer en la complaciente falta de rigor crítico. No van los tiros por ahí, y en eso descansa la cuestión de confianza. Confianza sí, y paciencia también, pero no gratuitas. Cómo podría yo dormir tranquilo si no les exigiese a los míos, o muy próximos a mí, mucho más de lo que les he exigido a los otros.

Salud.
Balseiro, Manuel
Balseiro, Manuel


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