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Llegó la hora

viernes, 25 de noviembre de 2011
ATALAYA

Las urnas se pronunciaron, con meridiana claridad, por un lado castigando la incompetencia, y por otro atribuyendo altas responsabilidades a quien con contumaz insistencia las estaba reclamando. Y llegó la hora, querido lector, de asumir esas responsabilidades para enfrentarse a un grado de dificultad tal como nunca antes en nuestra historia reciente se habían presentado.

Llegó la hora de afrontar los problemas que aquejan a la sociedad española; bien es cierto que, muchos de ellos ligados, y a veces concurrentes, con los que padecen los países a los que estamos asociados; pero que de ninguna manera deben servir de excusa para resolver aquellos que nos son propios, exclusivos y generados por unas actitudes individuales en gran medida, pero consecuentemente colectivas, instaladas en la autocomplacencia y en el relativismo moral; problemas éstos que nos confieren unas peculiaridades diferenciadas, y de las que somos directamente responsables. Así, el desempleo, el déficit público, las diferencias entre territorios, la confianza en la justicia, la calidad de la educación, la solidaridad con los desfavorecidos y la confianza en nosotros mismos, entre otras, forman parte de tales peculiaridades.

Y créame lector, al igual que me ha creído en anteriores oportunidades, que la tan reiterada, convocada y deseada confianza, condición indispensable para recuperar el crédito que buscamos como país, no pasa sólo por el cumplimiento de los compromisos contraídos frente a terceros -¡ah, esos denostados y vilipendiados mercados!- que tiranizan a los estados con sus pretensiones de cobranza, como si todo aquel que presta o invierte no tuviese como objetivo su recuperación y plusvalía; no sólo pasa por ese cumplimiento, repito, sino que pasa por ofrecer una imagen de país esforzado, riguroso, productivo, ahorrativo, solidario e imaginativo. Digo, sólidamente armado moral y éticamente, como tantas veces he reclamado y seguiré haciéndolo, para mi mismo y para usted, como piedra angular de nuestra convivencia y del progreso.

Haré uso de la libertad que usted me concede, y que yo me tomo, para ir exponiendo sucesivamente opiniones sobre las cuestiones enunciadas, y alguna más que aparezca deducida, o inducida. Porque lo que a este comentarista le interesa, lector, es compartir con usted preocupaciones y aspiraciones, y situar en su verdadero lugar el espíritu de autocrítica, en primer término (de ahí el declarado conflicto permanente con mi otro yo), y de vigilancia crítica sobre todo cuanto nos concierne, como uno de los mecanismos intelectuales que ya nos hubiera debido conducir a no cometer los errores que ahora tenemos que enmendar.

Esa vigilancia crítica tendrá mucho que ver, en los inmediatos tiempos, con la forma en que afronte sus responsabilidades el partido ganador de las elecciones, su líder y por extensión el nuevo gobierno, al que los ciudadanos le hemos conferido la fortaleza suficiente para hacer lo que deba hacer. La fortaleza es la condición necesaria para cumplir con el mandato surgido de las urnas, y la situación así lo requiere. Fortaleza que en modo alguno está reñida con la comunicación abierta y con el diálogo honesto y constructivo, pero que hechos todos los considerandos pertinentes, habrá de hacer lo que deba hacer, lo que tenga que hacer, sin cambalaches ni medias tintas. Eso es lo que deberá proyectar a la sociedad española el nuevo gobierno, y como consecuencia también a la comunidad internacional. Noble y árdua tarea la que el Sr. Rajoy ha de iniciar y dirigir; la hora le ha llegado, Sr. Rajoy.

Estaremos vigilantes, y desde esta Atalaya no le faltará el apoyo que usted se merezca. Entretanto, mi amigo lector, sigamos con salud.
Balseiro, Manuel
Balseiro, Manuel


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