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Indignados por el mundo

viernes, 12 de agosto de 2011
Nada como coger tu mochila y echar a andar. Nada como hacer las maletas y ponerse a viajar.

Hacerse kilómetros caminando o en auto, en tren, en avión. El caso es poder viajar, poder ver, poder observar.

Se viaja por trabajo o por placer pero, no cabe la menor duda que, cuando se viaja se aprende mucho más que frente a la pantalla de la televisión o recostado leyendo un buen libro.
El verano y las vacaciones incitan a viajar más que nunca. La crisis no hace mella en esto cuando ganas no faltan. Vayas donde vayas siempre hay personas portando mochilas o maletas. La gente se mueve y cada día más.

Se viaja por trabajo, por placer y, ahora, para reclamar pero, estos últimos se hacen llamar indignados-que no indignos- y también portan sus mochilas y sus bártulos.

Admito haber cogido mi mochila un par de veces para explorar la madrileña Puerta del Sol y adentrarme entre las carpas de los indignados como una de tantos observadores que no nos queremos perder el acontecer diario de la realidad social y política de un país, y admito haber salido de esas carpas y encontrarme con otra realidad social distinta, la del resto, ciudadanos o viajeros con mochila o no, mal llamados conformistas o no indignados.

Admito haberme molestado en acercarme al pacífico barullo de esa Puerta, escucharles, leerles y observarles, como mera viajera o, quizás, con la intención de indignarme para poder después contar.

Admito que no saqué mucho en claro, ni en la primera ni en la segunda excursión así que, esta vez dejé la mochila a un lado, cogí bártulos más contundentes y me eché a volar, en un avión, claro está.

Y aprendí, una vez más; sin irme demasiado lejos porque seguía en Europa pero hacia el norte, donde el color del viaje se vuelve verde y las nubes amenazan constantemente.

Me embelesé con los paisajes, con los rojos ladrillos de las fachadas de los hogares, con las pintorescas y floridas terrazas de los restaurantes que más quisieran las de mi ciudad, con la música clásica y de jazz sonando por doquier en las empedradas plazas y en los románticos rincones para el deleite de sus ciudadanos y visitantes.

Viajé, gocé, vi, observé y, sobre todo, aprendí a ser una indignada más -que no indigna- por el mundo porque, dentro de lo bello, espléndido y exquisito, descubrí lo indigno, innoble y ruin ante mis ojos y el resto de viajeros: indigentes -que no indignos- con mochilas muy distintas a las nuestras, andrajosas y etílicas, tal vez portadas en algún tiempo pasado por turistas como yo, tal vez antiguos indignados, hoy tristes y miserables vagabundos del mundo que hacen indignarte al recordar la debilidad humana, la dejadez de la sociedad y la de sus gobernantes, y aprendí a darne cuenta que todavía hay mucho que reclamar.

No hay nada más feo que visitar un lugar y ver la pobreza deslumbrando al contemplar a sus indigentes -que no indignados- en los bancos que se han hecho para sentarse y no para mendigar. Por muy reluciente y pomposa que luzca una ciudad, por muy moderna y erudita que sus edificios la quieran parecer adornar, cualquier ciudad que deje ver las miserias del alcohol, las drogas o la prostitución, no es digna de tal. Y no hablemos ya de los disturbios violentos que estan ocurriendo en Inglaterra, puro y penoso vandalismo, merecedor de una acción inmediata ya.

Así que, sí, viajé y disfruté, aprendí, vi y observé, pero también me indigné cuando menos pensaba hacerlo pues creí que para eso estaba la Puerta del Sol de mi ciudad donde ahora dicen que es una vergüenza visitar, pero prefiero verla llena de vida -que no violenta- y no sitiada por el conformismo, la insjusticia y la miseria humana, producto de la negligencia política y mezquindad social.
Antolín, Celia
Antolín, Celia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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