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Portugal, víctima de los mercados

lunes, 18 de abril de 2011
“La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva”, sentenció lúcidamente el gran escritor portugués José Saramago sin poder imaginar que sus palabras, esperanzadas, podrían servir algún día de paliativo a la angustiosa situación económica de estos momentos en Portugal.

En efecto, el Gobierno interino de José Sçocrates ya ha comenzado a preparar el ajuste que exige el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea, aún más duro que las drásticas medidas que fueron rechazadas por el Parlamento y provocaron por ello la caída del anterior equipo. A España le ha correspondido avalar 5.000 millones de euros de los créditos comunitarios a la nación contigua.

La labor de zapa de un capitalismo salvaje y especulativo durante los últimos meses erosionó paulatina pero fatalmente la endeble economía lusa hasta el colapso final. Según las instituciones monetarias, Portugal debe someterse a un régimen severo de privatizaciones, como la de la importante aseguradora Caixa Geral de Depósitos, para evitar males aún mayores.

Es un triunfo sin paliativos de la economía de mercado y de la no intervención del Estado en los asuntos económicos. Fuera del Fondo Monetario Internacional, no hay salvación, parece advertirse en estos
casos. Además, Lisboa se halla en un momento muy crítico porque se han
convocado elecciones legislativas para el 5 de junio. Son días decisivos al otro lado del Miño.

Todas estas consideraciones macroeconómicas y financieras, que podrían considerarse abstractas, tienen una consecuencia muy concreta para el portugués medio: la de apretarse un cinturón al que ya casi no le quedan agujeros. ¿Qué ha sucedido? ¿La Administración no ha sabido manejar la economía o es el sistema capitalista el que inexorablemente desemboca en crisis tras crisis, sea la nación que sea?

El país encajonado entre Europa y el Atlántico cuya única frontera es la de España, con la que comparte la Península Ibérica y sus grandes ríos, antaño cabeza de un gran imperio intercontinental, se ha declarado en quiebra y reclama a sus socios de la Unión Europea la ayuda que le corresponde. Está en su derecho, por algo forma parte de esta alianza económica a la que contribuye con población, intercambios comerciales, riqueza y territorio. La Unión Europea ha de ayudar a Portugalo no por razones de solidaridad sino de su propia supervivencia como Unión. Los mercados, que no reconocen uniones de países y sólo atienden a su lucro y beneficio, tienen en su punto de mira a largo plazo a toda Europa, que se ha erigido en un gran conglomerado de naciones y que compite comercialmente en la economía global. Portugal no es más que una batalla de la guerra desencadenada por las fuerzas económicas internacionales como lo fueron Grecia e Irlanda, la gran pieza a cobrar a largo plazo sería la Unión Europea.

Para ello cuentan estos mercados con la colaboración interesada de las agencias de calificación -Moody’s, Standard&Poor’s y Ficht’s- todas ellas norteamericanas, que ponen notas de solvencia a los países y a los bancos e influyen decididamente en las bolsas. Como un canto del cisne antes de hundirse, Portugal denunció, por exagerados adrede e interesados, los diagnósticos de tales agencias de calificación que forman parte del sistema capitalista en unión indisoluble, me atrevería a decir con un término espiritual olvidado, hipostática.

Tanta primacía de la economía en el análisis de los fenómenos sociales ha suscitado la reacción contraria de un gran europeísta, el ex presidente portugués Mario Soares, que denuncia esta concepción economicista de la Unión. La achaca a la influyente canciller alemana Angela Merkel, que, a su juicio se creería “dueña de Europa”. Soares propone en cambio que además de reducir el déficit en los países europeos, se ponga el mismo empeño en tratar de rebajar el desempleo y las desigualdades sociales. En su opinión, la Europa actual, parece haber olvidado los principios de solidaridad entre los Estados miembros o la creación de una Europa de los ciudadanos. En resumidas cuentas, sostiene Soares una concepción más humanista de la política. Pero es pesimista, ve en todo ello síntomas de deslizamiento hacia la decadencia de la Unión Europea.

Por el momento, España se salva. Su economía es obviamente mayor y más
fuerte que la de Portugal, tiene más futuro, según recordó la vicepresidenta del Gobierno, la orensana Elena Salgado apoyándose en reiteradas opiniones de los responsables comunitarios. El presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, mostró el mismo parecer y elogió las reformas de la economía española. En realidad, la caída de España podría en riesgo a toda la Unión.

En el actual acoso de los mercados a Europa, tras Grecia e Irlanda, ahora le tocó el turno como se preveía a Portugal, cuyas finanzas tras unas semanas resistiendo a la desesperada se han derrumbado el miércoles 6 de abril por la noche. El país vecino ha tenido que solicitar el rescate de la Unión Europea, rescate que alcanza la astronómica cifra de 80.000 millones de euros en préstamos y que Lisboa habrá de devolver.

Quedará endeudada casi sine die, es una cantidad ingente que equivale al presupuesto anual de la Unión Europea, que, como es bien sabido, además de Portugal abarca a 26 países más. Pasarán generaciones antes de regresar a la normalidad, si se regresa.

De momento -tempo é dinheiro- Portugal y la Unión Europea evitaron lo peor.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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