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Marruecos, en la encrucijada

martes, 12 de abril de 2011
En Marruecos empieza África y acaba Europa, la geografía es tozuda, el estrecho de Gibraltar no es sólo un brazo de mar agitado sino una frontera entre continentes, religiones, creencias y costumbres, entre democracia y autarquía.

El 20 de febrero pasado el temporal de protestas populares en demanda de mayores libertades políticas en el norte de África sacudió a Marruecos y quedará como referencia de un despertar de un pueblo dormido. Es ya una fecha señalada para los jóvenes marroquíes contemporáneos. Hubo manifestaciones de decenas de miles de personas en más de cincuenta ciudades, convocadas por las redes sociales, un acontecimiento inconcebible nunca visto antes en un país sometido a una monarquía autoritaria.

Al ver que la ola de cambios políticos en Túnez, Egipto y en toda la región alcanzaba a Marruecos, el rey Mohamed VI anunció rápidamente, sólo diecisiete días más tarde por televisión una amplia reforma de la Constitución de 1996 que otorgará más poderes democráticos al primer ministro y a un Gobierno elegido en las urnas e impulsará proyectos de regionalización del vasto territorio. Tal reforma será sometida a referéndum, cuyo resultado, como en todos los países dictatoriales, nadie duda que va a ser abrumadoramente afirmativo. Pero esta vez es un giro en el sentido de la Historia, obligado por la presión constante de los manifestantes en la calle.

El pueblo marroquí, harto de un largo avasallamiento y de la corrupción política, tuvo en efecto que echarse a la calle para que el régimen alauí, digámoslo irónicamente, cayera en la cuenta de su cerrazón y brutalidad. El rey y su entorno aparentaban no enterarse a pesar de que las abismales diferencias de clase –de la miseria a la opulencia de unos pocos- saltaban a la vista; no se hubieran reivindicado cambios si no fuera por los vientos de libertad que soplan por todo el norte de África. Como un sarcasmo hiriente, la citada Constitución de 1956 define a la nación magrebí como “una monarquía constitucional, democrática y social”, adjetivos que no le corresponden y que insultan a la razón.

Según prometió ahora Mohamed VI, el primer ministro y el Gobierno no serán designados como una regalía pdel monarca sino elegidos en las urnas y eso se hará por primera vez desde que Marruecos se independizó de Francia en 1956. “El Parlamento emanará de elecciones libres”, proclamó el soberano, subrayando la importancia histórica de sus palabras, lo que daría un verdadero viraje copernicano en la política interior del reino si se llevase a cabo. La sociedad marroquí ya recibió promesa similares de los mandatarios que detentan el poder, no se fía del todo, está escaldada, espera ver para creer. Pese a las reformas anunciadas, la movilización popular continuará animada por jóvenes líderes como Oussam el Khlifi, un informático de 23 años, organizador de las manifestaciones. Reclama una Asamblea Constituyente para que los nuevos poderes sean verdaderamente democráticos.

¿Puede reformarse una autocracia política y religiosa? El rey de Marruecos, al que adornan títulos como Comendador de los creyentes, Representante supremo de la nación, Garante de la perennidad y la continuidad del Estado, también es protector de los derechos y libertades de los ciudadanos, que, en realidad, hasta ahora ha conculcado.

A un occidental se le hace cuesta arriba su carácter “sagrado” recogido por el artículo 23 de la Constitución vigente, que los insurgentes quieren abrogar. Y a un español le recuerdan lemas como el de Francisco Franco, “caudillo de España por la gracia de Dios”.

Dicho esto, en este momento histórico, a principios de 2011, Mohamed VI anuncia reformas democratizadoras y son bienvenidas aunque resulten
obligadas por el contagio de las naciones aledañas del Magreb, por cierto de donde deriva el nombre de Marruecos. Sin duda no tenía otro remedio pero no se emperró en el error: veinticinco años de dictadura han hastiado a los 32 millones de marroquíes, había llegado el momento de ser considerados mayores de edad, ya era hora.

¿Por qué se le consintió tanto a Marruecos durante tanto tiempo? Hay causas de política global. En primer lugar, está protegido por los Estados Unidos ya que constituye un bastión contra el islamismo y Al Qaeda, y es un aliado fiel. También por Francia, antigua metrópoli con grandes inversiones, intereses económicos y comerciales en el país; y asimismo por España, que no desea ver surgir un foco de inestabilidad en su vecino del sur. En el último Consejo Europeo, Madrid y París requirieron y obtuvieron el apoyo a la decisión del monarca alauí de reformar la Constitución, en el sobrentendido que “Constitución” era un modo de hablar. Se trata de un primer paso, el camino será largo y plagado de avatares. Por otra parte, la Unión Europea quiere aminorar el flujo de inmigrantes norteafricanos y subsaharianos a través del territorio magrebí. Las corrientes migratorias de África a “El Dorado” europeo pasan por Marruecos, país de gran importancia estratégica que tiene una de las llaves del Estrecho de Gibraltar.

Pero no por ello se debe consentir que el soberano marroquí transforme el saludable impulso de su pueblo en una revolución alicorta, con límites.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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