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Comienza el tercer milenio

miércoles, 10 de enero de 2001
El año 2000, el siglo XX y el segundo milenio (los tres a un tiempo), se han extinguido, definitivamente, mientras engullíamos las doce uvas de la suerte y sonaban las doce campanadas. Pero ni siquiera en esa hora incierta, en la que el instante se convierte en eje sobre el que gira una página de la historia, se detiene el implacable péndulo del tiempo. Eso, suponiendo que el tiempo exista. Porque hay quien opina que ese flujo metafísico, inmaterial, invisible, insípido e inodoro, no es más que un invento de los relojes suizos, para dar salida a sus productos.

-El día 1, al levantarnos de la cama (cerca ya del mediodía), cuando introducíamos los pies en las zapatillas, el único cambio que percibíamos era que teníamos la lengua más estropajosa que de costumbre, que en el estómago llevábamos una esponja ácida que reclamaba agua en cantidades industriales, y que nuestra cabeza era una especie de bóveda acorchada, incapaz de amortiguar todos los sonidos que iban llegando a nuestro embotado cerebro en forma de martillazos. Ni el final de un año, ni el cambio de centuria, ni el comienzo de un nuevo milenio significaban nada en absoluto. Solamente una resaca de general de división (con mando en plaza), junto con la sensación de que atrás quedaban todas las revoluciones e ideologías que fueron la esperanza del pasado siglo y que con él se habían extinguido, junto con las vanguardias artísticas, la modernidad y, quizás también, la esperanza de un mundo más justo.

-Las noticias de los telediarios eran las mismas del día anterior: sigue aumentando la lista de muertos en Palestina e Israel, cientos de heridos en una nueva avalancha registrada en un campo de fútbol brasileño, sigue la escalada de violencia en las Vascongadas, continúa la invasión pacífica de nuestras costas por parte de inmigrantes africanos, en Chechenia la gente se muere de frío y necesidad, Bush anuncia una acción de gobierno muy conservadora y compasiva (Dios nos asista)… Y el Rey, que nos desea un feliz año a todos los españoles, mientras practica el esquí en Baqueira. Nada nuevo.

-La amortización de la hipoteca sigue pesando como una losa sobre nuestra economía familiar, la precariedad en el trabajo sigue siendo un freno para la mayoría de los jóvenes, que no se atreven a fundar una familia y tener hijos mientras no puedan garantizar su sustento. Nuestro campesinado y nuestros pescadores yo no saben de qué lado les caen los chuzos; entre las vacas locas y la drástica reducción de caladeros ya están pensando en dedicarse a la cría de avestruces o al cultivo de cañas para escobas. Y los mayores de cincuenta años se devanan los sesos, intentando encontrar un sistema que les permita seguir comiendo (y cotizando, al mismo tiempo), hasta cumplir la edad reglamentaria para la jubilación, una vez que los despidan de las empresas en las que llevan trabajando toda la vida (porque hay que rejuvenecer las plantillas y, sobre todo, abaratar las nóminas).

-Es decir, que todo se queda en colgar un nuevo calendario en la alcayata situada tras la puerta de la cocina y en seguir capeando el temporal como buenamente se pueda… Y, hablando de temporales, ¿estaremos ante una nueva edición del bíblico diluvio universal? ¿Cuánto tardarán nuestros agricultores en quejarse nuevamente de la sequía? ¿Hasta cuándo podrá el Gobierno contener la voracidad de petroleras e hidroeléctricas, sin que éstas le chafen el IPC, una inflación moderada y la estabilidad conseguida en materia económica?. Todas éstas y otras muchas preguntas (que a ustedes y a mí se nos ocurren), tendrán cumplida respuesta en el nuevo milenio que estamos estrenando. Mientras tanto, los únicos que están tranquilos son los fabricantes de paraguas y chubasqueros, que ya hicieron su agosto en pleno invierno.

-En cuanto al hambre y la marginación, muchos nos tememos que tampoco van a tener arreglo en este nuevo milenio; porque aun cuando la caca llegara a cotizarse en los mercados internacionales al precio del oro (lo que es poco probable), ya verían como biólogos mercenarios no dudarían en manipular los códigos genéticos de los pobres, para que éstos nacieran sin culo. ¿Qué no?.
Sánchez Folgueira, Gonzalo
Sánchez Folgueira, Gonzalo


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