A la memoria de Emilio Sinde Nieto

Emilio, amigo: Aún tengo presente el momento en que te escribí mi primera carta. ¡Cuán difícil me resultó hacerlo! Eras para mí una persona desconocida. Sólo sabía que tenías un especial interés por un tema que nos relacionaba: la obra y la figura olvidada por muchos años de un poeta gallego que fue un mártir más de esa guerra “incivil” que dividió a España. Me refiero a Francisco de Fientosa (Francisco Vega Ceide).

Para ti, era un escritor a quien considerabas digno de ser recordado; para mí, un tío, que hubiera deseado conocer.

Debo decir que no fue mi padre, nacido en tierras de Castro de Rei, quien me habló de Paco; siempre supe que tenía dolorosos motivos para querer olvidar su temprano desarraigo y las pérdidas de sus afectos. Y lo comprendí.

A partir de aquella carta, nuestra correspondencia fue fluida y en extremo enriquecedora.

La computadora e Internet eran un abismo que me separaba de tu mundo. Por ello, periódicamente, el correo y el teléfono fueron los medios de comunicación entre ambos durante esos años. Estoy segura de que el poeta, desde algún lugar mágico, inspirado por Dios, medió para afianzar esta noble amistad entre nosotros.

¡Con qué ansias esperaba tus noticias! Muchas veces, en lugar de cartas llegaban encomiendas que abría con igual expectativa que la de un niño cuando recibe un regalo. Libros, folletos y cartas. Esos diccionarios gallegos, en tu afán de que comprendiera mejor la lengua paterna. Significativos obsequios y fotografías forman parte de este patrimonio cultural que me permitió indagar sobre los orígenes de la civilización y conocer los restos arqueológicos que conservan a través de los siglos los habitantes de la “Terra Cha”.

Gracias a ti recorrí con la imaginación la verde geografía de sus paisajes y me adentré en las tradiciones y costumbres atávicas en las que, aún hoy, se amalgaman con armonía religión, folclore, superstición y proyectos de futuro.

Gracias a ti poseo el primer ejemplar del libro ”Á PRIMEIRA LUZADA” en el que su autor, Ricardo Polín, con tu impagable colaboración, reúne y estudia casi toda la obra de Francisco de Fientosa.

También gracias a ti, buena parte de los originales de esa obra escrita honran y enriquecen la biblioteca del Museos del Castro de Viladonga al que tú mimaste con paternal cariño.

Cada tanto releo tus cartas y miro el material atesorado durante esos años, y una gran tristeza me invade al saber que ya no estás.

No puedo olvidar que fuiste quien despertó mis sueños aletargados y arrancó de mi subconsciente ese instinto ancestral por el amor a Galicia y me adoptó como una hija más de esa “terra meiga”.

Con naturalidad, sin apremios ni composturas, la amistad se fue consolidando. Tú y tu familia pasaron a formar parte de la mía.
Generoso y afable, enamorado de tu terruño, nunca pensaste que serías el primer eslabón de una cadena firme y valiosa que aún hoy continúa unida, aunque ese primer eslabón ya no sea material y tangible. El extremo inicial de esta sucesión de engarces permanece aferrado al tronco de un enhiesto carballo, cuyo destino es seguir viviendo para amarrar otros afectos y entregas a través del tiempo y la distancia.

Protector de la cultura, diplomático de la amistad, me dejaste, además del cariño de tu esposa Olga y de tus hijos, la entrañable relación con Xosé Manuel Carballo, el cura, y la de su sobrina Ánxeles, aquel encuentro simpático, en Mendoza, con tu viejo vecino, Manuel Soto, así como también el afecto desinteresado de Xulio Xiz, quien sin conocerme confió plenamente en mí y me ofreció un espacio en Galicia Digital.

Emilio, para ti mi reconocimiento sincero y mi gratitud por la semilla arrojada con la claridad del sembrador y cuyos frutos se han multiplicado para signar en mi vida esta sucesión de afectos que comenzó con esa, mi primera carta.

Elsa Vega Aguilá. Mendoza (Argentina )