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Pérdida de seres queridos

viernes, 09 de diciembre de 2011
Hasta ahora he estado hablando de los seres queridos que ya han partido. Sabemos que ya no están aquí, se encuentran en la luz, llenos de amor y paz. Pero, ¿y nosotros, cómo estamos ante su marcha?.
La pérdida de un ser querido siempre es dura, dolorosa y deja una huella importante, a veces una herida profunda que tarda en sanar y que con el tiempo puede acabar siendo una cicatriz.
Cada muerte se vive de manera distinta, su dolor no es el mismo. Puede depender del grado de vinculación o sentimientos que nos unían a la persona fallecida, a su manera de morir, si era un enfermo cómo ha llevado la enfermedad, el grado de sufrimiento que ha tenido, la edad en que ha muerto, etc. No es lo mismo, una persona mayor, que un adulto, un joven o un niño.
Aunque sintamos mucho su pérdida, asumimos con mayor naturalidad la marcha de las personas ancianas. Han tenido una vida rica en años que conlleva vivir experiencias, tiempo para amar, aprender, ser, querer; en definitiva, vivir.
El adulto, también ha tenido un cierto recorrido en años de vida, ha tenido oportunidades de saber, aprender y conocer, de amar y ser amado. En cambio, un niño o joven, trastoca. No tiene lógica, apenas ha tenido tiempo de vivir, de tener vivencias. Solemos decir que tenía una vida por delante. Podemos sentir frustración e ira ante su partida.
La muerte no tiene lógica, al menos no la nuestra. Pensamos que los últimos en morir no deben ser los más jóvenes. Sin embargo, no es así. Todos conocemos o hemos vivido experiencias en que son los más jóvenes los primeros en partir.
Las pérdidas tan duras, sea cual sea la edad del fallecido, muchas veces no son fáciles de llevar, ni de integrar. Nos sentimos vacíos, abandonados, rotos por dentro, la vida carece de sentido, ya no se lo encontramos. Nos hundimos, nos bloqueamos, estamos deprimidos. Nuestros amigos o conocidos no entienden nuestro dolor, nuestra pena y, eso provoca que algunos de nosotros se acaben aislando.
Vivir el duelo, es vivir el dolor, es vivir el sufrimiento por la pérdida e ir adaptándose a ella de la mejor manera posible. Esta vivencia es personal e intransferible. No hay dos iguales.
Hay duelos que se pueden hacer en vida. Por ejemplo, cuando conocemos la gravedad de un enfermo, aunque no sepamos la fecha de su partida. Podemos vivir estos momentos para prepararnos para su marcha. Tenemos un tiempo corto y precioso, y debemos aprovecharlo para poder despedirnos de nuestro familiar, tenemos la gran oportunidad de dejar todo en claro y en paz. Tal vez, no haya que decir nada, salvo te quiero. A veces, sólo se trata de estar ahí, en silencio, de tocar y acariciar, y de dejar partir.
Indudablemente el que sepamos que hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, ayudará a que la sensación de pérdida siga estando pero que el dolor pase más rápidamente. Así, tendremos un duelo más suave y tranquilo.
En cambio, otros duelos son dolorosos. Hay quienes no quieren o no pueden darle la vuelta a la situación. Se aferran o enganchan a este dolor que les mantiene aparentemente vivos. Su vida, es vivir en el recuerdo permanente del ser que ha muerto. Se niegan avanzar hacia delante, se sienten culpables de seguir viviendo, o deciden que al partir su ser querido, la vida ya carece de sentido. Cada persona lo vive de manera distinta.
Cuando seamos conscientes que el duelo, que la situación que estamos viviendo nos puede, nos limita, bloquea, etc, sería adecuado ponernos en manos de personas especializadas que nos ayudarán a salir adelante, terapeutas que nos pueden ayudar a sobrellevar el dolor y a entender en qué fase estamos o qué es exactamente lo que estamos viviendo y su porqué. Nadie dice que sea fácil. Está en nuestras manos, el poder tomar un rumbo u otro y todos son respetables.
También existen grupos de apoyos, de personas que viven la misma situación de pérdida de un ser querido. Y hablar de nuestro dolor a personas que saben por lo que estamos pasando, puede conseguir que nos sintamos arropados, comprendidos y sintamos libertad para hablar de nuestro sufrimiento y pena.
Cuanto más nos preparemos, cuánto más sepamos a lo que nos podemos enfrentar, tendremos más recursos para salir adelante, haciendo que una situación de angustia lo sea menos y más llevadera. La herida estará ahí, no desaparecerá el recuerdo ni el amor que sentimos por nuestros seres pero podremos vivir con cierta alegría, disfrutando del resto de los días que nos queden hasta poder reunirnos con ellos .
Aurensanz, María Eugenia
Aurensanz, María Eugenia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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