En traje de faena

Acabamos de cumplir una semana de campaña electoral y no dejan de sorprenderme las imágenes de nuestros políticos que acaparan, día tras día, espacios en prensa y televisión. En todas ellas, un mismo denominador común; nuestros representantes y candidatos en campaña, y sin que sirva de precedente, se ponen el traje de faena.

Los otrora distantes, encorbatados y trajeados, servidores públicos han sido mutados, casi sin darnos cuenta, por simpáticos y populares personajes de carne y hueso, descamisados y empanados (hablamos de pana, que no de empanada), tan cercanos al ciudadano de a pie que, esa proximidad, incluyo nos permite apreciar el hedor que despide una buena parte de ellos.

Los que, por razones históricas, hemos vivido la experiencia irrepetible de haber cumplido el servicio militar obligatorio (“historias de la puta mili”), sabemos que cada momento, cada actividad, tiene su propia uniformidad y así distinguíamos entre el traje de faena, el traje de instrucción militar, traje de instrucción marinera y, finalmente, el “traje de bonito”, este último casi siempre presagio de buenas noticias: permiso de fin de semana, celebraciones festivas, vacaciones, etc.

Nuestros políticos, conscientes de lo importante que resulta en cualquier representación una buena puesta en escena, aparcan el Audi A8 y adoptan, sin que padezcan la más mínima reacción alérgica, la camisa, los vaqueros y la pana como uniformidad oficial de campaña; (al fin y al cabo, no resultaría muy estético ante el complaciente electorado bajarse del Audi vestido de gañán); a sabiendas que, transcurridos los 15 días de faena, les esperan 4 años “de bonito”.