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A pesar de todo, hablemos de fútbol

domingo, 24 de julio de 2011

Uno, servidor, es aficionado al fútbol desde niño - hace ya muchos años - cuando apenas había otro deporte que practicar y desconfiábamos de los compañeros que no compartían tal ejercicio. Poco que ver esta dedicación deportiva, en campos de tierra y patios de colegio, con el fútbol profesionalizado de hoy, sobredimensionado, y con la sociología futbolística actual que alcanza extremos inauditos: los sueldos archimillonarios de las grandes figuras, los siderales fichajes, la desorbitada atención mediática. No quiero mencionar las aficiones nacionalistas enfervorizadas ni las guerras de símbolos o banderas. ¡Dios me libre¡ Me quedo, si acaso, con los nostálgicos recuerdos de los Celta- Deportivo de antaño.
Sólo quiero comentar aquí, como un simple aficionado, dos tipos de juego hoy en boga, ambos con fervientes partidarios: el fútbol de toque, combinativo, designado popularmente “tiqui-taca”, y el más clásico en nuestra tradición: el fútbol directo, vertical, de contraataque. El primero, representado con suma brillantez por el Club Barcelona, es un juego horizontal, reiterativo, de encomiable precisión que exige disponer del balón el mayor tiempo posible (y cuando no se tiene obliga a una presión sobre el jugador contrario, al límite del reglamento - las faltas tácticas - que escapan a la sanción, con tarjeta, de los árbitros, al parecer fascinados con tal subterfugio). Este tipo de juego, de “ingrávido manierismo”, a veces aburre y si es excesivo debiera ser limitado temporalmente e interrumpido, como ocurre con la posesión del balón, en el baloncesto. Muy repetitivo en terreno adversario obliga a éste a una contemplación expectante y a un retroceso acumulativo de jugadores - cada vez más irritados- que hacen poco divertido el juego, salvo las escasas penetraciones en el área contraria de algún sutil futbolista. Tal fútbol desquicia tanto a los jugadores contrarios, como a sus aficiones, y les priva del general disfrute que este deporte debiera producir.
Digámoslo: el tiqui-taca, resulta para algunos espectadores, teatral, como un ballet preciosista, casi amanerado, en el que los jugadores apenas se despeinan al elaborarlo; mientras que el fútbol que a muchos nos gusta es algo más rudo, de leve choque físico y más arbitrario. Preferimos la verticalidad del contraataque, en espacios libres, a campo abierto, los centros precisos, los remates de cabeza en saltos en suspensión interminable, la exacta ejecución de faltas y las esporádicas y rápidas, imprescindibles, combinaciones (tras las breves pausas precisas de necesario sosiego).
Apenas es necesario mencionar cuáles son los más notables representantes de estos dos tipos de juego en nuestro país: Messi y Cristiano Ronaldo. Messi, un chico de Dickens, pero multimillonario, achaparrado, musculoso, de bajo apoyo (¿por la hormona de crecimiento recibida cuando niño?), un excelente futbolista, de máximo virtuosismo en las asistencias y el regate corto (al que en Argentina le gritan: “sós un pecho frío,” no tienes alma).


Cristiano es otro modelo: un portento físico, un atleta, veloz, de regate largo, prodigioso en el salto de cabeza, magnífico lanzador de faltas; 40 goles en esta última Liga. Un millonario, de no menos agrio carácter, propio de una ególatra figura.
Para completar este discursillo, podríamos citar como más deseable, un tercer estilo de juego: la mezcla equilibrada – toque y verticalidad - de los dos sistemas citados que, a mi parecer, es el representado por la mayoría de los equipos españoles, el más divertido y celebrado por el público. (“Descontaminado del toquecito repelente implantado como doctrina universal”, “cuya perfección despierta la emoción de una letanía”, en palabras recientes de M. Vallés).
Concluyamos con estos ingenuos comentarios veraniegos. Cuando el fútbol profesional se vuelve de lo más brillante y espectacular, y resulta gozoso para los aficionados, no se puede hablar, como han hecho algunos cronistas, de “tabarra insoportable” o de “tortura irrespetuosa”. Le sobran, es cierto, los exabruptos de los grandes clubes, los contubernios arbitrales, la penosa prensa deportiva, pero lo compensan los jugadores con su brillante juego (y no pocos gestos solidarios); y cuando sirven, como es habitual, al general disfrute de niños a viejos, a la común evasión y esparcimiento, más allá de medallas y títulos.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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